N U E V E

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Con la música sonando a todo volumen trataba de esquivar los recuerdos que golpeaban como cristales dentro de una herida. Pero era imposible.

—¿Cómo sabré que no me olvidarás tan pronto como dejes la ciudad? —fue lo primero que pronuncié cuando desperté a su lado por la mañana.

No fui consciente de las inseguridades que podrían surgir en una relación más allá de lo común. No tenía dudas de ser amada lo suficiente, tan sólo dudaba sobre mí misma. Mi capacidad para sobrellevar esa situación. ¿Sería yo fácil de reemplazar?

—No pasará, Esther. Te amo demasiado como para que todo se desvanezca de repente.

Quería creerlo profundamente, pero no me sentía tranquila. La distancia en una relación me parecía demasiado aterrador. Difícil de procesar en un lapso tan corto.

—¿Podemos hacer un juramento? —me inclino para poder ver su rostro.

—Adelante.

—Si durante el tiempo que estemos separados nuestros sentimientos cambian, pensamos que es mejor no seguir; o en el peor de los casos una traición, nos encargaremos de llegar  lo más pronto hasta el otro.

En aquel instante eso me pareció ridículo incluso mientras lo pronunciaba, pero no sabía ahora si él habría hecho un esfuerzo para que las cosas terminaran rápido y sin dañarse demás.

—Le llamaremos código rojo.

Jamás imaginé que en verdad pasaría, incluso olvidé el motivo de verlo esa fría noche esperándome. No quería creer que mis palabras resultaron ser un arma de destrucción. Esa mañana en la cafetería quise desaparecer.

No estuve con nadie más, ni tampoco mis sentimientos hacia ti han cambiado. De hecho, dudo que lo hagan. —el corto silencio fue como un balde de agua fría. —Pero no puedo continuar con nuestra relación.

Así terminó todo, en ese lugar que se encuentra a dos cuadras de la academia. Seguiría recordando el escenario durante un buen tiempo.

Viajé hasta aquí para cumplir aquella promesa. Dejaré la cuidad por algún tiempo. —Conocía lo suficiente a la persona sentada frente a mí, podía ver que sentía el mismo nivel de angustia que yo. Incluso más.

La pregunta que surgió a continuación la dejé salir sin temor y llena de tristeza. El sentimiento encerrado en mi mente dolía.

—¿Hice algo mal?

—Me diste los meses más felices que he tenido en mucho tiempo, no te tortures pensando en eso. A veces las cosas solo pasan, y cambian.

—Será un adiós definitivo. —no lo quería como amigo después de esto, al menos no por mucho tiempo. Nadie clava una daga en su pecho dos veces.

Después de eso salí de ahí, pagué la cuenta y no miré atrás. Tal como acordamos aquella vez en el aparcamiento.

Hoy Juan Pablo estuvo ausente, en parte agradecí no tener al castaño a mi lado. No quería hablar con él, en realidad con nadie. Aunque extrañaba sus ocurrencias, ya estaba familiarizada con su presencia casi todos los días.

Terminé mi jornada y fui directo a un pequeño parque. Uno casi abandonado. La pintura de cada rincón estaba desgastada, tenía un aspecto desértico salvo por las personas que pasaban ocasionalmente por ahí. O por los que venían a usar la patineta.

Es la primera vez que paso por una ruptura, lo más cercano a tener el corazón roto en mis cortos años de vida. Sé que volveré a unir esos pedazo rotos, olvidaré el dolor y yo misma saldré adelante. Dentro de algún tiempo me reiré de lo ridícula que fui, pero el proceso será difícil.

Último Verano En Estocolmo (Juan Pablo Villamil) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora