Capitulo 3

131 11 4
                                    

-Mercedes -llamó a la mujer-. Lleva a _______ a su habitación y dale unas prendas de vestir nuevas para que se cambie eso harapos.

La mujer, Mercedes, hizo una pequeña reverencia y se acercó hacia mí. Me puse de pié y la seguí. Me llevó a la habitación donde antes me había escondido de Patricio.

Arriba de la cama se encontraba un vestido rojo, un poco corto para mi gusto, un collar de oro, aretes del mismo material que el del collar con unas pequeñas perlas y unos tacos negros.

-Vístete bien para el almuerzo de mañana -dijo Mercedes–. Al amo le gusta ver a las mujeres bien vestidas. No querrás decepcionarlo. El almuerzo será a la tarde. Tendrás que ser puntual esta vez. En ese cajón -continuó señalando a una cómoda que se encontraba al lado de la cama- está tu pijama. Allí, -señaló una puerta- está el baño. La entrada a aquí de cualquier hombre está prohibida mientras estés tú. El amo no quiere ponerte en riesgo a ti y a tu don. Ya es muy tarde, debes dormir. Hasta mañana.

Cuando terminó de hablar, se retiró de la habitación.

Ella era morocha y su pelo era rizado, con un extravagante peinado que simulaba ocupar horas para su producción. Vestía con un simple vestido negro que pasaba sus rodillas y con una pequeña chaqueta color rojo oscuro. Parecía una mujer amable, buena, pero ocultaba algo. Algo extraño. Su mirada estaba, pero a la vez no. Parecía viajar a otro sitio a la vez que te miraba o hablaba. Su voz era pacífica y tranquila; pero a la vez terrorífica.

Tomé una ducha rápida. Cuando terminé, envolví mi cuerpo con una toalla. Al salir, coloqué las prendas de vestir que estaban encima la cama sobre la mesita de luz. Me vestí con el pijama, era un camisón de seda blanco, que estaba dentro del cajón que me había indicado Mercedes. Me acosté en la cama y me dispuse a dormir.

Pensé que no me harían nada malo. Gaston solo quería aquella sustancia que se encontraba en mi vientre, y si no me dolería, no me importaba. Ni siquiera sabía de su existencia hasta hace diez minutos. Luego de que me la quite, me marcharía de este lugar. Me tranquilizaba saber que me iría.

Me desperté luego de unas horas debido a una pesadilla. Me puse de pié y me acerqué hacia una ventana que había en la habitación. Aquella ventana permitía que la luz de la luna entre por ella y daba la vista hacia otro jardín. Pude notar un solo árbol y una escalera que conducía hacia la planta baja. Era un bello paisaje.

Me dirigí hacia allí. Abrí la puerta por donde antes Patricio se fue buscándome y bajé las escaleras. Me detuve en medio del jardín. Por fin respiraba aire fresco.

Sentí sollozos de una persona que provenían detrás del árbol. Me acerqué lentamente hacia allí. Vi a aquel hombre al que había liberado de su jaula. El rubio.

Él se encontraba abrazando sus rodillas, llorando sin consuelo. No sé el porqué, pero algo en él no me permitía desconfiar. Su persona no me provocaba ningún tipo de temor. Luego de meditarlo unos minutos, toqué su hombro, pero él se hizo a un lado. Aparté la mano, pensando en que quizás no debería haber hecho eso.

-Tranquilo, no te haré daño. –dije, tratando de consolarlo.

-Aléjate de mí. -pidió.

-¿Por qué lloras? -le pregunté agachándome y negándome a abandonarlo en aquel estado. Un instinto dentro de mí me decía que debía ayudarlo.

-¿Tú has visto lo que es este lugar? -preguntó mirándome a los ojos y dejándome ver sus ojos marrones claros. En su mirada había dolor, que llegó directamente a mi corazón.

-Pero aquí nadie te hará daño.

-A ti no te harán daño. No te harán daño porque tú tienes el don. –explicó.

-¿Tú cómo lo sabes?

-Porque ya he trabajado aquí. Sé cuál es el deseo de Gaston. Sé que ha pasado años buscándote. Tú vivirás; pero yo moriré en un platillo o en alguna sopa.

-¿Por qué te harían eso?

-No importa. -respondió desinteresado y secándose unas lágrimas.

-Hace frío –dije, luego de que el silencio reinara-. ¿Quieres un abrigo? -le pregunté, ya que él traía su torso desnudo y sus pantalones aparentaban años de uso y desgasto.

-Sí -respondió luego de unos minutos y poniéndose de pié–. Perdóname por ser descortés, casi pierdo la buena educación aquí. Me llamo Guido ¿Y tú?

-_______. Ven conmigo a la habitación, de seguro allí hay algo para ti.

Él asintió levemente y me siguió hasta la habitación donde me había conducido Mercedes. Recordé que ella me dijo que no podía entrar ningún hombre, pero no le di importancia. No haríamos nada malo. Además, ¿Qué podíamos hacer?

Revisé en el armario en busca de algún abrigo. No sabía el por qué, pero allí había ropa de hombre. Un pequeño repertorio con las prendas suficientes como para un par de días. Encontré una camisa de mangas cortas blanca, una campera de cuero y unos jeans holgados.

-Toma, creo que esto te irá bien. –dije, acercándole la ropa.

-Gracias, _______. -dijo sonriendo.

-De nada. -agregué sonriendo igual que él– ¡Guido, estás sangrando! –exclamé, tapándome la boca al ver que su brazo presentaba un tajo que parecía profundo.

-Ah, si… -dijo tocándose el brazo y haciendo una mueca- Pero no es nada.

-¿No es nada? -ironicé- Estás sangrando. –repetí, preguntándome si entendía en significado de “Sangrar”. Me encaminé en busca de aquella sábana con la cual estaba vestida, corté un trozo con las manos y me acerqué hacia él con la idea de detener el sangrado.

-No, no, no. -dijo alejándose.

-¿Qué? ¿Me tienes miedo? -le pregunté deteniéndome en medio de la habitación.

-No, no es eso. Esto ya es demasiado. Si se enteraran que hablé contigo, que estuve en tu habitación y que me ayudaste -hizo una pequeña pausa-. Se enojará.

-¿Quién?

-Gaston. -respondió.

-No me importa que él se enoje -tomé su brazo rápidamente para que no escapara-. Estás herido. No dejaré que alguien muera desangrado. -agregué colocándole el torniquete improvisado que, a decir verdad, sirvió demasiado bien, ya que su herida dejó de sangrar.

-Gracias. Eres muy amable. -dijo agradecido.

-Descuida -dije sonriendo-. ¿Tienes sueño? -le pregunté al notar el cansancio de sus ojos.

-Sí -respondió-. Tú ya sabes que la jaula no es nada cómoda para dormir -dijo riendo; mi corazón dio un vuelco-. Y por cierto, gracias por abrirme el candado.

*****

Espero que les esté gustando la novela. Por favor, déjenme sus opiniones. ¡Gracias por leer! :)

¡Hey you!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora