«Una Amiga Que Viene De Las Estrellas»

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Una masa caliente y húmeda despertó con un sobresalto a Eclipse, que dormía plácidamente esta vez, a diferencia de la noche anterior en la que no había podido dormir por causa del escape fallido. Cuando abrió los ojos, vio el hocico negro de Sköl, que lo saludaba con los ojos brillantes y pícaros. Gal ya le había explicado que esa era la forma en la que los perros demostraban cariño, por lo que en lugar de asustarse, simplemente le devolvió el saludo con una caricia en la cabeza. Extrañamente, tan solo un día y dos noches habían transcurrido y ya se sentía como en casa.

Mientras los humanos desayunaban, continuaron conversando con los terranautas sobre sus vidas, tanto en la Tierra como en el mundo de los astros; lugares tan diferentes pero tan similares al mismo tiempo, al igual que ellos mismos.

Eran las diferencias las que despertaban una curiosidad insaciable en Eclipse, compartida, como buenos científicos devoradores de libros que eran, por Gal y su hija Lei.

Como el de la luz proveniente de la jalea de estrellas, muchos misterios más les fueron revelados a los humanos.

—La verdadera razón por la que fingimos estar desnudos debajo de nuestras capas fue para evitar que vieran esta ropa —confesó Eclipse, levantando con sus manos su enorme traje astroliano, similar a un caftán Otomano humano, pero brillante, iridiscente, tan diferente y llamativo que hubiera captado de inmediato su atención.

Al sentirse algo pesado, Grus decidió sacar de su bolsa el frasco con pastillas de helio; unas pequeñas bolitas blancas, similares a perlas.

—¿Y eso qué es? —inquirió curioso Gal.

—Son pastillas de helio. Las consumimos para alivianar los efectos de la gravedad terrícola. Verán, donde vivimos la fuerza de gravedad no existe, y en nuestras viviendas logramos que fuera mínima. Si no las tomásemos, nos sentiríamos muy mal. Ya de por sí nuestra masa se redujo considerablemente al ingresar a la atmósfera terrestre, por eso es que nuestros trajes nos quedaban tan grandes.

—Tiene sentido —dijo Gal, que sabía mucho más sobre astrofísica que la mayoría de los humanos.

—¿Y cuánto tiempo pueden durarles esas pastillas? —preguntó Leila con curiosidad, tomando el frasco de las manos de Grus.

—Es una muy buena pregunta, Lei. Calculo que, como mucho, una semana terrícola. —Grus subió un poco su tono de voz, y lanzó una mirada amenazante a Eclipse, quien captó de inmediato el mensaje.

—Pero en realidad no sabemos si con el tiempo podremos acostumbrarnos y prescindir de ellas. Mi teoría es que así será —dijo desafiante el príncipe.

Notando la tensión entre los amigos, Gal continuó haciendo preguntas, y hasta pidiendo pequeñas demostraciones de su brillo, ya sin el miedo de la primera vez en la que les fue revelado. Asombrados, aprendieron sobre el poder de esa piedra negra de absolutita, que los terranautas llevaban como un collar colgadas del cuello, y le permitían lucir como humanos normales mientras no se las quitaran.

Los humanos se encontraban cada vez más fascinados con sus jóvenes huéspedes y a cambio de sus explicaciones, deseaban mostrarles todo lo que les fuera posible sobre la Tierra, responder todas sus preguntas y resolver cualquiera de sus dudas. Gal se ofreció como una especie de guía turística del planeta Tierra, invitándolos a dar un paseo por los alrededores. Leila, por su parte, los invitó a conocer su pequeña huerta, a lo que los cuatro exploradores accedieron con creciente entusiasmo.

Un par de horas antes del mediodía, Gal cumplió con su promesa. Los siete —incluyendo a Sköl— partieron hacia el pequeño bosque en el que adentraba un tramo del camino, y se encontraba a unos pocos minutos de allí.

Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora