XVII. Ilusiones rotas

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Andrej podía sentir la furia de una tormenta mojar su rostro, aquel golpeteo lo ayudó a deshacerse de la sensación de mareo y así regresar a la realidad. Lo primero que vio frente a él fue la espalda de un hombre que vestía una chaqueta azure, el mismo color que utilizaba la guardia de Telarea. Estaba a punto de preguntarle quien era cuando la figura, sin hacer el menor intento por mantener el equilibrio, se desplomó.

—Majestad... huya.

Escuchó la débil advertencia de aquel soldado, aún sin poder ver su rostro, pero la mata de cabello cobrizo le ayudó a identificarlo: Samya. Su pecho estaba atravesado por lo que parecía ser un arpón de hueso, alrededor de la herida la sangre manchaba su casaca convirtiendo el azul en carmesí. Buscó con la mirada el origen del ataque, siguió el hilo viscoso que salía de uno de los extremos de la púa hasta llegar a una escamosa cola que se conectaba a la cadera de un ser de piel cetrina. En su hombro —o lo que parecía serlo— tenía un corte del que emanaba un líquido negruzco, le recorría el brazo hasta llegar a su muñeca que permanecía aprisionada por un brazalete de plata. Restos de una cadena colgaban del grueso aro. Había visto un objeto similar el día que la banda de Liann asaltó el Whirwin, con ella apresaron a su prometida. Pero lo que veía estaba lejos de ser aquella muchacha inocente con la que se casaría.

Aquella abominación cubría su cuerpo con restos de jirones de tela; algunos mechones rubios sobresalían de cráneo como si los hubieran arrancado; de ojos alargados y con una boca llena de afilados colmillos.

Sintió una opresión helada en el pecho, lo que veía no podía ser cierto, pero las palabras de Liann retumbaron en su cabeza: "El poder de tu corona no te salvará cuando tengas de frente a una criatura como ella, cuando sientas que tu vida es arrebatada por quien creías amar y, sólo cuando eso pase, cuando no haya nadie para escuchar tus gritos de auxilio, desearás haberme creído." Era muy tarde para decirle que debió haberle creído.

—¡Vete de aquí! ¡Tu gente vino por ti!

El grito de Rik lo sacó de mi estado de sopor. El pirata cortó de un tajo la membrana del anzuelo, en consecuencia la criatura lanzó un agudo gruñido y golpeó con la cola el estómago de su atacante. Incapaz de moverse, Andrej sólo sirvió de testigo para ver como como el cuerpo de Rik se perdía entre los espesos matorrales. Esperaba que se levantara, un hombre fuerte como él no podía ser vencido tan fácil, debía regresar y darle batalla... pero no volvió a aparecer.

—¡RIK!

Detrás de la sucubia, Liann trataba de levantarse apoyada en su Ohtar-silmë, su hoja destellaba con luz propia. Tenía medio rostro bañado de sangre, el cabello le caía desordenado sobre los hombros. Su expresión era una mezcla entre cansancio y rabia; a pesar de la distancia podía notar su pesada respiración.

—No voy a permitir que lo vuelvas a tocar.

La sucubia dirigió su atención hacia ella, en condiciones en que se encontraba le sería difícil evadir un ataque directo. Por muy hábil que Liann fuera estaba mal herida, el príncipe fue testigo del golpe que dejó a Rik fuera de combate, no podía quedarse sin hacer nada para ayudar a Liann cuando fue su incredulidad lo que los llevó a esa situación, de haber escuchado a la capitana, de darle el beneficio de la duda, no estarían jugándose la vida contra aquel demonio.

La espada de Rik había quedado cerca del cuerpo inerte de Samya, sin pensarlo demasiado Andrej corrió hacia ella y la tomó. Era más pesada de lo que estaba acostumbrado a usar; sin embargo, ese no sería pretexto para evitar el enfrentamiento. Podría no estar a la altura de las habilidades de los gemelos, pero seguía siendo un buen espadachín.

—¡A mi es a quien quieres!

—¡Andrej, no!

—Aquí me tienes, querida.

Rosas del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora