Cuando se sintió completamente recuperado, Eclipse dejó finalmente la habitación de Gal, y lo primero que llamó su atención fue ver a Cetus, sentado en una de las sillas del comedor, con la mirada perdida, y posiblemente preguntándose en qué momento había terminado allí, obligado a vivir en una cabaña solitaria de un humano y su hija, en el lejano e inhóspito planeta azul.
En cuanto vio a su príncipe, el sirviente se puso de pie y a diferencia de los demás —que alegres por su recuperación lo llenaron de abrazos y felicitaciones, festejando a los saltos—, Cetus no olvidó su trabajo y como si aún se encontraran en el palacio, lo reverenció, poniéndose a su completo servicio, tal y como lo hacía en su mundo.
Para el príncipe resultaba algo incómodo. No imaginó nunca que su padre se preocupara tanto por él, al grado de obligar a Cetus a permanecer en la Tierra para cuidarlo; pero ya que no había vuelta atrás, trató de convencer a Cetus de que dejara de lado sus obligaciones y se relajara. No quería que la presencia de su sirviente le impidiera sentirse uno más, como hasta ese momento.
—Pero majestad...entonces...qué desea que haga...—dijo la mano derecha de la reina, confundido.
—Disfruta, Cetus, disfruta —intervino Grus, tomando confianza con el sirviente, al que conocía bien pero que nunca había tratado tan informalmente.
—¡Claro!, piensa que son tus vacaciones. Eso, vacaciones. —dijo de pronto Télesco.
—Ya los escuchaste, —Eclipse empujó a Cetus obligándolo a retroceder de espaldas hasta llegar a la silla en la que se encontraba antes y luego lo sentó—. Relájate y conversa con Gal. Puedes preguntarle lo que sea que quieras saber de los humanos y la Tierra, no tendrás una fuente más confiable que él.
Frente a Cetus, mesa de por medio, se hallaba sentado Gal, que seguía divertido la escena. Le resultaba increíble que en tan sólo dos días hubiera conocido a seres tan especiales, e incluso doblemente especiales por tratarse de la realeza.
Aunque para él era un honor hospedar a los jóvenes terranautas, ahora tenía además en casa a un adulto astroliano para conversar, alguien que aparentaba tener su edad y de quien podría aprender incluso más cosas sobre su mundo, para de paso entender mejor el suyo.
Cetus no lograba ocultar su angustia ya que, a pesar de intentar relajarse como se lo había pedido el príncipe, no sentía que estaba de vacaciones sino cumpliendo el severo —y merecido— castigo del rey. Esa preocupación se reflejaba en su rostro, lo que a Gal le resultaba algo divertido. Pensaba que sería la misma que tendría él de encontrarse en aquel mundo distante, invisible desde allí, tan diferente y ajeno al suyo, que lo empujaría a desconfiar de todo y de todos. Por eso es que Gal tuvo paciencia, y supo, afortunadamente, ganar la confianza de Cetus con el paso de los días y las semanas.
Gracias a la calidez de Gal y su hija, terminó por aceptar que ese lugar no era tan malo después de todo. Solamente un inconveniente lo aquejaba, ya que no obstante ser un poco mayor que los fugitivos a los que debía cuidar —o quizá justamente por ese motivo— la gravedad de la Tierra lo afectaba con más fuerza y el efecto de las pastillas de helio le duraba un poco menos que a los demás. Por ese motivo pasó varios días recostado en la cama de Gal, que con la generosidad que lo caracterizaba, se la había cedido, durmiendo él en el piso. También le había prestado algo de su ropa. A pesar de ser más delgado, al igualar en altura al humano, le sentaba mejor que a los jóvenes astrolianos.
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Terranautas: Los Visitantes Estelares.
Fantasy«Desde que el ser humano decidió echar su cabeza hacia atrás y observar el cielo, se ha preguntado el porqué del día y de la noche; del sol, la luna, las estrellas; el universo. Todo tan lejano, tan misterioso, tan incomprensible. Pero no por ello...