«Amigos»

29 7 5
                                    

Si bien Grus Theta era su mejor amigo y compañero de colegio, no era realmente el único que el príncipe tenía.

En el Valle de Clima, vivía una familia que Eclipse tuvo oportunidad de conocer durante una de sus vacaciones.

Rápidamente entabló amistad con los hijos menores de la familia, los gemelos Mícrosco y Télesco Pium, a los que llamaba Mico y Teco de cariño.

Mico y Teco eran idénticos por fuera pero muy diferentes en cuanto a sus intereses. Mientras que a Mico le obsesionaban las cosas microscópicas; los detalles, la composición de la materia, a Teco le fascinaba la inmensidad de su mundo y era un explorador nato.

Al igual que Eclipse, Teco deseaba visitar la Tierra e incluso todos los planetas y las galaxias que le fueran posibles; pero como hacía mucho tiempo que estaba prohibido, debía conformarse con estudiar los alrededores y aspirar a conocer lugares distantes al Valle algún día.

Mico, en cambio, podía trabajar a sus anchas junto con su familia y algunas familias vecinas, ya que se dedicaban a exactamente lo mismo para lo que había nacido. Ellos eran los encargados de los días de invierno, la lluvia y la nieve. Teco solía experimentar y colocar diferentes compuestos al agua de lluvia. La llamó «lluvia ácida», aunque aún no le encontraba demasiada utilidad.

Ese año sería, probablemente, el último que Eclipse podría vacacionar en el Valle de Clima, por lo que era el último en el que vería a los gemelos. Al terminar sus estudios, Eclipse debía prepararse y comenzar a practicar para que, llegado el momento de suceder a su padre, estuviese completamente listo. Esto le provocaba al príncipe una profunda tristeza, aunque no tanta como la perspectiva de no poder ver más a Grus.

Grus y el príncipe Eclipse se conocieron cuando ambos eran apenas mayores que Equinoccio.

De pequeño, el príncipe Eclipse no era muy diferente que ahora, aunque sí un poco más rebelde. Era tan travieso, que cierto día decidió escapar de la vigilancia de su nana y «recorrer el reino».

Eclipse se escabulló del palacio aprovechando que nadie lo vigilaba, atravesó el portón principal y corrió por las calles flotantes que comunicaban el palacio con otras casas más modestas. Apenas había caminado unos pasos, cuando chocó de frente con un niño gordito y despatarrado, que corría causalmente en dirección contraria a la suya, aferrado a una bolsa transparente con una docena de pequeños cometas de bolsillo y soldaditos estelares de juguete. Al chocar, ambos niños cayeron hacia atrás por el impacto y la bolsa salió despedida de las pequeñas manos del niño. Ni bien cayó al suelo se abrió dejando salir a los soldaditos y cometas que se desparramaron por el piso. Eclipse se sintió culpable de inmediato, tanto que olvidó su dolor de cabeza y se apresuró a levantarse y ayudar al otro niño a hacerlo.

—¡Perdón! ¡No te vi venir! —dijo el príncipe afligido —Deja que te ayudo a levantar tus...

Justo cuando el príncipe se aproximaba al niño, advirtió que otros tres muchachitos, algo mayores que ellos, se acercaban al mismo tiempo a él y a sus pertenencias.

«Tiene muchos amigos, ellos le ayudarán», pensó Eclipse en un inicio, envidiando la fortuna de ese extraño, porque él pasaba todo el tiempo solo en el palacio, sin nadie de su edad con quién jugar. Pero enseguida notó que algo no andaba bien. Los niños, en lugar de ayudarlo, levantaban los juguetes y los guardaban en sus bolsillos. ¡Se los robaban impunemente!, al tiempo que reían, no permitían al niño defenderse ni levantarse del piso, y se burlaban de él con crueldad. Entendió enseguida que el extraño no corría por diversión sino huyendo de esos bravucones.

—¿Por qué hacen eso? —preguntó finalmente el príncipe, con el ceño fruncido, acercándose más.

—No te metas, no es asunto tuyo —respondió uno de ellos oscamente y continuó en su triste tarea de molestar a su víctima mientras los otros robaban más soldaditos.

—Los asuntos de cualquier súbdito de mi padre son mis asuntos también.

Eclipse habló con toda la autoridad de un verdadero príncipe. Era la primera vez en su tan corta existencia que tenía la oportunidad de hacer valer su sangre real y sentirse realmente importante.

Apenas terminó de hablar, los bravucones quedaron paralizados, incluyendo al niño atacado que aún en el piso elevó su cabeza para verlo, con lágrimas en sus ojos.

Al no obtener respuesta, el príncipe dijo:

—¿No creen que sea el príncipe y que viva en este palacio? Si quieren llamo a mi padre, el rey, y él se los confirmará. —Eclipse se mostraba absolutamente confiado, con una enorme sonrisa en el rostro.

Los pequeños maleantes no lo dudaron dos veces y salieron corriendo como impulsados por una reacción explosiva, tirando a su paso los juguetes robados cerca de su víctima. Libre de sus atacantes, el niño secó sus lágrimas y comenzó a recoger sus pertenencias y devolverlas a la bolsa.

El príncipe lo ayudó luego a incorporarse y hasta levantó uno de los soldaditos que quedaban en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó Eclipse.

—Sí, gracias a ti —respondió el niño, abatido pero feliz de haber sido rescatado.

—No fue nada...

—Pero...—lo interrumpió el extraño, cortando el discurso orgulloso que pensaba dar el príncipe— ¿De verdad...de verdad eres el príncipe Eclipse? ¿O mentiste para asustarlos?

—Lo dije de verdad; yo no puedo mentir...si quieres...si quieres puedes venir conmigo al palacio. Tengo una colección de mini cometas que te encantaría y podemos jugar con ellos o...o hacer lo que tú quieras.

Eclipse estaba realmente emocionado, mucho más de lo que demostraba. Se había topado con una oportunidad que no sabía si se repetiría alguna vez, la de tener un amigo, el primero.

—Cómo podría...su majestad...no...no sé qué decir —dijo tímidamente el niño, e inmediatamente, como le habían enseñado sus padres, casi desde la cuna, se inclinó ante su príncipe.

—¡No, por favor, no lo hagas! —exclamó Eclipse deteniéndolo de inmediato—. Sólo quiero tener alguien de mi edad con quién jugar. ¿Aceptarías ser mi amigo?

El pequeño extraño quedó petrificado, como una de las estatuas naturales de rocas que rodeaban el palacio de los Saros.

—¡¿Que si acepto?! —gritó de pronto pegando un salto. —Ojalá regresen esos desgraciados, así ven quién es mi nuevo amigo. —Exaltado, abrazó al príncipe sin pensarlo dos veces, hasta casi dejarlo sin aire, en una terrible, imperdonable y bochornosa ruptura del protocolo.

—Por cierto, tú ya sabes mi nombre pero yo no sé el tuyo —dijo acertadamente el príncipe.

—Grus, mi nombre es Grus. Grus Theta.

Ambos reían a carcajadas cuando la nana de Eclipse apareció enfurecida y aliviada al mismo tiempo. Tomando al príncipe del brazo intentó llevarlo de regreso al palacio.

—¡Espera! —exclamó Eclipse, poniendo resistencia—, él es mi nuevo amigo y vendrá conmigo a jugar al palacio.

—En cuanto le avise a mi mamá —añadió Grus.

—En cuanto se lo diga a su mamá —continuó el príncipe, ofreciendo su mejor sonrisa y mostrando su expresión más tierna e indefensa, intentando conmover a su nana.

Después de insistir ante sus padres, el rey y la reina, el príncipe logró su cometido; desde entonces Grus tenía pleno permiso para visitar el palacio y Eclipse un amigo plebeyo del cual no pensaba separarse nunca más.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora