IV

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Capítulo IV: Vivencias de Hércules, parte 4.

Las décadas iban pasando, -ahora que Orfeo estaba a mi lado- realmente deprisa.

Tenía la sensación de que los minutos eran segundos y que los días, horas.

Para mí los meses parecían días y los años, meses.

La humanidad cada vez era más extraña para mí y Orfeo, pero en 1980 él decidió que debía mezclarse con algun que otro mortal para pasarlo bien, o esas eran sus palabras.

Un día cualquiera, Orfeo vino con una actitud realmente extraña.

Sus ropajes eran holgados y coloridos de más, algo totalmente desagradable de ver.

Había descubierto como usar unos artilugios llamados cassette, los cuales introducía en otro aparato más grande y de ahí salía un tipo de música demasiado pausado para mi gusto.

-No me llames Orfeo, llámame Niall, tío. -Me comunicó con un tono de voz bajo y pausado, como si le costara el hablar. Después alzó dos dedos al aire y sonrió de una forma aún más extraña, ganándose la peor de mis miradas. -Paz.

-¿Se puede saber que te pasa? -Me acerqué a él para notar un extraño olor proviniendo de sus feas ropas. -¿A qué hueles?

-Al olor de la felicidad, tío. -Mi cara debía ser un cuadro cuando el chico empezó a reír a carcajada limpia de la nada.

Orfeo se había convertido en una especie de grano en el trasero.

A veces llegué a pensar que mi padre me lo envió por no aguantarlo él mismo.

Era imposible de manejar, a penas conseguí que aprendiera inglés y en el momento en el que traté de enseñarle modales, se me fue de las manos.

Empezó a juntarse con un grupo de personas malolientes, con el pelo enmarañado y sus caras mostraban el bajo nivel de inteligencia que acarreaban.

Sabía que no le harían nada bueno a mi sobrino, y menos cuando empezó a fumar.

En cuanto escuché el nombre de lo que consumía, no tardé en dirigirme hacia la biblioteca pública para buscar información sobre el tema.

Realmente me gustaba saber de todo, pero cuando leí de lo que se trataba, deseé no haber aprendido lo que mi sobrino se traía entre manos.

...

-¡No, Orfeo! -Grité importándome poco quién nos escuchara en la mansión, ya que los sirvientes estaban más que acostumbrados a nuestras constantes peleas.

-Que ahora me llamo Niall, tío. -Contestó igual de pausado que antes, sonriendo, sacándome de mis casillas.

-No dejaré que te juntes más con esos mortales. -Gruñí rojo de la ira. Realmente no me gustaba en lo más mínimo que mi propio sobrino tuviera ese tipo de comportamiento.

-Que aburrido. -Rodó los ojos en mi propia cara, haciéndome sentar en frente suya, a punto de llorar de la impotencia que me causaba.

...

Pero esa noche se escapó.

Y tuve que ir a por él, sabía a la perfección dónde estaba.

Tras adentrarme en el bosque, escuché el sonido de una lira siendo tocada perfectamente.

Sólo podía ser él, eso me hizo bufar.

Cuando llegué al sitio me encontré a Orfeo delante de una candela, formando un círculo con sus malolientes y extraños amigos, los cuales tenían la misma cara de tontos que mi sobrino.

-Tío. -Sonrió Orfeo mirándome. Conforme más inhalaba aquel asqueroso humo, más tardaba en completar la frase, sacándome de quicio.

-Vámonos ya, Orfeo. -Demandé firmemente, tal y como me solía hablar Filoctetes.

-¿Quién es Orfeo, tío? -Está vez habló uno de los malolientes amigos de mi sobrino, su aspecto me recordaba a los pobres hombres que morían de la Peste en el mismo tiempo en el que Gemma lo hacía. -Nuestro hermano se llama Niall, tío.

-Niall. -Murmuré entre dientes, apretandolos con rabia, haciendo que estos rechinaban.

Odiaba que Orfeo fuera diciendo que su hombre era otro, y más cuando se lo había cambiado por uno tan ridículo.

Finalmente, me sentía tan furioso que decidí arrebatarle a uno de los malolientes el extraño cigarro y fumé.

Si no lo hubiera hecho, probablemente los hubiera matado a todos a puñetazos.

Me senté al lado de mi sobrino una vez que me sentí algo mareado y de un momento a otro sentí como una risa tonta se escapaba de entre mis labios.

Aquella noche fue algo extraña para mí.

Por suerte, el tiempo también pasaba para aquella gente y Orfeo los fue perdiendo de vista conforme formaban sus propias familias o les llegaba sus horas al abusar de tantas drogas.

Por mucho que lo intenté, Orfeo cometió mí mismo error al encariñarse con aquellos personajes.

Lo pasó mal, pero no tanto como cuando perdió a su primera novia, Judith.

Ella era hermosa, he de admitirlo, pero era mala persona.

Orfeo mostró su amor millones de veces, más ella parecía sentirse indiferente hacía él, yo lo notaba en su cara.

Pero parecía que él no lograba verlo.

Le partió el corazón en miles de pedazos cuando decidió dejarlo por otro chico, aprovechando el mínimo instante en el que veía a Orfeo por la calle, besar los labios de su nuevo amante delante suya.

Fueron unos años duros, pero me quedé más tranquilo cuando me comunicaron que las parcas habían decidido cortar su hilo de vida un día cualquiera.

Al menos no fue tan fuerte como mi historia con Megara, porque de lo contrario yo no sabría qué hacer.

Apolo se había enterado de lo que le hicieron a su hijo y decidió ponerle solución hablando con Hades y las parcas, quizá quedando endeudado durante una larga temporada, sólo él sabrá qué pidió mi tío Hades a cambio -que, conociéndolo, no era nada bueno ni mucho menos-.

Dead heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora