A tan solo una hora de distancia a pie desde la planicie, siguiendo un camino que atravesaba un pequeño bosque, se encontraba, en un claro, la modesta y rústica casa del humano. Una cabaña. Los terranautas, guiados por el hombre, estaban ya tan cerca de la casa, que las cálidas luces de las lámparas y el humo que se desprendía de la chimenea, podía percibirse desde donde se encontraban.
—Allí la tienen, mi casita de campo —dijo el hombre mientras se acercaban.
Faltando sólo un par de metros para llegar a la casa, un robusto animal cuadrúpedo —similar a un lobo— salió corriendo desde su interior, en cuanto alguien abrió la puerta.
Luna pegó un grito al ver a la bestia acercarse rauda hacia ellos y tomó instintivamente la mano de Eclipse, que estaba a su lado. Grus se asustó tanto, que retrocedió refugiándose detrás de Teco. Los cuatro se habían detenido a mitad de camino, aterrados.
El animal ladraba y sacaba agitado la lengua, que se movía de forma graciosa, flameando como una bandera por uno de los costados de su hocico. Corría intimidante hacia ellos, hasta que un fuerte grito del hombre lo detuvo en seco.
—¡Sköl!, ¡Ven aquí!
Obediente, a solo centímetros de llegar junto a Eclipse, dejó en paz a los desconocidos y cambió de rumbo, dirigiéndose hacia donde estaba el humano, saltando sobre él. Su dueño le acarició la cabeza luego de dejar su invento en el suelo, diciéndole «¡Buen chico, buen chico!».
—Perdón por el susto —dijo el humano riendo—. No deben tenerle miedo; mi perro es bueno, a pesar de su tamaño y aspecto amenazante. No les haría nunca daño —explicó acariciándole el lomo a la bestia, aún agitada, pero que parecía muy feliz de verlo y movía la cola sin control.
—Pensé que iba a comernos —le susurró Grus a Télesco, todavía escondido detrás suyo.
Parada bajo el marco de la puerta los esperaba una humana joven, de piel morena, ojos verdes y larga cabellera oscura, que los recibió sorprendida y curiosa.
El hombre había perdido por una enfermedad a su esposa, la madre de su hija, hacía mucho tiempo, por lo que desde entonces vivían juntos, solos los dos. Pronto los exploradores descubrirían que este terrícola trabajaba como profesor en la ciudad, pero como era aficionado a la astronomía, pasaba todas sus vacaciones en su casa de campo, junto con su hija, de modo de poder observar con tranquilidad el límpido cielo del campo, probando sus invenciones.
Apenas al ingresar a la cabaña, el terrícola dejó su aparato a un lado, y animado comenzó a hablarle a su hija:
—Lei, no vas a creerlo; estaba en ese sitio al que voy siempre a observar el cielo de noche, y vi caer de pronto un objeto celeste. Traté de calcular rápidamente su trayectoria, y descubrí que caería no muy lejos desde donde me encontraba, así que comencé a correr en esa dirección, y allí me encontré con estos jovencitos...por cierto, ella es mi hija Leila —dijo el hombre, recordando que no los había presentado.
—Pero me pueden decir Lei.
La muchacha no esperaba recibir la visita de cuatro extraños en su casa, pero los saludó muy amablemente, y al mismo tiempo que su padre, los invitaron a pasar al comedor; la primera de las tres habitaciones que poseía la pequeña cabaña, una construcción de madera, algo precaria, pero muy acogedora.
Enseguida, Leila volvió junto a la estufa, donde estaba preparando la cena, y se apresuró a agregar más verdura a la sopa para convidar a los invitados. Mientras tanto, el humano observó que los cuatro chicos permanecían parados junto a la entrada.
—No sean tímidos. Pueden quitarse las capas y ponerse cómodos —dijo amablemente el hombre.
En la oscuridad de la noche estaban a salvo, pero ahora las lámparas de aceite los iluminaban mostrando con claridad sus rasgos y cómo se cubrían de arriba abajo con sus capas negras. Los cuatro eran conscientes de que debajo de sus capas aun llevaban puestos sus trajes astrolianos y que para colmo les quedaban demasiado grandes después de que sus cuerpos se comprimieran al atravesar la atmósfera terrestre.
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Terranautas: Los Visitantes Estelares.
Fantasy«Desde que el ser humano decidió echar su cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo. Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible. Pero no por ello...