33. Trampas sin resolver (II)

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Estaba tan nerviosa, tan atacada, tan condenadamente paranoica, tan tonta, tan enamorada de él... Que lo único que se me ocurrió fue beber y beber más vino. Creo que me bebí más de dos botellas... ¿Creo? A lo mejor fue solo una... Y aunque Hugo me las intentó quitar y me decía que no bebiera más... Yo no le hacía caso... Sí, definitivamente, supongo que estaba borracha... ¿Creo?

***

Vale, no tendría que haber dejado que bebiese tanto. Ahora estaba más borracha que una cuba. No paraba de reírse por todo, incluso reía si yo cogía alguna de las aceitunas que había encima de la mesa junto a los platos vacíos donde antes estaba la comida que yo había preparado para los dos. No estaba sentada en la silla de enfrente de mí sino que estaba espatarrada.

-Creo que estoy borracha. -Soltó una carcajada, mientras yo la miraba con el ceño fruncido. Parecía que le costara incluso hablar.

-Sí, estás borracha. -Le dije que sí con la cabeza; y a continuación, me llevé un vaso de agua a la boca... No pensaba beber más vino... Ya había suficiente con una borracha.

-Hace mucho calor. -Cerró sus ojos por un momento, y se espatarró aún más en la silla.  -¿Por qué no nos desnudamos? -Ahora fui yo quien soltó una carcajada. Eva iba a matarme de un infarto. La última vez que la había visto borracha había sido unos cuatro años atrás, más o menos; y sabía que no era demasiado divertido y que podía llegar a ser la persona más sincera del mundo. -No te rías. Yo estoy sudando mucho, mucho. -Soltó un pequeño balbuceo, y de repente se quitó la camisa a cuadros que llevaba y me la tiró a la cara.

De acuerdo... Ahora sí que estaba completamente loca. Cogí la camisa con furia y la tiré al suelo... Aunque hubiese sido mejor dejarla encima de mi cabeza o donde me tapara los ojos... No podía dejar de mirar el pecho casi desnudo de Eva, si no fuera por el sujetador rojo que tan bien se ajustaba a sus pechos voluminosos. Ahora sí que me iba a dar algo. Seguro que estaba rojo como un tomate, y que mi rostro había sido creado por el mismo tío que había averiguado qué era la vergüenza.

-Eva, ponte la camisa, por favor. -Dije sin ánimos, y deseando que no se la pusiera; pero aquello sería incorrecto. -Póntela. -La cogí del suelo, se la tiré a la cara, y ella comenzó a reír como nunca. ¡Estaba fatal, fatal!

-No voy a ponérmela... -Su voz sonaba triste. -Mírame. -No, si mirar ya la miraba. -Así es como provocaba antes a los hombres. -Se señaló a ella misma, directa a sus pechos. -Así es como conseguía que se acostaran conmigo. -Sí, recordé aquella etapa de su vida; ella era toda una calamidad. -Me doy asco, ahora mismo me doy asco. ¿Por qué fui tan estúpida de acostarme con hombres que apenas conocía, si te tenía a ti al lado? -La miré con los ojos bien abiertos. Aquello me había sorprendido por completo, y por eso me quedé como un auténtico pasmarote. -¿Tú me querías en aquel tiempo? -Bueno, ahora sí que no sabía que contestarle. Miré de un lado para otro, mientras intentaba pensar la respuesta que debía darle.

-Claro que te quería, ¿por qué no te iba a querer? -Pregunté confuso. Si se refería a si estaba enamorado de ella... Supongo que sí, pero eso yo no lo descubriría hasta que pasara muchísimo tiempo.

-No lo sé, no lo sé... -Genial, ahora empezaba a llorar. Ya no sabía qué hacer, y encima cada vez estaba siendo más sincera. -Es que me siento muy mal, me duele el pecho. ¡Voy a casarme con Rafa! -¡Genial! Aquello no era ninguna novedad, y menos para mí. -Pero yo, yo, yo... -Se levantó del asiento, balanceándose de un lado a otro, como si su vista estuviera cansada y no supiera bien el camino.

Se fue acercando a duras penas a mí, y cuando estuvo delante mío se agachó unos centímetros; acercó su cara a la mía y me besó en la mejilla. Yo no me movía, es como si de repente no corriera sangre por mis venas, y todo mi cuerpo se hubiese paralizado. Se sentó en mi regazo, como si de una niña pequeña se tratase y rodeó mi cuello con sus brazos. A continuación, volvió a besarme en la mejilla.

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