Capitulo 21

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 Sus manos ascendían por todo mi cuerpo cuando oímos un ruido que procedía del pasillo. Guido dejó de besarme, giró su rostro y se quedó inmóvil, tratando de oír algo más, pero los ruidos habían cesado. El miedo de que alguien lo descubriera había golpeado todo mi cuerpo. Guido volvió a mirarme con una sonrisa y se inclinó a besarme. Respondí a su beso con dudas, sin poder concentrarme totalmente en él. La idea de que pudiese encontrarlo aquí, conmigo, de esta forma, estaba azotando mi mente como una fuerte ráfaga de viento, tanto que tuve que detenerlo y alejarlo unos centímetros.

-Sabes que me sentiría fatal si te castigan otra vez por encontrarte aquí, ¿No es cierto? –le pregunté, con mis manos sobre su pecho.

Él bajó la mirada.

-Sí, lo sé. Creo que lo mejor será que me vaya –dijo, mientras se apartaba de mí y se ponía de pié frente a la cama-. Te veré después. –besó ligeramente mis labios y se fue de la habitación, dedicándome una sonrisa antes de cruzar la puerta.

Fueron tres los días que habían pasado sin la presencia de Gaston. Aquellos días, Guido había venido cada noche a dormir conmigo, arriesgándose a que lo descubrieran. Recuerdo su fuerte pecho detrás de mi espalda, mientras me rodeaba con sus brazos.
Unas horas antes de que Guido viniese a mi habitación, visitaba a Patricio para ver cómo estaba el perro. Por suerte, Rock mejoraba cada vez más. Aunque siguiese necesitando vendas, sus heridas ya no eran tan graves como al principio, cuando lo encontré. Incluido su cuello, que aparentaba que no sanaría con facilidad, también lo estaba haciendo. La felicidad de Patricio era inmensa.
Cuando volvió Gaston, los días transcurrieron como solían hacerlo. Primero cenaba con él y luego lo acompañaba a la sala que parecía un consultorio médico. Decidí no hacer más preguntas sobre los procedimientos, así todo terminaría rápido y me iría de allí cuanto antes. Pensé sobre lo que pasaría con Guido cuando todo acabe. No quería dejarlo y no quería que él siguiera aquí, trabajando como un esclavo. Así que, esa noche, cuando él vendría a acostarse conmigo, le preguntaría.

-Guido, ¿Qué sucederá cuando me vaya de aquí? –le pregunté, luego de que él se acomodara detrás de mí.

-¿A qué te refieres? –preguntó, mientras acariciaba mi cabello. Me acomodé sobre mi espalda para poder mirarlo a los ojos.

-¿Tú vendrás conmigo?

Él soltó un largo suspiro.

-¿Quieres que vaya contigo? –me preguntó, con un esperanzado amor coloreado en sus ojos.

-Sí.

Guido se agachó y besó mis labios. Pasé mi mano con suavidad sobre su rostro.

-Entonces, iré. A donde tú vayas, yo estaré allí. –susurró, mientras sus labios se separaban de los míos.

Todo cambió en una noche.
Guido estaba durmiendo. Yo me acurruqué sobre su pecho, aspirando su aroma. No lograba conciliar el sueño por alguna causa que desconocía. Miraba cómo mi dedo trazaba círculos imperfectos sobre su torso.
Pude oír un débil sonido que provenía desde atrás de la puerta, cerca de los pasillos. Me incorporé rápidamente, poniendo todos mis sentidos alertas.

-Guido, ¿Has oído eso? –le pregunté, tratando de captar algún otro sonido que delate la presencia de una persona indeseada.

-Hmmm... -se quejó Guido.

-Despierta –le dije, mientras lo zarandeaba por su brazo-. Creo haber oído algo.

Guido abrió los ojos y me miró. Se incorporó en la cama y se puso de pié lentamente. Caminó hacia la puerta con pereza y apoyó el oído sobre ella. Me dirigió una mirada, negando con la cabeza, en señal de que no había ningún ruido. Abrió la puerta. Mi corazón comenzó a acelerarse. No quería que lo descubrieran. Se adentró al pasillo, quedando fuera de mi vista. Sentí que mi corazón me saldría por la garganta.
A los segundos volvió, negando aún con la cabeza. Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo.

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