VIII. Pasos de baile

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Con la llegada de la noche, la vida en la villa cambió. Después de la cena, sus habitantes se reunieron alrededor de una hoguera donde cantaban, reían y bebían. Un grupo de jovencitas bailaban al ritmo del laúd de Tulio, entre ellas Liann jugueteaba con un niño pequeño.

—¡Mira cuánto has crecido!

—¿Y papá?

—Vendrá la próxima vez, está en una misión muy importante.

—Quiero ser fuerte, como él, y acompañarte.

—Cuando seas grande, quizás.

Desde su posición, Andrej observó su interacción con curiosidad. Entre ambos existía demasiada familiaridad. De manera inconsciente trató de encontrar un parecido, algún rasgo que los identificara como madre e hijo, pero el niño tenía el cabello castaño y la piel clara, mientras que Liann era más morena. Buscó en su memoria quien de ellos podía parecerse al chiquillo, ninguno encajaba en la descripción.

—Meric, no andes molestando al capitán.

Entre las danzantes, apareció una joven de cabello castaño y corto; destacaba la cadena de plata que colgaba sobre su cuello y de la cual pendía una argolla dorada.

—Pero mamá...

—Anda a la casa, no quiero llegar y encontrarte despierto—. Después de despedir a su hijo, la mujer se dirigió a Liann—. Traté de alcanzarte con Yevan, pero Andelle me tiene ocupada, no llega a los dos años y tiene más energía que su hermano a esa edad.

—¡Ya quiero verla! Espero que se parezca a ti y no a su padre.

—Hablando de él, sólo quiero saber...

—Tranquila, Dunnie. Rik y Thanis están lo acompañan.

—Tus hombres más fuertes, ¿a caso...?

—Aquí no.

La joven notó la presencia del príncipe, quien al sentir la mirada de aquella, desvió su atención al tarro de cerveza entre sus manos, dándole un sorbo con el que casi se atraganta.

—¿Una bebida demasiado fuerte para un príncipe como tú?

Liann se le acercó después de que Dunnie se marchara.

—No es algo que puedas encontrar en Telarea.

—Receta secreta de Nedráh, de no ser por ella, hubiéramos muerto de hambre.

—Con tantos talentos, ¿es necesario que roben? —Sus pensamientos se transformaron en palabras, demasiado tarde para arrepentirse pues Liann lo había escuchado.

Llevaba menos de un día en aquel lugar y había conocido a gente peculiar. Nedráh era la encargada de la cocina; la cena que habían servido estaba lejos de ser elegante, pero desde el primer bocado el príncipe olvidó que estaba lejos de su salón de banquetes ni le servían en vajillas del más fino cristal. Un sencillo cuenco de estofado de verduras fue su manjar, tanto que se aventuró a pedir más. Por supuesto la cocinera se encargó de sobrealimentarlo.

Y Yevan... el padre de Diaco demostró ser un excelente sanador, en sus manos Grover tenía esperanzas de sobrevivir. Las heridas de su soldado eran mortales y Andrej sabía que ni siquiera el doctor Kaye —el médico de más confianza de su familia— la habría tenido fácil. No le permitieron acercarse a la habitación donde Grover estaba siendo atendido, pero Diaco le aseguró que el peligro había pasado. Liann le había dicho que ayudarían a su soldado y parecía que estaba cumpliendo su parte aunque todavía no se fiaba de ella por completo. Bandidos siempre serán bandidos.

—Imagino que Nedráh te lo ha contado. —Liann le arrebató el vaso y de un sólo trago lo dejó vacío—. El mundo no es tan simple, querido príncipe. ¿Quién haría negocios con una familia de delincuentes?

—Lo que haya hecho su familia no tiene que ver con ellos. Mi padre los escucharía, el rey Artheus también. Ninguno pasaría por alto situaciones así.

—Tú nos llamaste vulgares ladrones, ¿cómo podrías asegurar que para el rey sería distinto? Además, si yo no hubiera asaltado tu barco, jamás hubiéramos mantenido una conversación así.

—¡Capitán! ¡Ven con nosotras!

Dos bailarinas se acercaron a Liann y se la llevaron hacia su improvisado escenario. Los bailes en palacio seguían un riguroso protocolo, llenos de caravanas, silencios y guardando una prudente distancia. Todas esas reglas se rompían alrededor de esa hoguera: saltos, giros, choques de manos y cuerpos, gritos de júbilo, risas contagiosas y las notas de una melodía vertiginosa.

Andrej no podía dejar de observar los movimientos de Liann a través de aquella desordenada danza; ni siquiera se dio cuenta que su pie seguía el ritmo de la canción. Quién podía imaginar que aquella muchacha de movimientos ligeros y despreocupados era la intrépida capitana de unos bandidos de mar; alguien que podía dirigir palabras llenas de afecto a un niño pequeño y quien velaba por la seguridad de un grupo de familias olvidadas por los reinos, pero al mismo tiempo, una salvaje pirata que lo tenía secuestrado.

¿Bandidos siempre serán bandidos?


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