I. El asalto

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Los han vencido, fue el primer pensamiento de Andrej momentos después que la escotilla se abriera de golpe. El cuerpo inconsciente de un soldado aterrizó a sus pies; éste mostraba un corte profundo en la mejilla, otro más en el muslo y debajo de él, un charco escarlata se expandía a gran velocidad. El joven notó, sobre el uniforme del soldado, manchas oscuras alrededor de los roces donde la espada había desgarrado la tela.

Lira se abrazaba con fuerza a Andrej quien podía sentir la presión de sus uñas a través de la casaca y la falta de circulación le adormecía el brazo. Sus doncellas permanecían muy juntas en un rincón, dos muchachitas con la suerte de haberlos acompañado en aquella travesía sin imaginarse el destino que les esperaba en las solitarias aguas del mar de Tainesh. Entre gimoteos murmuraban plegarias al Único Padre, al Guerrero, a las Dionainnir, a quien fuera con tal de obtener ayuda.

Andrej, en apariencia, permanecía sereno con su atención en el umbral de la escotilla donde una sombra oscura se abría paso entre otros dos cuerpos en posiciones que, de encontrarse en una situación diferente, hubiera considerado vergonzosas.

—¡Vaya sorpresa nos ocultaban!

Se escuchó un saludo antes que la luz de las velas descubriera el ingreso de una robusta figura, restos de sangre y pólvora manchaban su cuerpo. En la mano izquierda empuñaba una espada digna de reyes. A pesar de la sangre fresca, sobre la hoja se podían apreciar una línea de runas, dibujos entrelazados que nacían en la empuñadura y danzaban hasta la punta. Andrej nunca había visto un diseño semejante, cada trazo parecía destellar con luz propia. ¿Qué hacía un asqueroso bandido de mar con un arma tan majestuosa?

El pirata caminó hasta el lugar donde Andrej permanecía de pie, quien al notar la mirada que éste le dirigió a su prometida, trató de ocultarla detrás de su cuerpo.

Con la cercanía, pudo ver con claridad a su asaltante. Debajo de aquella suciedad había un rostro de facciones finas, el cabello negro revuelto de un largo que su madre hubiera censurado. Olía a una combinación de sangre, sudor y pólvora. Lo igualaba en estatura, pero lo llamativo eran sus ojos, una mirada violeta capaz de penetrar tu alma.

—¡Muchachos! —Sin perder la sonrisa burlona llamó a sus compañeros—. ¡A trabajar!

Cinco hombres ingresaron y el caos reinó en la habitación. Dos de ellos sometieron a las asustadas doncellas, quienes no pudieron evitar reprimir gritos desesperados. Las callaron con mugrosos retazos de tela sobre su boca. Con ágiles movimientos no le dieron oportunidad a Andrej de reaccionar cuando arrancaron a Lira de sus brazos. Su aterrada prometida quiso gritar su nombre, pero su exclamación murió en su garganta con una mordaza. Le enredaron una gruesa cadena de plata alrededor de su menudo cuerpo.

Al dejar de sentir la calidez de la muchacha, el miedo de Andrej se transformó en furia. Se lanzó contra los bandidos sin importarle que lo superaran en número y fuerza. Su preocupación era poner a salvo a Lira. Antes de dar más de dos pasos, un contundente golpe en la espalda lo derribó y cayó de rodillas. Aturdido, intentó levantarse, pero una patada en el costado izquierdo lo tumbó boca arriba.

—No quieras ser el héroe. —Aquella masa humana mantenía su bota contra su pecho, su espada ejercía una presión mortal sobre su cuello.

Andrej estaba inmovilizado, fue testigo de cómo uno de los piratas alzaba sobre su hombro a Lira y abandonaban el camarote. Lo último que vio de ella fue su rostro bañado en lágrimas y sobre sus labios el dibujo de su nombre.

—¡Demando una explicación! —gritó con las pocas fuerzas que le quedaban.

En respuesta, el bandido de los ojos violeta lo tomó por el cuello y lo levantó para estrellarlo contra la pared. El aire abandonó sus pulmones sin poder gritar cuando el piso desapareció bajo sus pies.

Rosas del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora