13. Pensamientos de enamorado

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-Estoy pensando en irme... -Flavio me miró totalmente sorprendido y casi se choca con una señora mayor que paseaba a su perro a altas horas de la mañana. Corríamos como casi cada mañana. Los dos con pantalones cortos y camisetas típicas para hacer footing. Eran las siete de la mañana de un sábado, y aunque hacía dos días que Eva había vuelto, no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra, a lo único que nos dedicábamos era a fulminarnos con la mirada.

  -¿Cómo que te vas? ¿A dónde? -Iba un poco más rápido que yo, así que aceleré mis pasos.

-No te sorprendas tanto... Quiero irme de esta maldita ciudad. He pasado toda una vida aquí, creo que es hora de que busque nuevos horizontes. -Ahora fui yo quien le adelanté.

-No te entiendo. ¿Por qué este cambio de parecer tan repentino? ¿Por qué? -Me lo preguntaba totalmente consternado.  -¿Tiene algún nombre el por qué? -Bajé la cabeza, mirando a mis pies fijamente, contando cada paso que corría. Tenía una razón de peso para quererme alejar de aquel lugar.

-Eva... Se llama Eva...-Paró en seco y eso me hizo perder el control por el susto. Apoyaba sus manos en las rodillas, respirando descompensadamente y sudando como un pollo. Comenzó a hacer estiramientos, mientras me miraba con el ceño fruncido.

-No estoy entendiendo absolutamente nada. ¿Qué tiene que ver Eva con qué te quieras ir? -Comencé a hacer flexiones con él.

-Todo, absolutamente todo, Flavio. Nos estamos haciendo daño. -Mi voz, triste, resultaba penosa.

  -¿Daño, cómo que daño? Pero si los dos os lleváis bien. -Le miré con el ceño fruncido.

-He comprendido que los dos ya no somos unos niños y como siga más tiempo a su lado voy a explotar.

  -¿A explotar en qué sentido? -Me preguntó con interés.

-A explotar de amor. -Dije sin tapujos y sin percatarme que Flavio no sabía lo que había pasado entre nosotros hacía dos noches.

-No quiero incomodarte, pero eso suena fatal. -Me dijo entre risas. Yo le miré con cara de pocos amigos, mientras le ayudaba a hacer algunos estiramientos. -Hablas como si estuvieras enamorada de ella. -Otra risa burlona, pero al ver como yo me quedaba totalmente serio, él paró de reír de golpe y se apartó de mí como si tuviera la peste. -¡Oh, Dios! Te has enamorado de ella. -Me señaló con el dedo, como si enamorarse fuera un pecado.

  -¿Qué pasa? ¿Tienes algún problema con eso? -Dije desafiante. Me dio un pequeño golpe en la espalda.

-No, me alegro que estés enamorado... Pero me parece que ella no siente lo mismo... ¿Me equivoco?

-Por desgracia no. -Se me quebró la voz. -Y ahora más que nunca... Hace un par de días, cuando llegó... Sí pensaba que ella sentía algo por mí... Incluso le dije a ella lo que pensaba, sin ningún tapujo. Pero... -Moví la cabeza negativamente, y en ese momento emprendimos la marcha de nuevo. Aunque esta vez caminando.

  -¿Pero cómo llegaste a hablar de esto con ella? -De acuerdo, aquello no sabía si contestárselo. Tragué saliva con nerviosismo. Flavio seguía esperando una respuesta.

-Bueno... Ella llegó muy tarde del aeropuerto, yo no tenía ni idea de que iba a llegar tan tarde, sino la hubiera ido a...

-¡Vale, vale, no te enrolles y continúa! -Me dijo impacientemente.

-Pues... Yo la echaba de menos... Y bueno, pues acabamos en la cama. -Me miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera pensando.

  -¿Acabó contándote en la cama sus batallitas por las Américas? -Arrugué la frente, a veces no se enteraba de nada.

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