V E I N T I T R É S

297 35 13
                                    

—Debes sentirte emocionado —digo finalmente tras escuchar la agradable noticia.

—Lo estoy. Pero a la vez no —da un largo y sonoro bostezo que pausa por algunos segundos la conversación. —Fue muy repentina la noticia.

—¿Cuántos años tiene Juliana?

—Cumple veintisiete este año.

Solté una gran carcajada. Su papel de hermano celoso lo estaba cegando a la realidad.

—Eres completamente dramático. Está en todo su derecho de querer hacerlo. Estás siendo sobreprotector.

—Lo aceptaría normal. ¡Pero Julie está demente! Nos ha dicho que se casa dentro de dos semanas. Jamás supimos que estaba en una relación con alguien.

Bueno, aquí tiene algo de razón. Suena descabellado.

—Ve ahorrando para su regalo de bodas.

—En realidad ya pensé en uno...

—¿Ah, si? ¿Cuál? —Juan Pablo se queda en silencio por unos instantes que parecían eternos.

—Tú.

Habré escuchado mal. ¿Qué quiere decir eso?

—Durante los últimos meses le he hablado mucho sobre ti. Quería saber la razón por la que ahora sonreía más seguido al teléfono —con tan sólo imaginar a su familia sabiendo de mi existencia provocaba que un inusual calor se instalara en mis mejillas —Le expliqué lo complicado que sería, porque trabajas y volar complicaría mucho tu vida allá, pero insistió en decir que te quería como dama de honor. No tienes que hacerlo por aquel otro motivo, ya sabes... Está bien.

—No creo poder. Mi jefe me mataría si le pido vacaciones adelantadas, Juan Pablo.

—Lo sé, bonita.

—Deberías ir a descansar, es muy tarde.

—Descansa.

No entendí sus últimas palabras, o debería decir más bien sonidos.

Cuando vi su expresión un poco triste, sentí algo de culpa, pero descubrí lo dulce que es la venganza. Fingir que no me interesaba ir al matrimonio de su hermana fue mi revancha perfecta para todos sus actos en mi contra. Que no son demasiados, pero juré algún día hacerlo pagar.

Pero mi plan termina en un final feliz. Llegaré de sorpresa y sin aviso.

Primero necesito implorarle a mi amable jefe por algo de misericordia. Ya tenía el dinero suficiente para pasar allá un tiempo. Y no quería perderme esa boda. Mucho menos sabiendo que su propia hermana quería verme ese día.

Mi corazón palpitaba con fuerza. Estoy a una llamada de distancia. En el primer cajón del mueble donde guardaba mi ropa, estaban guardados los pases de avión que el mismo Juan Pablo me había dado. Casi todas las noches los saco de ahí y recuerdo sus palabras: Estaré esperando por ti.

Creer que una persona hizo semejante cosa por mí aún me resulta inimaginable. ¿De verdad habría esperado? Aunque hablamos muy seguido y es evidente la cantidad de sentimientos que existen, no somos algo. Tan sólo amigos. Y estoy bien con eso. Pero tampoco quiero encerrarme a mí misma en un limbo, porque seguramente me rompería el corazón escucharlo decir algo sobre estar con alguien que no sea yo. Si eso sucede, me guardaría el dolor y fingiría estar feliz.

Con el teléfono sonando y mi manos casi temblando, doy vueltas frente al televisor sin parar. ¿Estará de buen humor? Voy a rogarle al cielo para que sea así.

—Buenas tardes, señorita Ruíz. ¿En qué puedo ayudarle?

Ugh, tanta formalidad.

—Eh, sí... Yo llamaba para pedir un gran favor —pienso cuidadosamente las palabras que diré a continuación, porque podría arruinarlo sin vuelta atrás. —Tengo que viajar por un par de semanas a atender un asunto personal muy importante. Sé que no llevo demasiado tiempo en la empresa, y tampoco he cumplido con las horas para recibir vacaciones, pero quiero saber si es posible —esto suena a súplica, pero es lo último que me importa. —Trabajaré doble turno al volver de ser necesario, pero por favor considere darme la oportunidad.

Esperé algunos segundos que parecían eternos, hasta que él respondió de nuevo.

—Es algo complicado, pero le daré sus semanas de vacaciones adelantadas. En caso de exceder los días, se le descontarán como días de salario. Tiene suerte que estamos justo en  temporada baja y no hay demasiado que cubrir —a través del parlante y su voz escuchaba gritos de personas celebrando. Consideré realmente que había llamado en un momento bueno, alejado de estrés. —Disfrute de su viaje.

Contuve un gran grito de euforia mientras le agradecía y terminaba la conversación. Quería saltar hasta la nube más cercana, quería gritarle al vecindario que al fin usaría el pasaporte que había pedido como regalo cuando cumplí quince años.

Sinceramente no tenía un plan en caso de emergencia o vuelo espontáneo. Pero empezaría a trazarlo justo ahora.

Primero llamaría a Simón, él es una pieza clave en todo esto. Después correría a comprar una maleta, —creo que mi ropa es suficientemente poca para entrar en una sola—. Luego reservaría mi vuelo, me despediría de Melanie y finalmente dedicaría algunos minutos a llorar en mi habitación.

Lloraría de emoción, miedo por montar por primera vez en un avión y porque del otro lado del mundo hay personas esperándome.

No esperé un minuto más y salí en el Honda de Melanie, —así es, finalmente tengo mi licencia de conducir —. Marqué el número de Simón y pasé cerca de su casa. Aceptó acompañarme a comprar algunas cosas y de paso conversar acerca de temas triviales. Bien podía hablarme sobre algunos datos de historia, acerca de la última canción que escribieron o sobre los problemas amorosos y llenos de drama que le sucedían a su hermano menor. Una conversación con él jamás acaba. Eso es fascinante.

Aparcamos en un estacionamiento a punto de explotar.

—Admiro tu valentía.

—¿Específicamente por qué?

—La primera vez que viajé tuve que ir acompañado por mi madre. Fuimos a México.

—Estabas más pequeño, es entendible.

—Tenía dieciocho, Esther.

—¿Miedo a las alturas?

—Más bien miedo a lo impredecible, a lo mejor una turbina se rompe y caigo en picada. ¿Acaso no sientes temor? —Simón caminaba a mi lado, explicando sus razones con desesperación.

—Siempre he tenido ansias por viajar. Montar en un avión y probar suerte si me muero o no en el intento —sus ojos se abren de forma abrupta y una de sus manos viaja hasta la frente. —No me mires así.

—Pues déjame decirte que para llegar hasta tu amado Romeo tomarás un vuelo de tres escalas. Así que atentas contra tu vida muchas veces —su positivismo sí que puede matarme. — No sé si Villamil valga eso.

—No voy por él, iré allá porque Julie se casa —afirmo.

—Claro, déjame anotar eso en el volumen tres del libro "Mentiras que personas enamoradas dicen para ocultar sus sentimientos". —canturrea eso último como si fuera un anuncio publicitario.

—Mejor ven a ayudarme Simón, deja de decir idioteces —ataco—, ¿Verde o café?

—Café.

Cuando el reloj marcó las diez volvimos al parqueo con varias bolsas. No podía evitar sentir miles de mariposas volar por mi estómago. Una sensación de esas que no lograría apagar pronto. Y sobre todo, un viaje que probablemente cambiaría muchas cosas.

—¿Estamos listos? —Simón se ofreció para conducir de vuelta, iríamos de nuevo hasta su casa y yo volvería al departamento. Con una gran sonrisa asiento.

Desde que aquel chico de cabello castaño llegó por primera vez a la escuela de música, se abrió espacio para convertirse en alguien difícil de dejar pasar. Fue tan fácil extrañarlo cuando de repente ya no estuvo.

A partir de aquí vienen mis partes favoritas de toda la historia. Tomen asiento y esperen a leer los próximos capítulos.

Pd: Gracias por todo, de verdad. Sé que ya lo he dicho pero no me cansaré de repetirlo. Gracias por leer, por votar y comentar. Me hacen la persona más feliz, deben saberlo. *se pone sensible*.

Hasta la próxima amigos

Último Verano En Estocolmo (Juan Pablo Villamil) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora