『17』Rivalidades.

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Para este capítulo, podemos añadir más emoción y detalle, intensificando la confrontación entre Freya y Diana, y la incomodidad de Freya en el restaurante. Aquí tienes la versión editada:

Me detuve frente al espejo, observando mi reflejo. Era surrealista pensar que ahora estaba en la casa de un hombre tan poderoso, vestida con ropa de diseñador. Mi vida había cambiado radicalmente, y no sabía si estar agradecida o asustada por ello. Pasé mis dedos por el delicado vestido, sintiendo la suavidad del tejido contra mi piel.

—Creo que al señor Vélez no le gustará ese vestido —la voz de Diana interrumpió mis pensamientos. Sus ojos me examinaban con una frialdad disfrazada de inocencia.

—¿Perdón? —me giré, sorprendida por el comentario.

—Al señor Vélez le encanta mantener todo reservado para él. También prefiere que su vida íntima se mantenga en secreto —dijo mientras ajustaba las sábanas de la cama, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Mi mente se trasladó de inmediato a lo que había sucedido en las escaleras entre Christopher y yo. ¿Estaba insinuando algo?

—Christopher me pidió específicamente que me pusiera este vestido —respondí, colocando un brazalete en mi muñeca con deliberada calma. —Se nota que no conoces a tu jefe tan bien como crees.

Diana sonrió con una confianza irritante.

—Lo conozco mejor de lo que imaginas.

Mi estómago se revolvió al escuchar esas palabras, el doble sentido no pasó desapercibido. Mantuve mi expresión indiferente, aunque el calor de la rabia comenzó a crecer en mi interior.

—Oh, en ese caso... bien por ti —respondí, esforzándome por no perder el control. No le daría la satisfacción de verme afectada.

Diana se acercó hasta quedar justo frente a mí, su mirada desafiante. Aunque era guapa, no me intimidaba. Su proximidad no era suficiente para quebrar mi compostura.

—Lo he sentido más veces que tú —susurró, como si eso debiera afectarme—. Y créeme, en un abrir y cerrar de ojos, te dejará. Yo seré su mujer.

Solté una risa suave, sarcástica.

—¿Crees que me dejará ir fácilmente? —pregunté, sabiendo que Christopher había gastado una fortuna por mí. No me dejaría ir sin más.

—Sí —afirmó con una convicción que me sorprendió.

Incliné la cabeza, analizándola con más atención.

—Lamento decirte que eso no pasará —mi voz adquirió un tono de burla. —Sigue soñando.

La expresión de Diana se endureció, pero no se movió. Me miraba como si supiera algo que yo no.

—Se olvidará de ti, tenlo por seguro.

No pude evitar sonreír con malicia.

—¿Quieres perder tu trabajo? —pregunté, mi tono afilado. Diana permaneció en silencio, y sus ojos titubearon por un segundo. —Ahora sí que no hablas. Tal vez debería sugerirle a Christopher que te despida por ser tan maleducada.

El silencio que siguió fue delicioso, la inseguridad en su rostro evidente.

—No lo hará... no me despedirá —intentó sonar segura, pero su voz se quebró ligeramente.

Disfruté el miedo que empezaba a asomarse en sus ojos.

—¿Eres solo una sirvienta, no te queda claro cuál es tu lugar? —dije, saboreando cada palabra. —Mi madre me enseñó a tratar a todos con respeto, pero claro, si tú no me tratas bien, yo tampoco lo haré.

Diana dio un paso atrás, su rostro tensándose, justo en el momento en que Christopher apareció en la puerta.

—Cariño, ¿ya estás lista...? —dejó la frase en el aire al verme, sus ojos ignorando completamente la presencia de Diana.

—¿Qué tal me veo? —pregunté, acercándome a él, sabiendo que la mirada de Diana seguía clavada en nosotros.

—¿Me dejarías amarrarte a la cama? —preguntó con una sonrisa, atrayéndome hacia su cuerpo. El calor de su toque me envolvió.

—Tal vez cuando volvamos... —respondí con un tono juguetón, rozando nuestras narices. Luego, me giré hacia Diana, que se había quedado de pie, inmóvil. —Oye, Diana, ¿qué me estabas diciendo hace un momento?

La incomodidad en su rostro era palpable.

—Nada, Freya —murmuró, evitando mi mirada.

—Señorita Vélez —interrumpió Christopher, sus palabras haciendo que frunciera el ceño. Diana abrió los ojos con incredulidad.

—Quiero que así te dirijas a mi futura esposa —dijo, con una calma que hizo que el aire en la habitación se volviera pesado. —Tú y todos los trabajadores.

¿Qué demonios...?

Apenas habíamos tenido relaciones el día anterior, y ahora él hablaba de matrimonio. Mi mente giraba a mil por hora.

¿Estaba hablando en serio?

—Señor Vélez... —Diana comenzó a hablar, pero Christopher la interrumpió con un suspiro.

—Sé lo que vas a decir. Sí, me casaré con ella. Y por la iglesia. Además, tú la ayudarás a elegir un vestido.

No pude evitar sonreír. La expresión de Diana se quebró, el dolor y la furia eran evidentes.

—¿Qué...? Debes estar bromeando —dijo, su voz temblando de incredulidad.

¿Le habría prometido algo Christopher? O quizás solo había sido una aventura, y ella había terminado enamorada.

Pobrecita.

—Nunca he sido tan sincero en mi vida —replicó Christopher. —¿Nos vamos, cielo? —me preguntó, ignorando el rostro de Diana, rojo de rabia.

—Vámonos —respondí triunfante.

(•••)

Cuando llegamos al lujoso restaurante, me sentí fuera de lugar. No podía creer que estuviera en un sitio tan elegante, acompañada por Christopher. La mano de él nunca se apartó de mi cintura, y aunque necesitaba ese contacto para no sentirme abrumada, me hacía consciente de cada mirada a nuestro alrededor.

Nos acercamos a una pareja sentada de espaldas. Christopher los saludó, y yo imité su gesto, tratando de mantener la compostura. La mujer frente a mí era hermosa, y cuando levanté la vista para saludar al hombre, sentí un escalofrío.

Se parecía increíblemente a Eduard.

Nos sentamos frente a ellos, y de inmediato el hombre me lanzó una mirada intensa.

—Es muy linda su acompañante —comentó, sin quitarme los ojos de encima.

—Sí, es muy guapa —respondió Christopher, apretando mi mano con fuerza.

El resto de la noche transcurrió en un vaivén de conversaciones sobre negocios, mientras la mujer frente a mí intentaba meterse en la conversación en los momentos menos oportunos. Yo apenas hablaba.

Cada vez que Christopher me pedía opinión, solo asentía, sin atreverme a decir mucho. No pertenecía a este mundo, y aunque Christopher me llamara su futura esposa, aún no me sentía parte de ello.

Subasta ||C.V. ||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora