«No Se Vayan, No Así»

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El cuerpo de Eclipse brilló, como era natural en él; como lo hizo desde que nació y lo haría hasta que Odín decidiera que se apagase para siempre.

Como apenas recuperaban la visa, Gal y su hija creyeron estar ante una ilusión óptica. Pensaron que el brillo de este joven, que no provenía de ninguna otra fuente que no fuera su misma piel, era un efecto más del enceguecimiento anterior, que los había dejado confundidos.

Gal sujetó su cabeza con ambas manos. Le daba vueltas, como si se encontrara a bordo de una montaña rusa. Luego se refregó los ojos y miró a su hija, preguntándole sin palabras si ella veía lo mismo que él.

A un metro frente a él, uno de los huéspedes de los humanos continuaba allí, parado, resignado, brillando con su luz propia, dorado como todo astroliano común y corriente.

—Qué...qué clase de truco es ese —dijo finalmente Gal, acercándose a Eclipse, al tiempo que protegía sus ojos del brillo con su mano.

—No es un truco. Esta es mi verdadera piel, es mi verdadero yo. No soy humano, soy astroliano, y mis amigos lo son también —declaró el príncipe con sinceridad absoluta.

—No es posible...—Gal volvió sobre sus pasos— Los astrolinos...lo que sea que dijiste, eso no existe...no lo entiendo...

Luna observaba la escena con pena, pero decidió que debía apoyar la decisión del príncipe una vez más.

—Él dice la verdad —añadió, quitándose su collar y brillando como el príncipe.

Al ver a Luna brillar también, Leila se acercó a su padre y tomó su mano, algo asustada.

—Tú también...y entonces, a qué vinieron...qué buscan, qué hacen aquí...—En un instinto natural, Gal, aturdido, perdiendo su confianza en ellos, se colocó delante de su hija, protegiéndola.

—No nos tengas miedo, por favor —dijo Teco afligido. Pudo notar, con pena, que Lei estaba realmente aterrada.

—No vinimos a la Tierra para hacerles daño alguno, sino todo lo contrario...queríamos...quería confirmar que estaban todos bien, después de...del incidente que provocó mi error. —Eclipse volvió a colocarse el collar para no molestar la vista de los humanos e intentó acercarse nuevamente a ellos.

—¿Error?¿Qué error?...esperan que crea que...¿Y cómo se supone que llegaron hasta aquí desde... Astrolandia? —preguntó, todavía incrédulo, Galileo.

—No venimos de Astrolandia, señor, nuestro mundo no es un país —respondió ofendido Grus, que gustaba de las cosas precisas.

—Llegamos a la Tierra en un Meteorito-Móvil, el objeto celeste que usted vio caer y que pretendía observar mejor más tarde —aclaró con paciencia Luna.

—No, no, no, no...—repitió Gal desorientado, retrocediendo aún más y tomando del brazo a su hija—. No es posible, no les creo, aléjense de mí y de mi casa —continuó, dirigiéndose tambaleante hacia la entrada de la cabaña.

—¡Espere! —exclamó Télesco, colocando su mano en la puerta, impidiendo que la cerrara—, déjenos al menos sacar nuestras cosas y devolverle su ropa.

A pesar de estar tan confundido, a Galileo le pareció un pedido razonable. Dejó la puerta de su casa abierta y se sentó abatido en una de las sillas del comedor, observando, con la mirada perdida, cómo los cuatro extraños jóvenes, hasta entonces sus invitados especiales, ingresaban nuevamente a sus cuartos para cambiarse.

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Terranautas: Los Visitantes Estelares.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora