«El Incidente»

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De camino al sol el príncipe miró hacia atrás desde su asiento en el meteorito-móvil y se preguntó, mientras el palacio se hacía cada vez más pequeño, en qué momento había pasado de encontrarse tranquilo y emocionado por el diario del explorador, a verse obligado a reemplazar a su padre en su trabajo, porque éste se debatía entre la vida y la muerte. Qué tal si...deseaba no pensarlo, pero se imaginó por un segundo siendo coronado como rey, a tan corta edad, sin experiencia y sin haber vivido nada de lo que le hubiera gustado vivir antes de que eso sucediera, en un futuro lejano.

Ante esa perspectiva, ya no parecía tan pesada la carga que habría tenido antes, de practicar junto a su padre durante tanto tiempo como fuera posible. Ahora se vería obligado a aprender en tan poco tiempo lo que normalmente habría tardado meses, quizá años terrícolas en aprender.

Arvak y Alsvid ya se encontraban en sus respectivos cometas. Pirois, en cambio, lo esperaba en la plataforma.

—Bienvenido, su majestad.

—Gracias Pirois —respondió el píncipe asustado y resignado.

—Espero que su padre se recupere pronto; sé que es una situación complicada, que esto debe asustarlo, pero debe saber que cuenta con nuestro apoyo y que nunca lo dejaremos solo, majestad.

Eclipse agradeció sus palabras y se dirigió junto con él a la posición que su padre tomaba siempre. El ingeniero le entregó un instrumento complejo, similar a un sextante terrícola, pero con varias lentes de diferentes tamaños y formas.

Enseguida, Pirois le explicó dónde debía observar y qué valores debía tomar en cuenta, para luego saber qué hacer con la pequeña caja en la que se encontraba la estrella fugaz, que le alcanzó a continuación. Era la misma que su padre había sostenido el día de la práctica. Ese recuerdo estrujó aún más el corazón del príncipe, que debió hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.

A través de las lentes, Eclipse observó la luna, en el reino Luna. La veía, gracias a éste, más cercana, tanto que juró poder ver a la reina Selene y a su hija.

Sea eso cierto o no, sabía que ella estaba allí.

Tan solo ese pensamiento lo aliviaba un poco. Entonces, al pensar en Luna, recordó la pequeña gema que le había regalado, y que permanecía desde entonces en el bolsillo interno de su traje.

La princesa le había indicado que para notar los efectos de la piedra debía sostenerla en su mano y de inmediato se tranquilizaría, que su angustia se esfumaría. También le había confesado que era eso lo que había hecho ella aquel día, durante la fiesta de su compromiso, y la razón por la cual podía mantenerse tan tranquila, a pesar de la sorpresa.

Alentado por la idea, Eclipse decidió que no le costaba nada intentar mantener la piedra por unos segundos en su mano, antes de empezar realmente con su trabajo. Con ambas manos ocupadas —una con el aparato de medición y la otra con la caja—, no vio otra opción que agacharse y dejar el objeto más grande, el aparato, en el suelo. Sacó la piedra del bolsillo y la sostuvo satisfecho en su mano, pero cuando se disponía a levantar el aparato, descuidó la mano en la que llevaba la pequeña caja con la estrella fugaz.

Todo sucedió en cuestión de segundos. Al inclinarla demasiado, la tapa de la caja se abrió, dejando libre a la estrella que se alejó de él velozmente, retomando el impulso perdido al estar encerrada y dejando el fulgor de su estela tras de sí.

El príncipe no pudo hacer nada, solamente observar incrédulo cómo se alejaba la estrella de él. Ahora no tenía forma de indicarles a los hermanos Hati cuándo acelerar o cuándo detenerse, por lo que, confundidos, se detuvieron por completo esperando alguna orden de su parte.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora