Extra. Antes de conocerte

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Liann

Después de desembarcar en Ioné y dar instrucciones a la tripulación, decidí dar un recorrido por las concurridas calles de la isla. Faltaban pocos días para la clausura del Festival del Mar, pero las celebraciones parecían no sentir su final. Mis compañeros tomaron caminos diversos; no los puedo culpar, casi no tenemos oportunidad de distraernos. Una vuelta por el mercado les haría bien.

El único que me hizo compañía fue Diaco. Apreciaba su compañía, después de Rik, él era quien mejor me conocía y, a pesar de que las cosas entre nosotros no funcionaron, nuestra complicidad seguía latente.

Observar la vanidosa caminata de las damas, luciendo sus mejores faldas, brazos enguantados y cabello recogido en apretados moños, sólo me hizo agradecer la libertad de elección de mi atuendo. En mi opinión, debía ser una experiencia terrible llevar sus rostros cargados de polvos y pintalabios, sobre todo con el sol del mediodía y el húmedo calor del puerto. Sin embargo, ellas parecían felices. ¿Quién era yo para dudar de aquello que, en apariencia, las hacía sonreír?

Creía ser la única mujer que se sentía desdichada al usar uno de aquellos primorosos vestidos. Odiaba la manera en que el corsé aprisiona la cintura y debía hacer un esfuerzo sobrehumano para respirar. Y los faldones, olanes de tela alrededor de mis piernas que me impedían mover con soltura. No hay nada más cómodo que unos pantalones y una holgada casaca, al usarlos me acompañaba una sensación liberadora.

Recuerdo a las mujeres de mi pasado, mi madre y mi hermana, siempre me decían que una dama respetable debía vestir de forma impecable, una sentencia que se repetía en los labios de Nedráh. Si me vieran, reprobarían mi atuendo, me mandarían de inmediato a cambiar y —con seguridad— me negaría.

Sonreí ante la escena dibujada en mi mente.

Seguimos nuestro recorrido hasta llegar al punto de reunión que fijé con antelación: El Canto de la Sirena, la taberna más famosa de la isla. Mientras esperábamos la llegada de Thanis, un poco de cebada no nos caería mal.

No me sorprendí al encontrar el lugar abarrotado. Nos acomodamos en una mesa cercana a la entrada, la única disponible. Pese a lo concurrido, no tardaron en traernos dos jarras rebosantes de la bebida especial del bar, una fuerte cerveza que combinaba su amargo sabor con algo cercano al chocolate y la canela.

Casi terminaba mi primer tarro, lista para pedir uno más, cuando un fulgor azulado se coló por los bordes de la guarda de Othar-silmë. Mi espada descansaba recargada en la mesa. Un frío sudor recorrió mi espalda y no me atreví a mover.

—¿Liann? —Diaco se dio cuenta de mi repentino cambio de actitud y siguió la dirección de mi mirada. Se quitó la pañoleta del cuello y la lanzó hacia mi arma antes de que alguien más notara su magia.

Mi mano, aferrada al tarro de madera, temblaba. Una avalancha de recuerdos me sacudió. Gritos, sangre, llantos contenidos. "Cuando las runas de tu espada se enciendan, sabrás que la has encontrado", las palabras de Sylas hicieron eco en cada rincón de mi ser. Después de tanto tiempo, después de muchas búsquedas, aquella luz me guiaría hacia mi objetivo.

A pesar de mi necesidad de salir corriendo, seguía petrificada. Escuchaba dos voces en mi interior: una me gritaba que me moviera y acabara de una vez por todas con las pesadillas; otra, la más cuerda, me pedía paciencia y trataba de hacerme entender que lo más difícil había pasado.

—Liann. —Diaco me llamó, su cálida mano hizo contraste con la heladez de la mía. Su fraterno agarre me regresó a la taberna—. Mírame.

Me aferré a su toque. Él entendía lo complicado del tema, que en mi afán de buscar venganza podía perder la cordura y armar un pademonium.

—Yo... ella... está aquí.

A penas podía articular palabra.

—Tú no eres así, mi capitán sabe cómo moverse entre las sombras, sin llamar la atención. Recuerda quien eres y por quien luchas.

Diaco tenía razón. No había llegado tan lejos para sucumbir al dolor y la venganza y, en ese proceso, dañar a más gente. Tampoco era la indefensa niña encerrada en el armario, no había sido fácil superar el terror y convertirlo en fuerza. El momento de demostrar porqué soy la capitana del Rousse había llegado.

Exhalé profundamente, como si ese movimiento bastara para liberar mis miedos. Necesitaba armar un plan.

—Espera a Thanis y dile que habrá cambio de planes —me puse de pie y dejé un par de monedas sobre la mesa—, nos vemos en el puerto. Jonna debe estar en el Rousse, reúnan a los demás.

—¿La buscarás?

Noté su preocupación, pero es algo que debía hacer. Rik también estaba afuera y si llegaba a encontrarse con ella, su reacción no sería muy diferente a la mía. Debía evitar que eso sucediera.

—No haré una locura, tengo cosas importantes que cuidar y no las voy a arriesgar. —Le regresé su pañoleta y até la guarda a mi cinto, ocultándola entre los pliegues de mi capa—. Necesito ver de quien se trata para organizarnos. Los días de esa maldita bestia están contados.

Le devuelvo una sonrisa antes de salir y emprender la búsqueda de la sucubia que acabó con mi familia.

Le devuelvo una sonrisa antes de salir y emprender la búsqueda de la sucubia que acabó con mi familia

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