『04』Café y conflictos.

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|Christopher Vélez|

Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras me acerco a la cafetería. Hoy, la anticipación me acompaña; necesitaba verla. La imagen de Freya, con su vestido floreado que usaba la mayoría de las veces, era una de las pocas cosas que podía iluminar mi día en medio de la rutina. 

Había algo en su esencia, en su manera de interactuar con los demás, que despertaba algo en mí que no podía explicar.

Al abrir la puerta, el aroma del café recién hecho y el suave murmullo de las conversaciones me rodearon. Sin embargo, mi corazón dio un vuelco cuando vi a Freya. Estaba con una corta falda negra y una ombliguera rosa, hablando animadamente con un cliente. Su risa, pura y contagiosa, llenaba el espacio. A pesar de que estaba en un lugar lleno de gente, ella destacaba, como un faro en la oscuridad.

Me senté en una mesa cercana, intentando no ser obvio mientras escuchaba la conversación. Su voz, clara y melodiosa, me intrigaba.

—¿Entonces...? —preguntó el joven, con una sonrisa que intentaba ser encantadora.

—¿Qué? —respondió ella, sin darse cuenta del giro que la conversación estaba tomando.

—¿Aceptarías salir conmigo? —el chico parecía confiado, pero su actitud me molestó.

—Mira... en este momento no busco salir con nadie —dijo Freya, su tono firme y directo, pero no exento de amabilidad.

—Voy a darte dinero si es lo que quieres —las palabras resonaron como un golpe en mi pecho, y sentí cómo la ira comenzaba a burbujear en mí. 

¿Acaso pensaba que Freya era interesada?

—Humm... —ella sonrió, pero su expresión se endureció rápidamente.

—¿Lo ves? Ya nos estamos entendiendo —el chico se inclinó hacia ella, tratando de acercarse más, como si lo que dijera fuera suficiente para conquistarla.

"No, ella no es así", pensé mientras observaba cada pequeño gesto de Freya. Ella era fuerte, inteligente y no merecía ser tratada de esa manera.

Estaba atento a todos sus movimientos. Cuando Freya tomó el vaso de agua fría que estaba sobre la mesa, supe que algo iba a suceder. Sin previo aviso, se lo arrojó al joven, quien se levantó furioso.

—¿¡Qué carajos te pasa!? —gritó él, sorprendido y empapado.

—Perdón, señor Colón, creí que usted estaba muy caliente. Si me permite, iré a traerle una servilleta —dijo Freya, su sonrisa inocente contrastando con la tensión en el aire.

—¡No quiero tu estúpida servilleta! ¡Me largo! —gritó él, pero antes de salir, Freya lo detuvo con una mirada firme.

—Se ha olvidado de pagar, señor Colón. ¿No cree? —preguntó ella, desafiando su autoridad con una sonrisa que podría derribar muros.

El hombre, visiblemente molesto, sacó su billetera y le pasó un billete de cien dólares.

—Quédate con el resto, adiós —gruñó, saliendo de la cafetería con prisa.

Freya guardó el dinero en su delantal y se acercó a mí, con una mezcla de satisfacción y frustración en sus ojos.

—Buen día, señor Vélez —murmuró, aún con la adrenalina corriendo por sus venas.

—Buen día, señorita Miller... ¿Qué pasó con ese tipo? ¿Intentó faltarte al respeto? —pregunté, sintiendo una punzada de protección hacia ella. No podía soportar la idea de que alguien la menospreciara.

—No solo eso —respondió, su voz cargada de frustración—. Estoy harta, señor Vélez. Todos los días, ofertas y más ofertas. ¿Tan desesperados están? —preguntó, desahogándose un poco. —Digo, en su mayoría son hombres casados y... ¡Agh! Son repulsivos —su expresión reflejaba un claro desdén.

—¿Ofertas? Creo que solo debes ignorarlos, nena —dije, intentando ofrecerle una perspectiva más optimista, pero sabía que era más fácil decirlo que hacerlo.

—¿Ignorarlos? Señor Vélez, todos estos tipos son empresarios y son los que más llegan al local. Creen que por tener dinero pueden tenerme a sus pies. El dinero se les sube a la cabeza. ¡A todos! ¡Todos esos supuestos empresarios son iguales! —exclamó furiosa, su voz resonando en el aire.

"Me dijo igualado", pensé, sintiendo una punzada de indignación. ¿Era tan mala la imagen que tenía de mí?

—No todos son iguales —murmuré, intentando defender a algunos de mis colegas.

—¡Todos son iguales! ¡Algunos son hasta peores! —me dijo con determinación, y no pude evitar reírme.

—¿Por qué dices eso? ¿Alguna experiencia? —pregunté, disfrutando de nuestra conversación y sintiendo que esta dinámica era algo que no había tenido en mucho tiempo.

—No, solo sé que son así. ¡Todos son unos mujeriegos y avariciosos! ¡Solo piensan en eso y en dinero! —respondió, sus mejillas sonrojándose, lo que me hizo sonreír aún más.

—¿En «eso»? —pregunté, provocándola un poco, disfrutando de la forma en que sus ojos brillaban con fuego.

—Ya sabe, en eso —dijo, sus ojos desafiantes mientras intentaba contener una risa.

—¿Y qué hay de mí? —me atreví a preguntar, sintiendo una chispa de interés en el aire.

—Usted es diferente —dijo, su voz casi un susurro, como si temiera decir lo que realmente pensaba.

—¿Diferente? —repetí, intrigado. No podía dejar pasar esa oportunidad de conocer su opinión.

—Sí, diferente. No sé cómo explicarlo —respondió, mirando hacia el suelo con una mezcla de timidez y sinceridad.

—Quizás soy solo un empresario más, pero puedo ser el que te escuche —dije, esperando que mis palabras la impactaran.

Freya sonrió, y esa sonrisa iluminó todo el lugar. Su energía era contagiosa, y en ese momento sentí que había una conexión real entre nosotros, algo más allá de las palabras.

—Bueno, ¿qué le sirvo? —preguntó, volviendo a su rol de camarera, pero la chispa en sus ojos seguía encendida.

—Lo de siempre, bonita —respondí, pero sabía que eso no era suficiente. Quería más que solo café; quería conocerla, entenderla y, sobre todo, protegerla.

Mientras ella se dirigía al mostrador, mi mente no podía evitar pensar en cómo podría ayudarla. Necesitaba hablar con Sam, pedirle que la vigilara, no porque quisiera controlar su vida, sino para asegurarme de que estuviera a salvo y no tuviera que lidiar con esos hombres irrespetuosos.

Freya era especial, y aunque pensara que todos éramos iguales, en mi corazón sabía que ella merecía más. 

Era tiempo de actuar. Mi mente comenzó a trazar un plan para protegerla. Ella era mía, y no permitiría que nadie la menospreciara.

Me recliné en la silla, observando cómo se movía con gracia entre las mesas, hablando con los clientes, su risa resonando en el aire. En ese instante, supe que haría lo que fuera necesario para mantenerla a salvo. 

Ella era mi prioridad, y no iba a dejar que nadie la tratara como una simple opción

Subasta ||C.V. ||TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora