V E I N T I O C H O

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Seguir el ritmo de las pisadas de Julie es casi imposible. Al menos para alguien que apenas pasa el metro y medio de altura. Íbamos de una tienda a otra, buscando un par de atuendos. También disimuladamente, miraba alrededor para ver un buen lugar donde comprar su regalo de bodas. Faltan dos días para su matrimonio y aún no tenía algo para darle.

Soy la peor cuñada del mundo probablemente.

Ha sido divertido pasar muchos días junto a ella. Es la primera en llegar a casa. Cuando los días de su hermano son muy ocupados por culpa del trabajo, entonces se encarga de que no pase ni un segundo aburrida. Jugamos Scrabble, salimos hacia alguna cafetería, me enseña el álbum de fotos familiar, pasamos horneando galletas o solas en la sala de televisión viendo Glee.

Tuve la oportunidad de conocer al prometido de Julie hace una semana en una cena. Es un chico agradable, aunque fue imposible comunicarnos. Él sólo habla sueco y yo no sé decir siquiera hola en ese idioma. Su altura es aún mayor a la de Julie, tiene un cabello rubio brillante y ojos del color de la miel. Son la pareja perfecta. Mauricio y Clemencia también le tienen mucho aprecio. Es la clase de persona que es fácil de llevar, su personalidad es bastante adaptable y simpática.

Por alguna razón tenía la noción que no se llevaban muy bien, porque esa fue la idea que Juan Pablo metió en mi cabeza. Le tenía celos de hermano sobre protector. Él mismo presumía tener el mejor discurso de bodas preparado para su hermana, hasta una canción había escrito para ese día tan especial. Ha sido uno de los honores más bonitos ver el amor fraternal personalisado en ellos dos.

Deseaba correr en círculo y gritar en medio de la carretera, porque mis días empezaban a acabarse —bueno, aún queda tiempo—, pero no quería irme jamás. Guardo recuerdos especiales aquí

—Esther, ¿has usado un vestido rojo alguna vez? —ella levanta sus cejas y me lanza una mirada traviesa— Porque sin duda en este te verías increíble.

—Creo que jamás... Al menos no uno así. Me gustan esos floreados de allá —señalo el perchero más alejado, donde habían esa clase de vestidos que dan la sensación de estar corriendo por un prado lleno de lirios.

—Lo dejaré aquí por si de repente quieres llevarlo.

Tal vez no hace mal salirme del libreto un rato. Luego de entrar al probador y mirarme al espejo por diez largos minutos, decidí que podría usarlo cómodamente. Me cubría bien y tenía el corte perfecto.

—Mira este —examino su atuendo. Basta un segundo para saber que incluso una bolsa plástica de supermercado se vería bien en ella.

Un vestido pastel, ceñido a su cuerpo, adornado con algunas lentejuelas en el hombro izquierdo. ¿Juliana podría ser modelo? Perfectamente.

—Es justo para ti.

La señora que estaba a cargo de nuestra compra empezaba a vernos con malos ojos. No entendía su enojo.

Pasamos frente a los coloridos y distinguidos edificios en el centro de la ciudad. Me emocionó por fin conocerlos, las edificaciones son iguales a las que aparecen en cada foto promocional para visitar éste país. Uno es rojo, otro completamente amarillo y otro un poco más desgastado. Sus techos son de teja oscura, con una pequeña ventana en medio.

Muchos transeúntes se detenían a la orilla del paso para peatones. Ahí observaban las embarcaciones que esperaban en el muelle. La singularidad y belleza de encontrarse en medio de tantas islas es algo peculiar.

—Lo que faltaba —un aguacero repentino nos alerta. No teníamos para dónde huir— Esto no pasaría si fuera la esposa del príncipe Carl Philip.

Último Verano En Estocolmo (Juan Pablo Villamil) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora