NO HAY COMPETENCIA

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Decidí darles un poco de diversión a Jimelio antes de que el team completo llegara. Trataré de actualizar hoy mismo, pero ténganme paciencia. Las quiero, manas. Gracias por el apoyo. 



Cuando pude moverme, traté de sentarme, pero la habitación daba vueltas.

Emilio mantuvo un brazo a mí alrededor mientras evaluaba la situación, los

frascos y las pasas, el brócoli disperso, el caos que era la cocina. Me reí en

voz baja y me di vuelta hacia él. Me miró con ojos alegres.

—¿Deberíamos limpiar esto?

—No, vamos a la ducha.

—Bueno.

Troné mi espalda como una anciana, haciendo una mueca por el buen dolor

que mi cuerpo sentía. Comencé por el baño, luego cambié de dirección, y fui al refri. Tomé una botella de Gatorade y se la lancé. —La necesitarás. —Le guiñé un ojo, levantando mi delantal en el camino a la ducha. Ahora que O estaba de vuelta, no tenía tiempo que perder para convocarlo de nuevo.

Mientras Emilio me seguía al baño, tomando un trago de Gatorade, el gato se

dejó caer al suelo, rodando sobre su espalda. Emilio se arrodilló junto a él, y

extendió una mano con cautela. Guiñándome un ojo, juro por Dios que lo hizo,

el michi se movió más cerca. Sabiendo que podría ser una trampa, Emilio se inclinó y

tocó la piel de su vientre. El gato lo dejó. Incluso escuché un ronroneo.

Dejé a los niños solos por un momento y fui a abrir la regadera, así

podría calentarse. Me metí bajo la regadera y gemí al sentir el agua caliente

golpeando mi todavía sensible piel.

—¿Vienes? Porque estoy segura que sí —lo llamé desde la puerta del cancel, riéndome por mi propia broma. Un momento después, Emilio se asomó por la esquina de la "ducha" para verme desnuda y cubierta de burbujas. Sonrió como el diablo mientras entraba. Jadeé al ver diez diminutos pinchazos en su espalda, pero él se rió.

—Estoy bien. Creo que nos hicimos amigos —aseguró, acercándome y uniéndose al agua.

Suspiré, relajada.

—Esto es bueno —murmuré.

—Sí.

El agua caía a nuestro alrededor. Estaba en los brazos de mi nene, y no podía haber nada mejor. Se apartó un poco, con una pregunta en la cara.

—¿Jime?

—¿Umm?

—Alguno de los frascos que tiré al suelo era... bueno...

—¿Sí?

—¿Era mermelada de piña?

—Sí, Emilio, era mermelada de piña.

Hubo un silencio otra vez, excepto por el agua.

—¿Jimena?

—¿Umm?

—No pensé que pudiera amarte más, pero creo que lo hago.

—Estoy feliz, bebé. Ahora dame un poco de azúcar.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora