VIII

493 76 14
                                    

Capítulo VIII: Toma de decisiones.

Orfeo, Liam y Zayn se graduaban.

Aquellos tres años pasaron, como de costumbre, rápido.

Mi panadería cada vez tenía más renombre, dándome la libertad de ampliarla.

-Tío, ¿me podrías hacer un favor? -Preguntó Orfeo una de aquellas lluviosas tardes de Agosto.

-¿Qué necesitas? -Suspiré esperándome que cualquier chorrada saliera de sus labios.

-Es que ya hace medio año que acabamos la carrera y ninguno de los tres conseguimos trabajo...

Así fue como conseguí nuevos empleados de confianza.

Como la primera panadería era algo pequeña, la dejé a cargo de Liam y Zayn -además que no era capaz de dejar a mi sobrino en manos de aquellos dos, pues poco trabajaría-.

Y la más grande, situada en el centro de Londres, la manejaba yo, con la ayuda de Orfeo y Dylan, el hermanastro de Zayn.

La verdad era que yo hacía todo el trabajo puesto que Orfeo era un patán, siempre acababa rompiéndome algún que otro utensilio cuando los clientes venían a tomar café.

En cuanto el hermanastro de Zayn... Aquel chico era increíblemente egocéntrico: cuando no me pedía permiso para irse al baño a mirarse, perdía el tiempo tratando de llevarse a media clientela a la cama.

Lo peor era que siempre lo conseguía gracias a su belleza -la cual no podía negar-.

Nunca fui capaz de dejar a aquellos dos solos para ir a vigilar la otra panadería, hasta aquel día en que descubrí algo realmente extraño.

-Zayn, prepara un café descafeinado de máquina, con sacarina. -Gritó Liam desde la otra punta del local a la vez que yo entraba. -Y un croissant de chocolate, pequeño.

¿Lo extraño? Aún no habían abierto y no había nadie.

En el momento en el que subí yo mismo la persiana, entró un señor con rasgos orientales. Su forma de hablar dejaba mucho que desear, por lo que imaginé que era un turista que acababa de llegar -además de que llevaba un sinfín de souvenirs cutres encima, a parte de una cámara fotográfica.-

-Hola, ¿tenéis café de máquina? -Alcé una ceja mirando a Liam, viendo como el chico se sonrojaba.

-Eh, sí... -Contestó nervioso.

-Pues uno descafeinado con sacarina. -Habló con gran dificultad, cambiando las erres por un sonido parecido a las eles. -Y un croissant de chocolate, pequeño.

Nunca pedí explicaciones, pues estaba más que seguro de que el castaño me mentiría.

Pero a partir de ese día decidí frecuentar más seguido el local, percatándome de que ese tipo de situaciones pasaban constantemente.

Finalmente decidí hablar con Liam a solas, mas él siempre evitaba todo tipo de conversación conmigo, poniéndome más de una excusa.

...

Como cada final de mes, cerraba ambas panaderías para completar los ciclos de contabilidad a solas.

Así que me encontraba en la panadería del centro, con solo una luz encendida y sentado en la única mesa que no tenía sillas encima.

El cartel de cerrado era visible, ya que a la hora de contabilizar no quería que nadie me molestara -aún me costaba entender los números-.

Escuché las campanillas que anunciaban que un cliente nuevo había llegado.

-Está cerrado. -Avisé. Pero al girarme, no encontré a nadie en la puerta.

Fruncí el ceño mientras ojeaba toda la zona en busca de algún intruso, pero me quedé helado cuando en un susurro, oí una voz.

-Son ciento sesenta con treinta libras. -Y entonces me giré encontrándome con unos ojos azules y una sonrisa algo cautivadora. -Hola, Hércules. -Susurró de nuevo la chica, acercándose demasiado a mí.

-¿Q-quién eres? -Murmuré cuando me sentía más que tentado a besarla, realmente era preciosa y el halo que desprendía era tentador.

-Sólo déjate llevar. -Y entonces me besó.

No podía negar que realmente necesitaba algo de contacto carnal, mas no me lo había permitido hasta aquel momento.

Cuando ambos llegamos al clímax, ella se apartó de mi con una mirada que derrochaba deseo, haciéndome incluso sonrojar.

-Vaya, eres mejor de lo que esperaba. -Murmuró para después atrapar su labio inferior entre sus dientes. -La próxima vez que Hera me llame no dudaré ni un segundo en aceptar.

-¿Mi madre? -Fruncí el ceño asqueado, imaginandome lo manipuladora que podía llegar a ser mi progenitora.

-Sí, cariño, recuerda mi nombre. -Habló antes de acercarse a mi oído para susurrarlo. -Nereida.

Y entonces desapareció dejándome completamente confundido... Y desnudo.

Me costó la misma vida volver a concentrarme para poder acabar la contabilidad.

Aquel tipo de situación también volvió a repetirse más de una vez, con cuatro señoritas distintas; Dafne, Eco, Aretusa y Siringa.

Sabía perfectamente que mi madre intentaba que me enamorara de alguna de aquellas ninfas.

Mas algo en mí me lo impedía.

Quizá Megara me estaba obligando a seguir sufriendo por ella.

...

Orfeo me miraba como si supiera todo lo que mi madre se traía entre manos, se le daba fatal disimular.

Por lo tanto aquel día decidí invocarla delante suya, quería acabar con aquel juego.

-Hola chiquitín. -Un halo rosa apareció en pleno salón seguido de la figura humana de mi madre.

-Hola mamá. -Sonreí, alegrándome de verdad de verla. Ella me plantó un pequeño beso en la frente antes de rodar los ojos cuando Orfeo habló.

-Hola abuelita. -Habló con un claro nerviosismo cuando empezó a jugar con sus dedos.

-No me llames así, Orfeo. Me hace sentir vieja y fea. -Como siempre mi madre tan modesta.

-Lo... Lo siento abu- Hera. -Mas bien preguntó toda la frase, el chico era un manojo de nervios.

Aunque la situación me divertía, hablé antes de que se pusieran a discutir.

-Mamá, tienes que dejar de enviarme a ninfas, no me hacen sentir bien. -Solté llamando la atención de ambos en la sala.

-Pero hijo... -Protestó en un tono infantil.

-No, mamá, hazme caso por una vez. -Más que una orden, se lo pedía con súplica; pues cada noche soñaba con Megara diciéndome que se sentía traicionada.

-Yo solo quiero que seas feliz, cariño. -Confesó acercándose a mí para cogerme de las mejillas con suavidad.- Te enviaría al amor de tu vida pero no dispongo de Melampo para ver el futuro.

-¿Qué? -Pregunté confundido. -¿Quién es Melampo?

-Nadie, nadie. Eh... Debo irme, cariño. -Habló torpemente, -demostrando su nerviosismo- antes de acariciar mi pelo.- Te quiero.

Y entonces desapareció de la misma forma en la que apareció; en un segundo.

Dead heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora