11. Yo confieso (II)

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Eran las doce de la noche y me encontraba delante de la portería de nuestro bloque de pisos. Hacía frío, mucho frío, pero mi corazón ardía... Era un ardor extraño; un ardor que mezclaba diferentes sentimientos entre sí: pasión, confusión, impresión, emoción... Vamos, todo lo que acabara por "on". No había ni un alma por aquella calle, solamente me acompañaban mis dos grandes maletas una de color azul cielo y la otra de estampado de vaca con rueditas pequeñas y ligeras. Busqué mi llave por dentro del bolso, y en cuanto la hube encontrado, me la quedé mirando como si fuera algo sumamente importante y estremecedor al mismo tiempo. Justo un mes y un día, porque ya eran las doce y dos minutos.

Jugueteé con las llaves, las entremezclaba en mis dedos, provocando unos ruiditos molestos, y pensé en Hugo. Estaría enfadado, cabreado, molesto... ¿Me odiaría? No lo había llamado ni una sola vez, pero me cercioraba que estuviese bien cuando llamaba a Sam. Lo primero que haría sería acusarme, después me insultaría, me gritaría, yo le devolvería la jugada y por último, nos iríamos a dormir a nuestras respectivas camas... Y al día siguiente como si no hubiera pasado nada. Era el cuento de nunca acabar.

Cogí las maletas como pude y fui hacia la puerta; metí la llave con cuidado y suavidad, empujé bien fuerte y entré poniendo todo mi esfuerzo, porque las maletas pesaban muchos quilos. Tardé en subir al ascensor... Parecía que hacía miles de años que no lo veía, en vez de un mes, treinta días. Cuando subí al ascensor, con aire cansado, me equivoqué de botón y subí un piso más arriba. "Eva, así no vas a conseguir nada, igualmente acabarás viéndolo". Suspiré con frustración y apreté el botón adecuado.

***

Todo el piso estaba a oscuras y yo estirado en el sofá, cuando escuché la llave moverse dentro de la cerradura y la puerta abrirse con sigilo. Me levanté con rapidez y la respiración totalmente agitada. Fui lentamente hacia la puerta de entrada, intentando no chocarme con nada, la oscuridad era totalmente profunda y profería al momento un halo de misterio.

  -¿Eva? -Escuché aquel silencio tenso, lleno de palabras, sin embargo. A los pocos segundos cerró la puerta, sin hacer demasiado ruido. No podía verla, pero sentí como se acercaba hacia mí, sus pisadas la delataban.

-Hola, ¿Cómo estás? -Su voz, dulce y melodiosa, me hizo respirar con tranquilidad, sin agitación ninguna.

-No tan bien como lo debes de haber estado tú. -Soné rudo, pero era lo que sentía. De una forma u otra, me sentía traicionado por la que se había convertido en la mujer de mi vida.

-Eres un idiota. -Su tono no sonó del todo enfadado, pero noté como pasaba por mi lado y me rozaba un poco con el brazo. Gracias a mis buenos reflejos, conseguí cogerla por el brazo; una buena puntería, para estar a oscuras. La tenía bien sujeta por la mano, y de repente ella se deshizo de mí, pero no se fue... Se quedó conmigo, me abrazó por la cintura con mucha fuerza.

-Te he echado tanto de menos... No sabes cuánto... -Sus susurros me provocaron unos temblores desenfrenados. Mis manos comenzaron a sudar, los nervios no me dejaban pensar con claridad. Finalmente, conseguí rodear su pequeña cintura, mientras ella apoyaba delicadamente su cabeza en mi pecho. Le acaricié la espalda con ternura, pero lentamente para poder notar su contacto todavía más, para que aquel momento durara para siempre.

***

Me estaba rindiendo ante él, porque ya no podía más; puede que la oscuridad me ayudara a tener esa valentía. Moví mi mano hacia arriba, mientras él seguía acariciándome la espalda, y le acaricié la mejilla, tal y como él había hecho un tiempo atrás. Noté como bajaba la cabeza, para que yo pudiera llegar a su rostro sin tener que ponerme de puntillas. Yo miré hacia arriba, hacia la negrura, pero desde donde él se suponía que me estaba mirando.

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