Coco

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Cada uno de mis mundos colisionó el mismo día. El viernes amaneció frío y despejado. Era bueno que no hubiera niebla, porque la niebla que llevaba para el medio día en mi cabeza era suficiente para toda el área de la Bahía.

Emilio iba a cerrar el trato de la nueva casa a las dos treinta. Había firmado el papeleo y recogido las llaves, y le dije que lo encontraría en nuestra nueva dirección tan pronto como pudiera terminar de grabar un par de colaboraciones que tenía con algunos influencers españolas que tenía muchas ganas de conocer, por supuesto Beca iba conmigo. Todo iba bien, un camión entregó las cajas imprescindibles, y Emilio quedó a cargo de comprar y acomodar nuestra cama inflable. Síp, una cama inflable. Ya que viviríamos en la instalación hasta que nuestra nueva casa fuera renovada, y no queríamos ningún mueble auténtico allí. No queríamos tener que seguir mudándolos mientras trabajamos en las habitaciones, así que viviríamos con lo básico por un rato.

Las cosas se encontraban a punto de volverse reales. Muy reales.

El pobre Coco no sabía lo que sucedía. Después de mudarse de la casa de Beca, de regreso a casa de los Martínez, de nuevo a donde Beca, de regreso a la casa, apenas sabía dónde se encontraba su caja de arena.

El tío Boggi y el tío Oreo decidieron irse con Aaron e Ivan al departamento en la playa en lo que estaba lista la casa, así que mi gato no tenía quién lo cuidara. No quería que Coco estuviera en la casa nueva hasta que tuviera tiempo de hacerla a prueba de gatitos, así que fue a la guardería para gatos.

Me sentí la mami más horrible del planeta. Y lo que Emilio sentía al respecto no ayudó.

Mi nuevo veterinario me recomendó este genial hotel de mascotas. Digo hotel, porque no era tu sitio de hospedaje promedio. Tenía su propia habitación, con televisor de pantalla plana reproduciendo porno de colibrís las veinticuatro horas del día.

—Sólo es temporal. Lo prometo, bebito. —Cuando recorrimos el lugar, traje a Coco conmigo, y él y Emilio miraron los alrededores con la misma expresión.

¿En serio?

—¡No podemos dejarlo aquí, este lugar es ridículo! —susurró Emilio mientras pasábamos junto a las habitaciones para gatos.

—El lugar es genial. Tú no seas ridículo —susurré en respuesta a medida que seguíamos a la dueña por el pasillo.

—¡Y esta será la suite de Copo —canturreó, abriendo la puerta de la más linda habitación que hubiera visto alguna vez.

—Es Coco. No Copo; Coco —suspiró Emilio, rodándome los ojos. Los míos le dijeron que se callara. Tomé a Coco de sus brazos, bajándolo para que pudiera familiarizarse. Miró a su alrededor, arañó uno de los postes y me miró de nuevo.

—¿Dónde está mi repisa en la ventana? —preguntó sin palabras.

Estos dos. En serio.

Emilio y yo discutimos sobre ello de camino a casa. Coco se sentó regiamente en la consola entre nosotros, con las patas traseras metidas en los porta vasos. El hotel de mascotas era un poco cursi, pero padre. Y era un medio para un fin. Solo sería por un par de días, mientras nos acomodábamos en la nueva casa. Llevaba con Coco poco tiempo, pero sabía que si había una tabla floja, o una alacena con una puerta torcida, iría a explorar y sería imposible encontrarlo después. Emilio protestó diciendo que actuaba como una ridícula, y maniática del control.

Solo quería poner las bisagras a prueba de gatos. Eso era todo. Y debido a eso, mi gato tendría que pasar un par de noches en un costoso hotel para mascotas con servicio a la habitación. Por la manera en la que Coco y Emilio se comportaban, uno pensaría que le sugería que pasara un par de noches en prisión.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora