Durante su regreso a Telarea, el príncipe Andrej y su prometida, Lady Rheena, son capturados por una banda de piratas. Este secuestro desafía el Tratado de Rhymaldor, un antiguo acuerdo que protege a la realeza del continente de Aurea de cualquier a...
Andrej perdió la noción del tiempo sin saber exactamente cuanto tardaron en llegar a su destino. El sol comenzaba a ocultarse cuando vio una muralla que se levantaba en medio de la selva. A la distancia parecía una pared recubierta de musgo sin mayor chiste. Sin embargo, en cuanto se acercaron, el príncipe pude observar dos figuras en la parte más alta. Alzaban los brazos haciendo señales a la improvisada caravana. Tulio, quien iba a la cabeza devolvió el saludo. De repente, aquellas personas desaparecieron y al mismo tiempo se abrió una compuerta entre las paredes verdosas.
—Uber, te encargo al niño mimado.
Sin esperar la respuesta del gordinflón, Diaco ató las riendas a la carreta y salió disparado hacia el improvisado portón. Los demás continuaron con paso normal para cruzar el umbral. Al interior, Andrej descubrió un conjunto de casitas de madera: una distribución desordenada de construcciones variadas. Las había con varias ventanas, o aquellas que sólo mostraban una sencilla puerta; en algunas más, arbustos y flores decoraban sus entradas donde varios niños jugueteaban. Al fondo estaba la construcción más grande: dos plantas sin ventanas a donde se dirigió la mayor parte de la caravana.
Liann, Uber, arrastrando la montura del príncipe, y la carreta donde viajaba Grover se separaron del grupo principal para terminar su marcha en una casita pequeña. Un camino empedrado, flanqueado por un jardín de hierbas —ninguna que Andrej indentificara—, conducían a la entrada donde Diaco apareció acompañado de un hombre mayor. Cojeaba y su cabello mostraba más mechones blancos que castaños.
—¿Dónde está? —preguntó el viejo.
—En la carreta —Liann desmontó y se hizo cargo de las riendas de Andrej—. Fue Thanis.
Era la primera vez que el príncipe escuchaba aquel nombre. Alguien llamando Thanis —a quien no identificaba— había sido el responsable del estado de Grover. Debía ser alguien muy fuerte para haber vencido a uno de los mejores guardias de Telarea.
—¿Alguien más?
—Nada de gravedad, Diaco se ha hecho cargo.
—Llévenlo adentro —fue su indicación.
Entre Uber y otros dos hombres trasladaron el cuerpo de Grover al interior. Andrej desmontó con escasa gracia; sus piernas temblaron al sentirse sobre tierra firme, aun con las manos atadas pudo aferrarse al fuste, movimiento que le ayudó a mantener el equilibrio. Una caída más y volvería a ser el hazmerreír de los piratas.
—En las cajas está lo que pediste —señaló Diaco cuando ambos se acercaron a la carreta—, ¿será suficiente?
—Esperemos que sí. Tienes un feo golpe en la mejilla, muchacho. —Dio un vistazo al maltratado rostro de Andrej—. Una cataplasma de madreselva con semillas de arenjo será suficiente para bajar la inflamación, ya deberías saberlo, Diaco.
—¿Con quién crees que estás hablando, papá?
Sin mayores palabras, el sanador cargó varias cajitas y regresó al interior.
—¡Han llegado!
Liann, Diaco y Andrej dirigieron su atención hacia el origen de aquella potente voz. Por la misma dirección que habían llegado, una mujer rechoncha se acercaba dando tremendas zancadas, el mandil manchado y el blusón arremangada hasto los codos.
—Las noticias han volado. Seguro mi padre va a necesitar ayuda.
—Diaco... —protestó Liann.
—No quiero estar presente, capitán.
—¡Dile a Uber que salga!
—Oh, no lo hará.
Diaco no espero a que la mujer los alcanzara y entró con velocidad a la casita.
—¡Querida Liann! —saludó la recién llegada—, me dijeron que venías acompañada. ¿Dónde está nuestro invitado?
La morena hizo un ademán y señaló a Andrej. El príncipe permanecía de pie, observando la peculiar escena; casi podía asegurar que el capitán del Rousse estaba nerviosa.
—¿Qué han hecho contigo? Mírate nada más, ¡no puedo permitir que andes así!
Sin darle tiempo a oponer cualquier resistencia, aquella mujer arrastró a Andrej hacia otra de las casonas de la singular fortaleza. Liann, sin decir más, dejó que se lo llevara.
A su paso, se encontraron con caras curiosas y algunas voces que —en murmullos— se preguntaban "y ese quien es". Niños, mujeres y ancianos, en su mayoría formaban parte de aquella comunidad.
Llegaron a una construcción alejada de las demás. El recibidor, casi vacío, estaba imprengado por una fuerte humedad. Había dos puertas flanqueadas por banquitas de junco y un pequeño armario que dejaba al descubierto paños de diferentes tamaños, pero todos perfectamente acomodados. La mujer le indicó que ingresara por la izquierda; al abrirla, lo recibió un golpe de vapor caliente con olor a sándalo y jabón.
—El agua está en su punto —la desconocida se acercó para deshacer las amarras de sus muñecas—, un buen baño es reparador.
—Le agradezco, señora...
—Llámame Nedráh —le dio una palmadita en el hombro—. Estaré afuera si necesitas algo más.
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