『09』Razón y obsesión.

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|Christopher Vélez|

El motor del auto ronroneaba suavemente mientras me detenía en la salida, con las manos aferradas al volante. Mi corazón latía con fuerza, no de emoción, sino de incertidumbre.

Miré hacia la entrada y allí la vi, retenida por un guardia. Había algo en su mirada que me hizo sentir un nudo en la garganta. Era miedo, dolor, y algo más profundo... desesperanza.

Bajé la ventana, y el aire fresco de la noche golpeó mi rostro, pero no logró disipar la tensión que colgaba entre nosotros.

—¿Es suya? —me preguntó el guardia con una indiferencia que me hizo apretar la mandíbula.

Mi mente se detuvo un instante en esa pregunta. ¿Suya? No, no lo era. Ella no me pertenecía, pero ¿cómo podía explicarle a ese hombre que lo único que quería era salvarla de ese destino cruel?

Saqué los papeles y se los mostré, mi voz salió más áspera de lo que esperaba.

—Sí —respondí, sintiendo una punzada de culpa en mi pecho.

El guardia la tiró del brazo, como si no fuera más que un objeto, y vi cómo su rostro se torció en una mueca de dolor. Mis manos temblaron sobre el volante. No podía soportar verla sufrir así.

Cuando la subió al auto, cerré las puertas con un clic firme, asegurándome de que no pudiera salir, pero también queriendo protegerla del mundo exterior, un mundo que le había fallado.

—Muchas gracias —le dije al guardia, aunque la gratitud se sentía vacía en mi boca.

—No hay de qué, Señor Vélez —respondió, antes de abrir el portón para dejarnos salir.

Giré mi cabeza hacia ella, y lo que vi me partió el alma. Lágrimas corrían por su rostro, silenciosas pero implacables. El aire entre nosotros estaba cargado de su dolor, su desesperación.

—¿Qué te pasa? —le pregunté, aunque la respuesta era evidente.

—¿Qué me pasa? ¡Nada! ¡Solo me están sudando los ojos! —respondió con sarcasmo, y aunque intentaba usarlo como un escudo, el dolor detrás de esas palabras era innegable.

Su resistencia me golpeó como una ola. Quería decirle que todo estaba bien, que podía confiar en mí, pero ¿cómo podía culparla por no hacerlo?

Le había comprado, la había arrancado de su vida, aunque fuera para salvarla. Mi pecho se apretaba con una mezcla de culpa, frustración y un deseo ferviente de que ella pudiera ver más allá de sus miedos.

Tomé su mano, intentando ofrecerle un gesto de consuelo, pero ella la apartó de inmediato, como si mi toque quemara.

—¡Me compraste! ¡¿Cómo quieres que confíe en ti?! ¡Estás loco! —gritó, y sus palabras me golpearon como cuchillos.

Nos detuvimos en un semáforo, y la miré, intentando encontrar las palabras correctas, pero lo único que salió fue la cruda verdad.

—¿Y si no te hubiera comprado? ¿Dónde estarías? Dímelo, ¿dónde? —pregunté, mi voz más baja, pero cargada de una desesperación que no pude ocultar—. ¿Estarías en tu casa? ¿En un lugar mejor? —Mi mirada se suavizó mientras continuaba—. Me enteré de que te subastarían, y para que no te comprara algún degenerado, lo hice yo. No haré contigo nada que no quieras, solo quiero protegerte. Confía en mí.

Ella me miró con ojos llenos de incredulidad, como si mis palabras fueran imposibles de creer.

—¿Confiar en ti? ¿Para qué? —susurró, su voz temblorosa pero cargada de resentimiento—. ¡Gastaste más de lo que como en un año! ¿Para qué gastarías tanto en una mujer que no vas a tocar? —La dureza de su tono me dejó helado.

Subasta ||C.V. ||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora