C U A T R O

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Distraída terminaba de limpiar el pequeño mueble donde cabía mi ropa. Como moraleja aprendí justo ahora que el orden no es algo que deba tomarse a la ligera. Acumular días sin mover ni un lápiz del escritorio traía horribles consecuencias. Hace unos años era normal, incluso me atrevo a decir que disfrutaba cumplir con los quehaceres domésticos, porque ver todo reluciente generaba algo de emoción. Pero todo se esfumó cuando crecí.

—Dame mi laptop de vuelta, la necesito ahora. —dulce y querida Lina.

Es sarcasmo, desde luego. Al parecer a ella no le agradaba la idea de que yo siguiera viviendo bajo su mismo techo. Desde que llegué aquí ha sido un gran dolor de cabeza. Jamás creí en ese cliché de la villana rubia que en tus años de secundaria hace la vida imposible, pero con Lina tan cerca lo empezaba a creer. Era una villana castaña. No me mira si no es estrictamente necesario. No me habla a no ser que necesite algo. O en el mejor de los casos, que esté estorbando. Crecer junto a ella a sido difícil, pero aún así no la odio. Al final, somos familia.

Si tan sólo pudiera ganar la lotería para pagar todas las deudas que se alojaban entre las cuatro paredes de nuestra casa.  Con ese mismo dinero viajaría a Chicago para conocer la nieve. O incluso abriría un pequeño taller de arte. ¡Cuántas cosas se pueden hacer con dinero suficiente! Por ahora me conformo con tener la voluntad suficiente para salir a flote mes a mes.

—¿Cómo amaneció mi hermano postizo favorito?

—Vamos, dime directamente lo que necesites. —uno siempre debe andar con cuidado cuando pide un favor a primera hora del día.

—Debo ir por municiones al centro, ¿Podrías llevarme?

—Diga a qué hora y vamos. —mi primo se levanta de su silla para dejar un beso en mi frente antes de marcharse de la cocina.

En cada hogar había una persona que resaltaba por tener una cualidad que estabilizaba alguna situación. Y si hablamos de paciencia, Leonardo es la más clara definición. En cualquier mínimo conflicto desempeñaba el papel de juez neutro que daba soluciones o calmaba las aguas.

Voy al pequeño cubículo donde guardaba las pinturas, pinceles y demás cosas que usaba a dirario para mis cuadros. Necesitaba comprar justo lo que necesitaba, no más ni menos. Porque si ocurría algún pedido especial necesitaba estar preparada.

—¿Hoy no trabajas?

—Día libre. —respondo entrando al auto.

Llegar al centro no tomaba mucho tiempo, a esta hora en particular el lugar se abarrota de personas. Algunos niños que venían de la escuela pasaban por las tiendas sólo para mirar. Corrían por los pasillos mientras los trabajadores del lugar los miraban de mala forma sin poder hacer demasiado al respecto.

—Abby, tu clienta favorita ha llegado. —escucho la campanilla sonar cuando la puerta se cerró detrás mío.

—Mi niña, dime cómo puedo ayudarte hoy. ¿Tienes algo interesante para contarme?

—Vendí mi primer pintura hace unos días. —le cuento sin poder contener la emoción. Ella da un pequeño grito y corre a abrazarme.  —Traje los frascos vacíos para comprar más.

Abby es mi mejor amiga y abuela al mismo tiempo. Tenemos unos cuarenta años de diferencia, pero realmente eso no impedía que un lazo irrompible se creara entre nosotras.

—Debes venir a visitarme pronto o empezaré a cobrarte todo al doble del precio. —le doy el dinero y tomo la factura.

—Lo haré.

Asomo la cabeza por la ventana antes de subir otra vez al lado de Leo, —quien por cierto me miraba ahora con una mueca —. Me quedo en silencio esperando una respuesta.

Último Verano En Estocolmo (Juan Pablo Villamil) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora