『07』En juego.

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|Christopher Vélez|


—¿Y ahora?—le pregunté a Sam, que se encogió de hombros con una expresión de resignación.

—Te falta la barba de viejo verde y ya—mencionó, sonriendo de manera burlona.

—¿Tan mal me veo?—respondí, sintiendo cómo la incomodidad me invadía.

—Tienes traje, pero eso no garantiza que haya otros como tú. La mayoría de estos tipos usan mujeres como adornos para cenas de negocios.

—Lo sé, lo sé—gruñí. —Pero no voy a una cena de negocios, Sam. Esta es una misión. En cuanto me vaya de aquí, quiero que Pérez y López cuiden la casa. Y tú, Cabelti, vendrás conmigo.

—¿Por qué yo no, Christopher?—protestó.

—Porque no, Sam. Te necesito aquí. Quiero que compres ropa, mucha ropa. Bragas, sostenes, lo que sea necesario. Lleva a una de las chicas contigo. Compren cosas para Freya.

—¿Qué te asegura que la traerás?—replicó, frunciendo el ceño.

—Yo sé que la traeré—dije con firmeza, aunque una parte de mí comenzaba a dudar. —No te fíes tanto en mí; puedo hacer muchas cosas.

—Ajá, señor Misterioso, váyase entonces. Yo iré con Lindsay a comprar las prendas.

Me di media vuelta y, al caminar, miré a Sam.

—Follatela en la habitación de huéspedes, lleva vino si quieres—le guiñé un ojo, intentando aligerar el ambiente.

Sam sonrió, su expresión cambiando por un momento.

—Gracias, hermano—dijo, y me guiñó el ojo de vuelta.

—Favor con favor se paga—le recordé, sintiendo un extraño alivio.

(•••)

Respira, Vélez. ¿Qué tan difícil puede ser?

Caminé por los pasillos, cruzándome con gente que no conocía y con socios que me lanzaban miradas extrañas. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que sentirme así? 

Mire las variadas habitaciones que había, cada una cerrada como un secreto que se negaba a revelarse. ¿Cuál de todas era la correcta? Gruñí al no saber de cuál se trataba.

Entonces lo vi. Eduard Colón, el tipo de la cafetería, quien estaba decidido a comprar a Freya. Lo observé mientras entraba a una habitación, acomodándose la corbata con arrogancia. 

No podía dejarlo ir; lo seguí hasta la puerta, que se encontraba abierta, y entré.

Dentro, había al menos veinte hombres, todos sentados, charlando en murmullos inquietos. Albert, el tío de Freya, estaba parado en un pequeño escenario con un micrófono en mano, su expresión oscilando entre la alegría y una extraña melancolía.

«¿Contará un chiste como buen payaso que es?»

Tomé asiento. 

La puerta se cerró detrás de mí, y el ambiente se volvió tenso, como si la sala contuviera la respiración. Todos los hombres parecían tranquilos, pero yo estaba nervioso, con una mezcla de ansiedad y furia burbujeando en mi interior.

—Muy bien, estoy viendo una que otra cara nueva. Eso es raro, ya que no hay muchas personas nuevas en el registro de los que vienen a menudo—comenzó a hablar Albert, su voz resonando en la sala. —Me alegra ver más gente interesada en nuestra... propuesta.

Los hombres a mi alrededor respondieron con un "Sí" al unísono, como un coro macabro.

—Sé por qué están aquí. Todos recibieron la notificación de que pondría a mi sobrina en una subasta. Tal vez suene mal, pero no quiero dejar huérfana a la niña. Esto es por su bien—dijo, su tristeza era una fachada tan delgada como el papel.

—Creo que no hay nadie mejor que yo para cuidarla—dijo Eduard, interrumpiendo con una confianza que me hizo hervir por dentro.

Albert rió, una risa que no llegó a sus ojos.

—Ya lo veremos, señor Colón. Dependerá de cuánto ofrezcan para saber si mi sobrina estará en buenas manos.

—¡Vamos! Conozco bien su situación. Sé que tengo mucho para ofrecer—dijo Eduard, su tono despectivo y arrogante.

—Todos aquí tienen mucho, ¿no es verdad?—respondió Albert, mirando a su alrededor con una sonrisa calculadora. —No regalaré a mi sobrina por unos diez dólares.

—Primero hay que ver la mercancía para saber cuánto daremos—dijo uno de los hombres, con una avaricia latente en sus ojos.

—La están preparando. Saldrá en unos minutos—informó Albert, con una sonrisa que podría haber sido cualquier cosa menos sincera.

—Cuando salga, ya sabremos de quién será—dijo Eduard, sus ojos brillando con una codicia que me causó náuseas.

«No será de ti, amigo. Te lo aseguro», pensé, sintiendo cómo la furia me consumía. 

Cada palabra de Albert era un ladrillo que reforzaba mi determinación de salvar a Freya. Tenía que actuar, tenía que sacar a Freya de este infierno antes de que fuera demasiado tarde.

La subasta estaba a punto de comenzar, y el tiempo corría en su contra.

Subasta ||C.V. ||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora