E P Í L O G O

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Con un beso llegó la calma, con un beso dijiste adiós

Hola noviembre, su risa sigue pegada en mi mente como el más bonito recuerdo. Marqué una vez más. La respuesta fue la misma.

El número de teléfono no existe.

Igual que él.

Llegó diciembre otra vez y olvidé por qué tenía que luchar.

Las pesadillas recurrentes formaban parte del paisaje. Pasaba cada madrugada despierta. Me quedaba ahí por horas inmóvil, mirando la pared. No sabía qué día iniciaba o acababa. Durante un largo período no contesté llamadas o salí a algún sitio. Había perdido el apetito, probablemente también unos cinco kilos desde entonces.
De vez en cuando me preguntaba qué salió mal. En dónde falló el plan. Porque nadie pudo sacarme de su departamento, me hundía a mí misma ahí, en ese sitio que retumbaba con el recuerdo de su voz.

Siendo realista, existen vacíos que jamás se llenan otra vez, eventualmente aprendes a vivir con él. A cambiar sonrisas por lágrimas y viceversa. Esto no es una nota escrita con el fin de retratar con lujo de detalle cómo sobrevivir con huecos en el corazón. Ni tampoco intento hacerles una idea de cómo estoy ahora, porque verdaderamente no lo sé. Cuando no queda nada. Porque a veces, no hay más veces. El camino se acaba. Los ojos se drenan, el café se enfría, y empezamos a ser nada más testigos de la vida.

Entendí de la manera más agridulce que tocar fondo a veces es la única forma de ponerse de pie otra vez. Después de ver a Julie celebrar su boda un año después de lo planeado, decidí mudarme a un pequeño pueblo al sur de Suecia. A empezar de nuevo. Rendirse, buscar nuevas salidas, llorar todos los días, perder el rumbo. Algunas veces esas también son cosas de valientes.

Al día de hoy, seguía encontrándolo en canciones, en el sonido de la lluvia, atardeceres, sonrisas, domingos... En cada pequeña cosa. Siempre sería mi forma más bonita y sincera de amar, estaba segura. Recordaba sus detalles: ponía cinco alarmas, pero igual se quedaba dormido cada mañana, dejaba el té a medias, se duchaba con el agua hirviendo, dormía con calcetas, odiaba ver el volumen de la televisión en número par... Siempre sería mi chico, y yo siempre sería su primer amor.

—Creo que esto te pertenece a ti, cuñada.

—¿Qué es? —examino con cuidado la expresión que tenía la rubia. Extiende un sobre lleno de arrugas al frente.

—Ayer fui a despedirme de mamá y papá, antes del viaje ese que tienen planeado. Algo me decía que quería entrar a su habitación, que aún sigue intacta por cierto —ella hizo una mueca, tratando de mantener la compostura— Dí con una carta que parece ser para ti.

—¿Lo es? —acoto incrédula.

—Míralo con tus propios ojos.

—¿Julie? —llamo con un hilo de voz.

—¿Esther? —ella imitó mi tono con una pequeña risa.

—Estoy feliz por la noticia, un bebé en la familia será una alegría inmensa para todos. No imagino como se sentirán los futuros abuelos.

—Siguen sin creerlo.

—¿Ya tienen ideas de cómo llamarlo? —ella acarició su gran barriga, y después dio un pequeño toque sobre el papel.

—Llevará su nombre —respondió con mucho orgullo. No pude evitar sentir un cosquilleo en la boca de mi estómago. Atreverme a decirlo en voz alta aún costaba trabajo.

Cuando por fin estuve a solas, extendí el papel sin darle muchas vueltas. No parecía ser una carta demasiado formal o pensada. Simplemente párrafos llenando cada centímetro del pergamino. Era uno con postales y encabezado de la correspondencia real.

Sonreí.

Hermana, no te ilusiones demasiado con esto. Solamente fue lo primero que tuve a mano para escribir.

No sé si quiero hablar de cómo conseguí el mejor regalo de bodas que alguna vez alguien obsequió o solamente contarte sobre mi día. ¿Recuerdas que papá nos obligaba a escribir en una pizarra todo lo que nos molestaba del otro cuando no enojabamos? ¿Cuando nos obligaba a usar gorros fosforescentes los días de Pascua? Siempre culpabas a tu hermano pequeño porque terminabas por comerte todos los dulces de camino. Me culpabas de todos los males. Siento no estar para defenderte cuando te vayas de casa.

Por cierto, las pocas veces que hemos hablado sobre tu encantador futuro esposo, veo el brillo en tus ojos. Julie veo en ti lo mismo que yo siento. No es por presumir, pero creo que gano. Ahora que por fin puedes ver su brillante cabello rojo en persona podrás entender. Sabrás por su forma de caminar que es tan despistada como un anciano que olvida su billetera en el supermercado, es tan segura al hablar que provocará que pierdas cualquier argumento,no importa que tan listo seas Es honesta, amable, risueña y algunas veces me saca de quicio también. Es todo lo que mamá describía cuando se sentaba conmigo a la orilla del mar, decía que  cuando encuentras a la persona indicada, lo sabes casi de inmediato.

¿Se siente como nadar en un mar en calma? ¿Como entregarle a otra persona un arma con la que puede apuntar en cualquier momento?

¿Lo notaste con William también? Supongo que sí. Nada explica que nos sorprendas con un anillo de compromiso repentinamente. (sigo trabajando para perdonarte eso).

No quería ir a Colombia otra vez, no podía por muchas razones. Terminó siendo la mejor desición que tomé alguna vez. No lo veo como un sacrificio, pero por las noches no puedo imaginar qué habría pasado si ese viaje no hubiese sucedido.

Tal vez fueron sus agujetas sin amarrar la primera vez que la vi. O la manera en la que nos sobornamos mutuamente un día. Cuando por fin pude sentir sus labios (no te diré detalles, eso sería terrorífico) También cuando me rechazó. ¿Sabes que después de besarnos en la piscina del abuelo dijo que esperaba que siguiéramos siendo amigos? Amigos. Esa tarea de conquistarla fue difícil. Pero no imposible.

Las estrellas se apagarán primero antes que lo haga mi amor por ella.

Julie, no sé por qué estoy diciendo todo ésto en una carta. Decidí mejor no entregarla nunca. Primero pasarás sobre mi cadáver. Porque mi parte orgullosa no quiere admitir que soy un romántico sin remedio. De pronto un día no muy lejano logre darme sobredosis de cursilería.

Pude visualizarlo en algún lugar escribiendo esto, tachando las palabras que ahora no podían ser leídas. Decidiendo conservarla sólo para él. Frunciendo su entrecejo cada tres segundos y rascando su perfecta nariz.

Aceptar que tuve todo de él, luego la mayor parte. Después un poco y ahora no tenía nada. Fue el proceso más lleno de espinas y tortura.

—Te extraño tanto —doce meses no habían sido suficientes

Suficientes para leer esa carta sin que doliera. Porque eso no lo traería de vuelta. Juan Pablo Villamil fue un tren a demasiada velocidad que jamás pensó en detenerse. Aunque nuestro tiempo tuvo un final, debía seguir escribiendo otra historia. Tenía el pasado congelado tras un cristal, pero aún me tenía a mí. Eso debe ser suficiente.

Pero te digo adiós para toda la vida, aunque toda la vida pase pensando en ti.

FIN

Último Verano En Estocolmo (Juan Pablo Villamil) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora