Capitulo 18

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-Sí. Solo necesita cuidados. Ya sabes, está muy herido. –traté de sonreír, pero mi sonrisa no parecía franca.

-¿Y por qué llorabas? –preguntó, arrodillándose a mi lado.

-Es que... Estoy un poco sensible últimamente. No sé qué me ocurre. Ya se me pasará. –mentí, mientras le aplicaba el líquido que contenía el frasco que él había traído sobre las heridas del perro. Él me creyó.

-Quédate tranquila, _______. –trató de clamarme y colocó una de sus manos sobre mi espalda, haciéndome suaves caricias– Pronto todo esto se terminará.

-Eso espero. –susurré. Terminé de vendarle las heridas– Creo que ya está bien por hoy. Vendré a verlo mañana. Pero Pato... -dije, poniéndome de pié, él me siguió.

-¿Qué? –preguntó.

No podía decirle lo que podría ocurrir. Había vivido quizás toda su vida aquí, solo, y por fin tendría compañía, no Guido o Mercedes, sino compañía de un verdadero y fiel amigo. No podía decirle que había probabilidades de que vuelva a la soledad.

-Nada. Déjalo. Solo cuídate, ¿Sí? Y cuídalo a él también –me agaché y acaricié el lomo de Rock, que no sabía cómo, pero había salido ileso–. Te veo mañana a esta hora, más o menos.

-Por supuesto. –dijo Patricio sonriendo– Te estaré esperando. Que descanses.

-Adiós. –me despedí con un beso sobre su mejilla y subí a mi habitación.

Guido no estaba en mi habitación. Lloré antes de dormirme, cubriendo mi almohada con lágrimas.

Al día siguiente, Mercedes me despertó, pero antes de que ésta se retirara, la detuve.

-Mercedes. –la llamé, ella se volteó hacia mí.

-¿Qué necesita?

-Necesito que me digas todo lo que sabes sobre los procedimientos de Gaston. –le dije así, sin más.

-No puedo hacerlo. Es una obligación. Le recomiendo que deje de hacer preguntas y obedezca al amo en todo lo que le ordene, por su bien.

-¡No lo haré hasta que me digas qué es lo que hace! –exclamé, furiosa.

Ella me miró, con su mirada de robot, inmutable ante mi ira. Sus ojos eran calmos y parecía que pensaba en cómo iba a hacer para tratar conmigo.

-No te lo diré. –respondió por fin y se giró hacia la puerta nuevamente.

-¡Espera! –grité, me levanté de mi cama y la tomé del brazo para que no se marchara– Al menos, dime quién eres tú, ¿Cómo llegaste hasta aquí? –le pregunté, ansiosa por saber más sobre todo este lugar.

-¡Suéltame! –exclamó ella, estiró su brazo, haciéndome que la soltarla y que cayera al suelo de lo brusco que fue su movimiento– Soy una súbdita fiel a Gaston. Él es mi salvador, mi amo. Yo era la única mujer aquí. La única especial. La que tenía el don que Gaston quería. Yo era la que Gaston quería –se cernió sobre mí. Desde el suelo, yo la miraba con una expresión asombrada y asustada. Jamás la había visto así. Su cabello se había desarreglado y caía desprolijo por todos lados, sus manos estaban convertidas en puños que contenían una furia desastrosa–. Hasta que algo salió mal. He sido arruinada. Ya no sirvo para nada. Ni siquiera para Gaston. Pero él es bueno y me permitió quedarme aquí. He obedecido sus órdenes durante años, sin recibir nada a cambio; solo quería el amor de él. Quería que me mirara y que en sus ojos haya amor. Quería darle los hijos que él tanto ansiaba. Pero eso no puede ser. Y ahora llegas tú, faltándole el respeto a él. ¿¡Sabes lo que haría yo por volver a tener mi Amoth!? Llegas tú con tu don y arruinas todo, ¡Quitándome lo único que me quedaba! –gritó y se quedó callada unos minutos, yo estaba muda. Luego, recobró su compostura, acomodó sus cabellos y se dirigió hacia la puerta. Volvía a ser la Mercedes serena. Volteó su rostro antes de abrir la puerta y dijo: –No menciones nada de esto a nadie. Y te lo repito, deja de hacer preguntas y obedece a Gaston en todo lo que te ordene. –abrió la puerta y se fue.

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