Los humanos no pudieron evitar reír al ver a sus invitados salir de la habitación vistiendo la ropa de Gal, bastante más alto y corpulento que ellos. Tal vez no les quedaba tan grande como los trajes astrolianos que llevaban antes, pero continuaba siendo demasiado holgada, tanto que traían las mangas de las camisas arremangadas y subidas las botamangas del pantalón, dándole una apariencia algo ridícula. Por suerte, Gal también tenía una colección de tiradores, por lo que pudo prestarle uno a cada uno, de modo que no se arriesgaran a terminar siendo unos exhibicionistas, como por poco le había sucedido antes al avergonzado Grus.
Los terranautas se aseguraron de esconder prolijamente, dentro de sus nuevas camisas, sus collares de absolutita; una piedra tan negra como el Espacio, que colgaba de sus cuellos por un cordón, negro también. El collar de Grus ya había quedado expuesto, y seguramente les hubiera resultado extraño a los humanos descubrir que todos llevaban puesto uno idéntico. Tal vez podían confundirlos con miembros de una secta o quién sabe cuántas cosas más, lo cual aumentaría las sospechas sobre ellos.
A los pocos minutos, Luna salió de la habitación de Leila, luciendo uno de sus vestidos.
—Cómo me veo. —Luna giró sobre sí misma, moviendo al hacerlo con gracia la falda del vestido, confeccionado por su dueña.
Eclipse no salía de su asombro. Quizá le quedaba algo suelto, pero a sus ojos, Luna lucía perfecta; como si el vestido humano hubiera esperado por ella toda su «vida», y era su destino vestirlo.
—Te queda hermoso, hija —aseguró Gal orgulloso. A pesar de ser una extraña que apenas conocía, el humano la trató con la misma dulzura que trataba a su Leila.
Los demás la llenaron también de elogios. Aunque la princesa estaba acostumbrada a recibirlos, por algún motivo sentía que estos eran especiales. En el caso de los humanos, porque no sabían que era una princesa y en el caso de Eclipse porque de a poco se sentía cada vez más cercano a él.
De inmediato los humanos los invitaron a sumarse a ellos a la mesa —una mesa rústica de madera, en tono con el resto de la cabaña— sobre la cual ya habían colocado, mientras ellos se cambiaban de ropa, los utensilios que usarían para comer —todos distintos, de lata y madera—, además de vasijas de barro con bebidas desconocidas. De la estufa salía calor y vapor, similar al de las explosiones solares o los geiseres del Valle de Clima, en una escala muchísimo más diminuta.
—Serviré entonces la sopa, papá —dijo con dulzura Lei, que había preparado la cena esa noche.
Mientras Gal colocaba el líquido de las botellas en seis recipientes, los cuatro terranautas se consultaron con la mirada, dubitativos. Los astrolianos no comen más que jalea de estrellas y algún que otro jugo cósmico ocasional. Ese era otro motivo por el cual a Eclipse le fascinaban los humanos; no sólo ellos eran diferentes, sino también sus comidas y bebidas.
—Me temo... que no podemos comer ni beber nada de eso —lamentó con sinceridad Grus.
—¿Por qué? —dijo Leila con curiosidad, algo apenada.
—No pienses que despreciamos tu comida —aclaró rápido Télesco, para evitar ofender a la muchacha.
—No pensamos envenenarlos, si es eso lo que temen —aseguró de inmediato Gal riendo, un poco en broma y otro poco en serio. Los humanos tienden a ser algo desconfiados con los extraños, casi siempre con justa razón.
—Claro que no pensamos eso, sucede que.... —comenzó a hablar Eclipse nervioso.
—Sucede que en nuestras bolsas llevábamos algo de comida y la acabamos antes de encontrarnos —añadió Luna, rápida para inventar excusas.
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Terranautas: Los Visitantes Estelares.
Fantasi«Desde que el ser humano decidió echar su cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo. Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible. Pero no por ello...