Bienvenido a casa

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Caminé por las calles de Barcelona hasta las dos de la mañana esa noche. Beca y Javi se unieron, así como Oreo, Iván, Aarón y Boggi. Marisol estaba allí. Y si Leandro no hubiese estado fuera de la ciudad, también se habría apuntado.

Armados con linternas, hierba gatera, y comida para gato, recorrimos el barrio. Pasé por cada patio trasero que pude, rebusqué entre los arbustos, subí escaleras secretas, y me escurrí por cada camino en las colinas de la ciudad costera. Podía oír a mis amigos llamándole por los alrededores, agitando sus latas de comida para gato.

Coco se había marchado.

Sabía que todo el mundo se hubiera quedado allí toda la noche, pero cuando la niebla se espesó demasiado como para poder ver a través de ella, y los dientes de todos empezaron a castañear, suspendimos la búsqueda. Oreo se quedó en casa en caso de que regresara, y mientras esperaba creó un cartel de "Perdido" con una foto de Coco y mi número. Los imprimiríamos por la mañana y los colgaríamos por toda la ciudad.

Le di las buenas noches a todos, les agradecí de nuevo por su ayuda, y cerré la puerta. Y me volví hacia Emilio.

—Estoy agotada, así que me voy a la cama. Me levantaré mañana temprano, quiero comenzar a colocar esos carteles enseguida.

—Iré contigo —dijo, empezando a apagar las luces.

—Deja una —dije cuando llegó a la del comedor. Podía oír las láminas de plástico moviéndose por el viento sobre el agujero en la ventana. La cerré antes tan fuerte que rompí un panel suelto. Asintió y fue a las escaleras.

Me dolía la cabeza, mis ojos estaban rojos y picaban por las lágrimas que me rehusaba a derramar. Subí laboriosamente y me detuve al final del pasillo, mirando la pequeña habitación al final de éste. Bajo los aleros.

Cuando Emilio llegó arriba, se detuvo detrás de mí. —¿Jime?

Le sentí, cálido y sólido y tan cerca de mí. —¿Un cuarto para niños? — pregunté.

—¿Hmm?

—¿Ruth y tú hablaban de que esa habitación se convertiría en un cuarto para los niños?

—Nena, es tarde. Vamos a la cama —respondió, su tono un poco frío. Me pasó y entró en nuestra habitación. Le seguí, mis pasos resonando en el nuevo suelo recién barnizado.

—Es tarde, pero responde a mi pregunta —dije, mientras se sentaba en la nueva cama inflable y comenzaba a quitarse los zapatos.

—Mira. Me dijo algo sobre que sería una buena habitación para los niños, y me reí porque fue gracioso. Eso es todo. Fin de la historia.

—Error. Eso es solo el principio.

—Jimena, vamos. Es tarde —dijo, empezando a ir al baño y quitándose de un tirón la camisa.

—Oye, vuelve aquí —insistí, siguiéndolo—. No hemos terminado de hablar sobre esto.

—Creo que sí. Estás agotada, estoy agotado, y estás exagerando este asunto más de lo necesario —espetó, tirando los zapatos.

—Es un gran asunto. ¿Me estás tomando el pelo? —grité—. ¿Quieres que todas las viejas vecinas se metan en nuestra vida?

—No he dicho que lo quisiera. Maldita sea, Jimena, así no es como sucedió en absoluto.

—Bueno, ¿lo hace? ¿Quieres un cuarto para niños?

—Claro. Sí. Por supuesto que quiero. Algún día. No ahora.

Siempre fuiste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora