Capitulo 13

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Esta vez, Mercedes me acompañó hasta el comedor e incluso movió mi silla para que me pueda sentar.

-Buenos días, _______. -saludó Gastón cordialmente.

-Hola. –dije yo, cortante y fría. Mercedes, quien estaba caminando hacia Gaston, se volteó hacia mí y me dirigió una mirada de asombro e incredibilidad por mi falta de respeto.

Mis dudas sobre Gaston crecían cada vez más. Desde ayer, sentía que ya no podía confiar en él ni en nada que venga de él. ¿Qué era lo que me hacía durante esos procedimientos raros? ¿Por qué nunca me lo dijo?

-Señor, disculpe. Yo… -había comenzado a decir Mercedes, agachando su cabeza.

-Descuida, Mercedes. –dijo Gaston, interrumpiéndola. Continuó sonriente: –No pasa nada. -ella continuó su marcha y se colocó del lado derecho de Gaston. -_______, si he hecho algo que te ha molestado, te pido disculpas.

Yo no dije nada, solo lo miré fijamente y me dispuse a comer. Al cabo de unos minutos, quizás diez o quince, Gaston se puso de pié. Ya sabía lo que eso significaba: fin del almuerzo. Se acercó hacia mí y me estaba por ofrecer su mano, pero, antes de que lo haga, me puse de pié por mi misma y me retiré de allí hasta el cuarto que parecía un consultorio médico, evitando todo contacto que no sea necesario. Esperé en aquel lugar un par de minutos sentada sobre la camilla, hasta que apareció él. Tan elegante y serio como siempre, aunque ahora un poco más serio, tal vez por haberlo dejado en el comedor.

Se colocó unos guantes celestes, preparó la jeringa con anestesia y se aproximó hacia mí. Le ofrecí mi brazo y él inyectó el contenido de la jeringa en éste. Me recosté sobre la camilla, esperando que la anestesia haga efecto y esto se termine de una buena vez por todas. Mis párpados comenzaron a hacerse pesados y me dormí.

Al despertarme, Gaston ya había acabado con lo que hubiese hecho.

-Terminamos. Puedes seguir con lo que sea que hayas estado haciendo. –dijo, arrojando el par de guantes celestes en el tacho de la basura. Cuando él se volteó para retirarse, yo le hice un gesto de burla, luego me bajé de la camilla de un salto y me fui otra vez al jardín.

Una vez que llegué al jardín y me senté debajo del árbol, ansiaba que Guido aparezca nuevamente, pero no había señales de que él anduviera cerca. Miré a mí alrededor, los jazmines, los capullos de las que serían, en un futuro, unas hermosas rosas blancas, me daban ganas de dibujar todo el paisaje. Miré un poco más allá de unos arbustos y una enredadera que trepaba por uno de los laterales del casillo y llegaba hasta la ventana de la oficina de Gaston; entre medio de ellos, una puerta de rejas se escondía, llamando toda mi atención. Debía averiguar qué había al otro lado, así que fui hacia allí. La puerta se abrió con un chirrido y entré. El lugar parecía una pequeña plaza con juegos para niños. Había un tobogán, un par de hamacas, un sube y baja, y otros juegos. Perpleja, me pregunté si aquí había niños, algo que nunca vi en este lugar.

-Gaston siempre quiso tener hijos. –dijo un voz familiar detrás de mis espaldas.

Guido estaba en el marco de la puerta, recargando su peso contra ella, y observándome con una sonrisa falsa en su rostro.

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