『03』Esperas y deseos.

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|Freya Miller|

Al día siguiente, mi tío Albert y yo estábamos en la cafetería, listos para atender a los clientes como siempre. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, creando una atmósfera acogedora que me hacía sentir en casa. Me puse el delantal con una sonrisa, sintiendo que el día podría traernos algo especial.

A medida que organizaba las tazas en la barra, una pequeña parte de mí no podía dejar de pensar en la ausencia del señor Vélez. Había algo en él que siempre lograba captar mi atención: su mirada intensa y esa forma en que parecía observar todo a su alrededor con una mezcla de interés y deseo. Pero hoy, su silla permanecía vacía, y una pequeña decepción se instaló en mi corazón.

La mañana avanzó con normalidad. Sam, un nuevo cliente de aproximadamente veinticinco años, entró y se sentó en una de las mesas. Tenía una sonrisa amigable y una energía contagiosa. Su presencia iluminaba el lugar, y me sentí un poco más alegre al ver su entusiasmo.

—Oye, Freya, ¿ya hablaste con tu madre? —preguntó mi tío Albert, rompiendo el silencio de mis pensamientos.

—Sí, me dijo que vuelven mañana por la noche —respondí, intentando concentrarme en el presente. La idea de ver a mi madre siempre traía buenos recuerdos, una sensación de confort que me llenaba de esperanza.

Albert me sonrió, como si tuviera un secreto que no podía esperar a contar.

—Oh, mañana... ¿Por qué? —preguntó con curiosidad, su tono cambiando un poco.

—Fuertes lluvias o algo así —bufé, intentando restarle importancia a la preocupación que se asomaba en su rostro.

—Espero que no ocurra nada malo —dijo de repente, y su tono se tornó más serio.

Una sensación de misterio se unió a sus palabras, pero intenté mantenerme ligera.

—Estarán conmigo hasta los cien años, ¿recuerdas? —dije divertida, riendo mientras intentaba desviar la conversación.

—Ajá, lo recuerdo —respondió, aunque su mirada se mantuvo fija en la puerta, como si esperara la llegada de alguien.

Mientras servía a los clientes, no podía dejar de pensar en el señor Vélez. Su ausencia me inquietaba más de lo que quería admitir. ¿Por qué me importaba tanto? Aún no lo sabía, pero había algo en su mirada que me hacía sentir viva, como si cada vez que entraba en la cafetería, traía consigo una brisa fresca que renovaba mi día.

A lo largo de la jornada, la cafetería se llenó de risas y charlas animadas. El sonido de las máquinas de café y los pedidos de los clientes creaban un ambiente familiar. Cada vez que la puerta se abría, mi corazón daba un salto, esperando ver a Christopher entrar. Pero la decepción volvía a instalarse en mí cuando solo veía a clientes habituales. Sin embargo, cuando Sam se acercó a la barra, sonriendo, me distraje de mis pensamientos.

—¿Todo bien, Freya? Pareces un poco distraída hoy —dijo, y su voz era suave y amistosa.

—Oh, sí, solo estoy pensando en algunas cosas —respondí, tratando de desviar la atención.

—A veces, un buen café puede ayudar a despejar la mente —sugirió, y sonrió mientras le servía su bebida.

—Tienes razón —le dije, sintiéndome un poco más animada por su presencia.

A medida que el día avanzaba, un rayo de sol entró por la ventana, iluminando la cafetería. Mis pensamientos regresaron a Christopher. ¿Por qué no había venido hoy? Lo extrañaba, aunque apenas nos conocíamos. Aun así, cada vez que lo veía, sentía un cosquilleo en mi estómago, algo que no podía ignorar.

La tarde continuó, y finalmente el momento que había estado esperando llegó. Con cada cliente que entraba, una parte de mí esperaba ver a Christopher, pero eso no sucedió. La decepción se hacía más palpable. Al final del día, miré a mi tío, quien estaba limpiando la barra con una expresión pensativa.

—¿Te parece si cerramos un poco antes hoy? —pregunté, sintiéndome un poco abrumada.

—Claro, Freya. Si quieres, puedes irte a casa temprano. Yo me encargaré de cerrar —dijo, y su tono era reconfortante.

Salí de la cafetería, sintiendo que la brisa fresca de la noche acariciaba mi rostro. Caminé lentamente hacia casa, pensando en lo que podría haber sido un día perfecto si el señor Vélez hubiera aparecido. ¿Por qué me sentía así? Era un sentimiento nuevo, y me asustaba un poco.



|Christopher Vélez|

Desde mi oficina, observé la cafetería a través de la ventana, la luz interior iluminaba la escena como un cuadro. La chica que me había cautivado, Freya, se movía ágilmente entre las mesas. Me pasé la mano por el cabello, sintiendo una mezcla de frustración y deseo. Su risa, la forma en que hablaba con los clientes... todo me hacía querer acercarme más, conocerla en un nivel más profundo.

La había estado observando durante semanas, y cada vez que pensaba en ella, mi mente se llenaba de imágenes de su sonrisa, su cabello ondeando suavemente. Era como si su esencia me hubiera atrapado en un hilo invisible, y no podía romperlo.

Aquel día, mientras contemplaba la situación desde mi oficina, una parte de mí sabía que debía acercarme. La necesidad de tenerla cerca crecía con cada día que pasaba. Miré a mi secretaria, que en ese momento trataba de acomodarse el cabello.

—Ella no se peina así —le dije, un poco frustrado.

—Yo no soy ella —me respondió, dándome la espalda.

—Créeme cuando digo que ya me di cuenta. Ella no es tan insoportable —la reprendí, aunque sabía que mi tono era más severo de lo que debería. La verdad era que nadie podía compararse con Freya.

(···)

Después de terminar lo que había hecho con mi secretaria, me sentía vacío. El sexo con ella no era lo mismo que imaginaba tener con Freya, desnuda junto a mí en mi cama. En lugar de sentir la calidez de su piel, solo experimentaba la frialdad de la realidad.

Cada vez que cerraba los ojos, me encontraba visualizando a Freya: su sonrisa, la forma en que movía su cabello, la chispa en sus ojos. Era un torbellino de sensaciones, y en cada encuentro con otra mujer, la imagen de Freya me invadía. Trataba de imaginarla a mi lado, sintiendo su piel contra la mía, pero era imposible no caer en la decepción.

La verdad era que cada día que pasaba sin poder acercarme a ella se sentía como una eternidad. No solo era su belleza física lo que me atraía, sino la pureza que parecía emanar de ella, esa dulzura que contrastaba con la dureza del mundo que me rodeaba.

Me senté en mi escritorio, rodeado de documentos y cifras, pero mi mente seguía divagando hacia Freya.

¿Cuánto tiempo debería esperar? ¿Un mes? ¿Dos meses? Necesitaba encontrar la manera de saciar este deseo que me consumía, de salir de esta espiral de pensamientos que giraban en torno a ella. Pero, ¿cuándo acabaría esta obsesión? ¿Era realmente una obsesión, o simplemente un deseo profundo de conocerla más allá de la superficie?

Finalmente, tomé la decisión. 

Debía averiguar más sobre ella, encontrar la manera de acercarme sin que se sintiera amenazada. 

Tenía que conocerla de verdad, no solo como la chica detrás de la barra, sino como Freya Miller, la mujer que había comenzado a ocupar cada rincón de mis pensamientos.

Subasta ||C.V. ||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora