Prefacio.

1.4K 110 24
                                    

Mi nombre es Hércules, puede que se os haga familiar. A muchos se les hacía conocido en la antigua Grecia.

Grecia ha cambiado desde que yo me hice conocido por mis heroicas hazañas, mas nunca se olvidaron de mí, por muchos años que viera pasar, el semidiós "Hércules, hijo de Zeus y Afrodita" siempre era reconocido.

Por tal cosa, mi nombre cambia mediante van pasando los años a mi alrededor.

Yo en la antigua Grecia era conocido por Hércules, a secas.

Cuando viajé por primera vez en barca, me adentré por los calurosos desiertos de Egipto, en esa época de rivalidad entre Romanos y Egiptos decidí cambiar mi nombre para mantener a mi amada a salvo, por lo tanto, era conocido por Héctor.
Mucho más tarde, en el siglo XX, me pidieron una documentación para poder trabajar.

Trabajaba, no por necesidad de dinero, ni de éxito. Nunca querría volver a ser exitoso, sólo quería mantener mi mente ocupada en algo más que no fuera en mi agonía.

De vez en cuando cortejaba a alguna que otra señorita, o simplemente buscaba en la guía un buen burdel para ahorrarme alguna que otra escenita de llantos o celos.

Cuando rellené la documentación con datos, totalmente falsos, a parte de tener que decidir un apellido que fuera acorde con la sociedad de tal siglo, tuve que decidir mi nombre definitivo para lo que les quedaba de vida a aquella generación que se me hacía tan extremadamente extraña.

Porque veía como todo iba cambiando.

Pero nunca entendería las nuevas modas.

Nunca entendería como pasaban de no poder ni enseñar un tobillo a comprarse atuendos tan apretados que parecía que sus senos explotarían en cualquier momento.

Nunca entendería como los hombres más nobles, conocidos en su época como peludos y bien alimentados, se arrancaran cada vello de su cuerpo, o trataran de comer menos para verse más escuálidos.

Pero eso no me preocupaba, nunca lo haría. Yo no necesitaba entrenarme para que mis músculos tomaran forma, ya tenían forma.

Yo no necesitaba "depilarme" porque, como hijo de Afrodita que soy, mi aspecto cambia acorde con la época siendo simplemente "el perfecto dios griego que toda dama desea entre sus piernas".

Yo no necesitaba enamorarme, sabía que era una estupidez, lo aprendí cuando la perdí a ella.

Yo no necesitaba besar a nadie, ya que si me concentraba lo suficiente, aún podía sentir el fantasma de los labios de Megara encima de los míos.

Yo no necesitaba caer bien, porque con el paso de los siglos aprendí que cuanto más me encariñaba, peor me sentaba la muerte de mis seres queridos.

Yo no necesitaba nada.

Salvo morir.

Puesto que cuando rechazas el Olimpo por amor, algo noble y "romántico" no te paras a pensar que aunque tú seas inmortal, ella no lo es.

Tampoco te paras a pensar que la oportunidad que te daban era única.

Cuando la ves envejecer y tú sólo sigues igual, sin cambiar ni un ápice. No te importa demasiado su aspecto, tu amor es verdadero.

Pero el amor no lo cura todo, el amor no para a la muerte. Es más bien la muerte la que para el amor cuando las parcas deciden cortar el hilo de vida de quien amas a su antojo, esta vez sin que tú puedas hacer nada, ya que la edad no perdona.

Entonces, y sólo entonces, deseas ser el causante de tu propia muerte. Porque ni el corazón de un dios es inmune al amor.

Pero yo pienso serlo, porque aún me duele y no me permitiré pasar por lo mismo otra vez.

He evitado el amor durante siglos.

Podré evitarlo hasta el fin de los días.

Dead heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora