IX

449 70 17
                                    

Capítulo IX: Primera panadería destruida.

Aquel día era un día especial en el barrio donde abrí mi primera panadería; se celebraba una gran fiesta y necesitaban una gran cantidad de dulces hechos allí, por lo tanto, mandé tanto a Niall como a Dylan a ayudar.

Supe que algo no saldría bien en el momento en el que Liam me llamó por teléfono.

Harry, lo siento. Sé que hoy tenemos mucho trabajo pero he cogido la gripe y no creo que sea la mejor idea atender o preparar comida en estas condiciones; no es por mí, es por sanidad.

Aunque en ese momento me reí, ahora ya no me hacía gracia, pues aunque yo pudiera manejar solo la panadería del centro, no me fiaba de aquellos tres en la del barrio.

Mis preocupaciones fueron interrumpidas por una aguda voz.

-Hola, ¿me podrías dar una baguette? -Preguntó el chico que tenía en frente mía.

Y como la última vez que lo vi, el tiempo se detuvo para ir lentamente.

Su sonrisa seguía siendo de las más bonitas que jamás había visto, sus ojos más brillantes que los propios astros, todas sus facciones formaban una perfecta simetría que lo hacía perfecto.

Pero todos mis pensamientos se disiparon en el momento en el que volvió a hablar.

-Perdona, ¿te encuentras bien? -Su tono era más de diversión que de preocupación. Su sonrisa me hacía sonreír a mí y cómo sabía que mis palabras serían completamente torpes, decidí no hablar.

Le señalé una de las baguettes que teníamos en el escaparate y en cuanto asintió, la preparé para que pudiera llevársela.

Mi plan de mantenerme mudo se fue a pique en dos minutos.

-¿Cuánto es? -Preguntó

-Eh... Cuarenta céntimos.

-Vale, gracias. -Cuando parecía que iba a girar sobre sus pies para irse, se detuvo. -Oye, ¿tú no ibas a la Universidad conmigo?

-¿Yo? -Me señalé con el índice, tratando de mentir. -No, yo trabajo aquí desde hace tiempo, nunca he ido a la Universidad.

-Que raro, te me haces familiar de alguna parte, como si me hubiera fijado en tí en el pasado... -Ladeó la cabeza para observarme escrupulosamente.

-Eh... -Aunque traté de mantener mis pulsaciones en un ritmo normal, por alguna razón que no lograba entender, estas se disparaban. Sentía mis mejillas arder.

Intenté disimular mi nerviosismo pasando la yema de mis dedos por las teclas de la caja registradora.

-Trataré de pensar en... -El chico se vio interrumpido por las campanas de la entrada y el bullicio que estaban formando mis tres conocidos.

Zayn, Orfeo y Dylan hablaban a gritos llamando la atención de toda la clientela, los tres estaban manchados de una sustancia oscura desde los pies hasta el último pelo de sus cabezas.

Si con la presencia del chico estaba nervioso, al verlos así estaba al borde de un paro cardíaco.

-¡Harry, lo siento! -Chilló Dylan histéricamente.

-¡Tío yo no fui, te lo juro! -Las lágrimas de Orfeo limpiaban a chorros los churretes de sus mejillas.

-Se quemó todo solo. -Zayn encogió sus hombros, mostrando algo de preocupación en su rostro.

Entre que estaba nervioso y que hablaban a la vez, no podía entender absolutamente nada.

-¡Cerrad el pico! -Grité ya perdiendo los estribos. Tantos años estudiando psicología para nada. -Zayn, habla.

-Descuidamos la panadería por dos segundos y se incendió. -Una vez habló, mi pecho empezó a arder.

Si no supiera que era inmortal, pensaría que me moriría en ese momento.

Aunque mi respiración era algo descoordinada en ese momento, decidí hacer algo al respecto, por lo que pedí a la clientela que se fueran -con la promesa de que a lo próximo que pidieran invitaba la casa-.

Lo último que escuché antes de cerrar fue aquella dulce voz.

-Hasta mañana, Harry. -Lo tenía al lado, sonriendome. El sonido de aquel nombre, aunque no fuera el mío, entre sus labios me hizo temblar.

-Eh... Hasta mañana... -Murmuré torpemente.

Aunque en esos momentos no tenía ganas de sonreír, cuando lo vi haciéndolo, algo en mí me obligó a imitarle.

Pestañeé varias veces en el momento en que su silueta se hacía más borrosa cuando se iba alejando, sentía que aquel chico era producto de algo tan poderoso que me hacía falta.

Aunque aquello era mucho hablar, sólo lo había visto un par de veces.

...

Cuando llegué a la panadería me entraron ganas de tirarme al suelo a llorar.

Todo lo que había conseguido se resumía en cenizas, absolutamente todo.

Me giré para matar con la mirada a aquellos tres patanes, ganandome dos miradas de pánico y una de desinterés -aunque con un pequeño brillo de culpabilidad-.

-Sois... -Gruñí apretando mis puños para después sentarme en la única silla que no parecía calcinada, acabando en el suelo cuando resultó que sí que lo estaba.

Orfeo tuvo el desliz de reírse, consiguiendo que me levantara y lo encarara.

Estábamos a dos centímetros de separación, mi furiosa respiración chocaba contra su cara, haciendo que cerrara los ojos.

-¿Te parece gracioso, Orfeo? -Murmuré entre dientes, importándome poco que escucharan su verdadero nombre.

-N-no, t-tío, n-no. -Negó una y otra vez. Su piel se había teñido de un blanco más pálido de lo normal; mostrando así el miedo que estaba pasando en esos momentos.

-No te quiero ver en lo que resta de día. -Comuniqué aún más que furioso. -Ni a ti ni a los otros dos torpes, fuera de mi vista. -Aunque alcé un poco la voz, nunca sonó como si gritara.

Los tres chicos parecieron leer la amenaza oculta en mis palabras y en menos de dos minutos salieron corriendo despavoridos.

Tuve que quedarme a observar lo que quedaba de mi precioso local para hablar con el seguro más tarde.

Sabía que como mucho conseguiría una mísera cantidad de dinero que no cubriría absolutamente ningún desperfecto.

Así que aquella tarde me despedí de mi primera creación.

Cuando llegó la noche, me permití gritar contra la almohada, silenciosamente.

Mi enfado con Orfeo apenas duró unas horas, ya que en cuanto me encerré en mi cuarto, golpeó mi puerta.

-Pasa. -Hablé con mi rostro aún hundido en la almohada.

Mas él pareció escucharme por lo que entró.

-Lo siento mucho, tío, me siento fatal. -Escuché el asqueroso sonido que creaba cada vez que lloraba y sorbía sus mocos. -Por favor, perdóname.

Y entonces separé mi rostro del blando objeto para mirar a mi sobrino a los ojos.

Los cuales se encontraban rojos del llanto, a juego con su nariz y sus mejillas.

-Está bien, Orfeo, da igual. -Suspiré al mentir, no me daba igual.

Sentí como el chico se tiró a abrazarme y rodé los ojos.

-¡Gracias! -Aunque su abrazo era cálido y reconfortante en esos momentos, no quería que mi sobrino se acostumbrara a esta especie de demostraciones de afecto.

-Suéltame, niño. -Gruñí provocando que me hiciera caso.

El saber que me temía me hacía gracia, pues nunca sería capaz de hacerle nada malo.

Pero estaba bien que me respetara, así que nunca lo dije en voz alta.

Dead heart.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora