«No Somos Humanos»

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Habiendo terminado la cena, el hombre y su hija prepararon unas camas improvisadas para los invitados usando algunas de sus frazadas. Luna aceptó dormir en la habitación de Lei, ante su insistencia, pero los chicos prefirieron hacerlo en el comedor. Pusieron de excusa que sentían algo de calor y preferían dormir menos apretados. En realidad, los novatos exploradores necesitaban planificar, a solas, cómo lograrían salir de la casa y llegar junto a su meteorito —con el objetivo de poner a cargar las celdas atómicas— al tiempo que evitaban que Gal despierte y los descubra, yendo detrás de ellos. Más tarde tendrían que idear algo para obligarlo a desistir de visitar el meteorito durante el día. Sabían que sería muy difícil, sobre todo porque conocían la entendible curiosidad del humano por su medio de transporte.

Gal les dijo «Hasta mañana», saludándolos con la mano. En el caso de su hija, acompañó el saludo con un dulce beso en la mejilla.

—Deja que lave yo los platos —le dijo Gal a su hija.

—No, papá, ve a dormir, lo haré yo —Leila se despidió otra vez de su padre, que se retiró a su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Enseguida, la humana tomó los dos platos sucios y salió de la casa, perdiéndose de su vista.

—¿A dónde habrá ido con eso? —preguntó con curiosidad Grus.

—No importa dónde fue, esta es nuestra oportunidad —dijo Eclipse en voz baja—; Luna, ve con ella y al volver, intenta evitar que trabe la puerta.

Luna asintió y obedeció a Eclipse. Al salir de la casa detrás de Lei, vió cómo la chica se acercaba a un barril que se encontraba a un costado de la casa. Luego de quitarle la tapa, tomaba algo líquido de allí con un cuenco, y lo vertía sobre los platos varias veces, refregándolos y secándolos luego con un trapo que llevaba atado en la cintura. Al notar que Luna la observaba a la distancia, se sorprendió.

—¡Annie! ¿Qué haces ahí? ¡Ven!

Al verse descubierta, a Luna no le quedó otra opción que acercarse tímidamente.

—¿Qué haces? —preguntó la princesa con ingenuidad.

—Hoy era mi turno de lavar los platos —dijo la humana riendo.

Luna se acercó entonces al barril y observó el agua en su interior. La luna se reflejaba graciosamente en su superficie, rompiéndose en muchas partículas brillantes que bailaban más rápido, en todas direcciones, cada vez que Lei sumergía el cuenco. Su corazón se partía de igual manera al pensar en su hogar, tan lejano ahora. Sintió incluso el impulso de tocar aquel reflejo.

—¿Qué es lo que te llama la atención? ¿Quieres hacerlo tú? —dijo la humana, riendo, sin adivinar la vedad.

—No, disculpa...sólo veía la luna...

—Ah, se refleja en el agua, es verdad. Sí, se ve muy bonito...

Luego de observar el reflejo por unos segundos, Lei terminó de lavar el segundo plato y se dirigía a la puerta de su casa cuando notó que Luna no regresaba con ella.

—¿Vienes? —preguntó Leila.

—¿Puedo quedarme aquí un momento, a contemplar la luna? —La princesa miró hacia el estrellado cielo nocturno.

—Claro, como gustes. Sólo recuerda cerrar y trabar la puerta al entrar. Dejaré la de mi habitación sin traba, ¿Está bien?

Luna se lo agradeció, satisfecha por partida doble. De verdad deseaba contemplar un momento la luna, pero además había logrado, sin querer, completar la primera parte de un plan que aún no habían pergeñado por completo. Dejaría la puerta abierta para que dos de ellos pudieran escabullirse fuera de la casa sin ser vistos.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora