Capitulo 8

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Sobre el sofá, Guido se encontraba llorando y tomando su rostro con sus manos. Llevaba la ropa que le había dado anteriormente la primera vez que lo vi. Ésta estaba destrozada. Apenas se podía distinguir la camisa y el pantalón estaba roto en varios lugares.

-Perdona, no quería despertarte. –dijo al notar que estaba despierta.

-Guido… -suspiré haciendo a un lado las sábanas y yendo hacia él para socorrerlo- ¿Qué te sucedió?

-No importa, _______... –contestó.

-Dime. –le pedí poniéndome a su altura y secándole una lágrima.

-Créeme, no querrás saberlo. –dijo mirándome a los ojos.

-Está bien. Espérame, iré a buscar una cosa. Ya vuelvo. –me incorporé y salí de la habitación.

Me dirigí hacia la cocina. Tomé un paño y calenté un poco de agua en un jarro. Mientras el agua se calentaba, fui a la sala donde Gaston me llevaba para hacer esos procedimientos raros y busqué allí algodón y alcohol. Los conseguí. Los llevé a la cocina, ahí recogí el jarro con el agua y el paño, y llevé todo a la habitación en una bandeja.

-Ya llegué. –dije sonriendo y acercándome hacia él.

-¿Qué harás? -me preguntó desconfiado.

-Primero, te limpiaré las heridas -mojé el paño en el agua caliente- y segundo, te las curaré. Sácate la camisa. –le ordené.

-No. –dijo apartándose de mí.

-Vamos Guido, no te comportes como un niño. No dolerá. –no mucho, pensé.

Él solo tuvo que desabrochar tres botones y ésta salió sola de lo tan destrozada que estaba.

Comencé por su brazo, con una herida parecida ser provocada por un cuchillo debido a su profundidad. En el momento en que apoyé el paño con sumo cuidado sobre ésta, él inspiró aire fuertemente por el ardor que le provocó.

-Ya pasará. –dije, acariciándolo con el paño.

Transcurrieron unos minutos y terminé de limpiarle todas las heridas, las de los brazos, el pecho y la espalda. No importó cuántas veces le pregunté qué le había ocurrido y él siempre me respondió “Nada”.

Tomé un trozo de algodón y lo llené de alcohol. Lo pasé suavemente sobre las heridas de su brazo. Se quejó muchas veces, pero era por el bien de él. Terminé con su brazo y proseguí con su espalda. Movía el algodón con suavidad pero Guido no dejaba de moverse.

-¿¡Podrías quedarte quieto!? -me harté.

-¡Pero arde! -protestó.

Le apoyé 3 veces más el algodón en su espalda sobre la herida y luego la besé ligeramente.

-¿Así está mejor? -le pregunté sonriendo aunque Guido no pudo ver mi sonrisa, ya que estaba detrás de él.

-Sí -yo me moví y me coloqué frente a él-. Pero también me arde aquí. –dijo, señalándose su pecho.

-Claro… -murmuré. Coloqué el algodón sobre su pecho, lo suficiente para limpiarlo, sonreí y también lo besé ligeramente.

-Y aquí. –dijo, señalándose debajo de su labio inferior.

-Por supuesto. –dije, colocándole el algodón con alcohol sobre un raspón que poseía allí.

Me había quedado hipnotizada observando su boca. En el momento en que mis labios rosaron la comisura de su labio inferior, Guido me besó. Puso sus manos sobre mis caderas. Eché la cabeza hacia atrás por instinto pero él colocó una de sus manos sobre mi nuca, empujando con suavidad mi boca contra la suya, intensificando el beso. Esta vez, nuestras lenguas se encontraron con fogosidad. Mientras él recorría mis caderas con sus manos, arriba y abajo, cerré mis brazos detrás de su cuello a la vez que lo besaba vorazmente.

Lentamente, Guido me condujo hacia la cama. Él, sin soltarme de las caderas, se recostó sobre ella, haciendo que yo cayera sobre él.

-Tu espalda. –dije entre besos.

-No me duele. –respondió.

Sentí que suspiró del dolor, fue ahí cuando me separé de él y me puse de pié.

-Te lo dije. –sonreí tímidamente.

Él también sonrió y se sentó sobre la cama resignado.

Hubo un silencio rotundo. Silencios incómodos, qué oportunistas son.

-Iré a la cocina. A… A buscar algo para tomar…- dije dudosa, luego de unos minutos.

-Sí. Sí. Yo… Yo iré al jardín a podar las plantas y demás. –acotó con mi misma inseguridad y saliendo de la habitación.

Me encaminé hacia la cocina. Caminaba mirando mis pies, pensando en lo que hubiese ocurrido si Guido no estaba lastimado. Luego, pensé sobre qué era lo que ocasionó esas heridas. Lo castigaron, deduje.

Iba tan sumida por mis pensamientos que en ningún momento levanté la vista para fijarme en mi camino. Esto produjo que chocara con alguien y me cayera al suelo.

-Lo siento… No venía mirando el camino. -me disculpé.

-Descuida, fue mi culpa. –me consoló él.

Levanté mi vista al no escuchar la voz de Patricio, de Gaston, de Mercedes, e incluso la de Guido. Sentada en el piso, comencé a inspeccionarlo desde sus pies. Calzaba botas para la lluvia de color aceituna. Proseguí por su torso, vestía con un piloto negro que pasaba sus rodillas. Sobre su cabeza, descansaba un sombrero del mismo color de sus botas.

-Un gusto. Mi nombre es Sebastián, soy el guardián del castillo.

*****

Espero que les haya gustado el capítulo 8 y por favor, no se olviden de dejarme sus comentarios. Gracias! :)

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