Sköl reapareció tan repentinamente como se había ido, trayendo en su boca al conejo ya muerto y sacudiendo su cola con satisfacción.
—Qué buen chico, ¿nos traes el almuerzo? —dijo Gal acariciando la cabeza del animal y quitándole su regalo del hocico.
—¿Van a comérselo? —preguntó Grus con una expresión de asco que causó mucha gracia al padre de Lei.
—Claro, si quieren les puedo mostrar cómo lo cocinamos. No lo comeremos así como está, por supuesto que no, no somos salvajes —respondió paciente Gal, riendo.
Aunque ya estaban listos para volver a la cabaña, los muchachos debieron esperar a Leila y Luna, que aún no volvían. Afortunadamente no debieron esperar demasiado. Poco después que el cazador de conejos, las amigas hicieron su aparición, tranquilas, caminando despacio, conversando y riendo a carcajadas.
Cuando estuvieron frente a ellos, Grus notó que sus vestidos lucían extraños y se pegaban a sus cuerpos al igual que sus cabellos.
—¡Qué te pasó Luna! Por qué tu ropa...
—Es agua, ¡agua!...no lo imaginas, se siente increíble —Luna interrumpió a Grus que la señalaba con los ojos bien abiertos.
—No es justo, también quiero cubrirme de agua —rezongó Télesco.
—Se dice «empaparme», y podremos hacerlo mañana, porque ya es casi la hora del almuerzo y nuestra carne no se asará sola —dijo Gal, poniéndose en marcha.
Al llegar, todos dejaron la leña donde Gal les había indicado, en el exterior de la cabaña. Cuando fue el turno de Eclipse, soltó una queja y dejó caer bruscamente las ramas que cargaba.
—¿Qué sucede? —preguntó Grus, que llegó su lado y casi suelta sus propias ramas para ayudar a su amigo, el príncipe.
—No es nada, Grus, estoy bien —Eclipse refregó su mano derecha contra la camisa prestada de Gal y acomodó mejor la leña en el suelo. Se alegró de que los demás no se hubieran percatado de su pequeño traspiés ya que conversaban entre ellos.
Entre rodajas de troncos que cumplían la función de asientos, en un rincón frente a la cabaña, la leña se transformó en un fuego que crepitaba y cuya llama danzaba un baile casi hipnótico. Habían escuchado y leído muchas historias sobre el fuego humano, que les recordaba a las fulguraciones solares.
Gal atravesó al conejo —al que previamente le había quitado la piel, usando un cuchillo— con una vara metálica, y lo colocó sobre el fuego, sostenido por una precaria armazón de madera.
Mientras el conejo se asaba, ante la mirada curiosa de Grus y Eclipse, Leila llevó a Luna y a Télesco —que se ofreció a acompañarlas gustoso— a su pequeña huerta, para mostrarles cómo cosechaba ella los tubérculos y las hortalizas con las que acompañarían la suculenta carne del pobre animalito.
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Terranautas: Los Visitantes Estelares.
Fantasia«Desde que el ser humano decidió echar su cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo. Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible. Pero no por ello...