—Señor Xenon Volans —dijo el joven profesor Grus Theta al despistado alumno, sentado en la primera fila de pupitres—. Lea por favor desde el primer párrafo de la página 44.
El mejor amigo de Equinoccio Saros se puso de pie frente a la clase, y comenzó a leer:
«Cuando estudiábamos la historia terrícola en el pasado — hasta y durante los reinados del rey Apolo y su hijo, Febo Saros— los humanos aún se encontraban en pleno desarrollo evolutivo. Esto nos llevó a juzgarlos sin tomar en cuenta su potencial, que fuimos posteriormente capaces de reconocer gracias a los esfuerzos de nuestros exploradores. Las exploraciones, retomadas y perfeccionadas por orden de nuestro actual rey, Eclipse Saros, nos permitieron actualizarnos y aprender de ellos, que —a pesar de lo que todavía algunos niegan porque se empeñan en apoyar las antiguas corrientes anti-terrícolas— tienen mucho que enseñarnos sobre ellos mismos y nuestro mundo. Un ejemplo de esto...».
—Muy bien, suficiente Volans, muchas gracias —dijo el nuevo profesor de Historia Terrícola—. ¿Alguien sabe qué es lo nos enseñaron los humanos, clase?
Los alumnos permanecían en silencio, mirándose entre ellos, sin demasiado apuro por ser los primeros en responder.
—Bien, se los diré yo —continuó el profesor Theta ante la falta de iniciativa—. Hace unos cuantos años —dijo acomodando sus anteojos—, cuando era tan joven como ustedes ahora, tuve un profesor que creía conocer a los humanos, pero en realidad sólo sabía lo que los libros le decían sobre ellos. Sólo conocía una porción pequeña de realidad. Y cuando no conocemos algo por completo y ese algo es muy diferente a nosotros, le tenemos miedo. A veces, por culpa de ese miedo, cometemos el error de atacar, en lugar de esperar e intentar comprender primero. Por eso es que se modificaron los libros de historia terrícola, para que la verdad en casi su totalidad, saliera a la luz. Los seres humanos eran ignorantes, tal vez lo siguen siendo, pero evolucionan a cada minuto. En este mismo instante están aprendiendo, investigando, descubriendo cosas y maravillándose con sus descubrimientos. Yo mismo conocí a un humano tan inteligente como cualquier astroliano y mucho más amable que la mayoría de nosotros. Por eso —y esto se los digo no como el profesor que imparte esta materia sino como un consejo personal de alguien mayor a la juventud que tengo trente a mí—: nunca desprecien a quien no conocen, sea humano o astroliano, porque casi siempre las apariencias engañan, y en definitiva es lo que menos importancia tiene. Tampoco acepten como verdades absolutas lo que les digamos los mayores, porque, a pesar de tener más años de experiencia y por lo tanto más conocimiento en nuestro haber, también podemos equivocarnos. Y eso está bien; es cometiendo errores, equivocándonos, como se aprende. Estudien, investiguen, conozcan, saquen sus propias conclusiones; háganlo siempre. Y no olviden que, ese al que hoy desprecian injustamente, algún día puede llegar a ser su mejor amigo. Abracen las diferencias, los diferentes puntos de vista, porque así es como nuestras vidas se enriquecen y expanden sin límites, como el universo mismo.
La señal para el receso apareció brillando en lo alto del aula, por lo que el profesor, sentado al borde de su escritorio, debió dar por terminada la clase. Sus alumnos lo escuchaban con tanta atención, que ninguno de ellos se levantó de inmediato. Permanecieron inmóviles, pensativos. Sin dudas las palabras de Grus les habían afectado, con suerte, de forma positiva.
Todos los alumnos salieron del aula con excepción de dos de ellos, Xenon y el príncipe Equinoccio.
—Oye Gurs...digo, profesor Theta —Se corrigió Equinoccio—, dijo mi hermano que te espera mañana en el palacio, que no te olvides de la sorpresa.
—Muchas gracias Equinoccio, dile que no se preocupe, que allí estaré.
Equinoccio dejó la habitación charlando alegremente con su amigo Xenon. Grus lo siguió con la mirada, ordenando sus papeles, hasta que lo perdió de vista. Le costaba creer lo mucho que había crecido, y recordaba cuando era un niño; tan pequeño, que apenas si aprendía a hablar y se escondía tras las faldas de su madre, la reina.
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Terranautas: Los Visitantes Estelares.
Fantasy«Desde que el ser humano decidió echar su cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo. Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible. Pero no por ello...