XII. El inicio del caos

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Rik se quedó en la playa, ni siquiera detuvo a Andrej cuando éste se levantó e inició el regreso a la casona. Hablar sobre su familia debió ser complicado y, sobre todo, haber ido en contra de las órdenes de su hermana al contarle su historia. Jamás se imaginó que fuera él, de todos en la isla, quien le diera la respuesta que tanto había buscado.

Después de escucharlo, sentía que debía hablar con Liann, convencerla de que todo era un malentendido y asegurarle que su prometida era inocente. Entendía los motivos que la habían orillado a atentar contra ellos, lo que no tenía claro era porqué eligieron a Lira, ¿cómo podía ser ella un demonio asesino?

La casona estaba en silencio, por fortuna ningún pirata apareció en su camino. No quería iniciar otra pelea, ya había tenido suficiente por una noche.

—Debes reconocer que pega fuerte.

Alcanzó a escuchar la voz de Diaco hasta el pasillo una vez que estuvo cerca de su destino.

—Estoy fuera de práctica —Liann le respondió.

—La lesión no ha sanado y tomar la espada no fue lo más sensato. Mi padre me matará si ve cómo estás.

—Asumo la culpa, Yevan me conoce.

—Aun así, a sus ojos, eres mi responsabilidad.

Andrej iba a tocar la puerta cuando está se abrió de golpe y Diaco apareció detrás de ella. En su cara se tatuó una fugaz expresión de sorpresa.

—Tienes visita.

Al fondo, sentada sobre un taburete, pudo ver la espalda desnuda de Liann; su cabello suelto caía en cascada sobre su hombro derecho, del otro lado un vendaje le cubría medio brazo. Cuando terminó de acomodarse la camisola, se giró y lo vio. Seguía molesta.

—¿Me quedo...?

—Déjalo, yo me encargo.

Encontrar a Diaco en la habitación de Liann y con ella semidesnuda —por cualquiera que haya sido el motivo— lo hizo sentir incómodo. Antes de salir, el sanador le dirigió una mirada que llevaba una advertencia implícita a la que no puso mucha atención. La figura frente a él, lo tenía abstraído.

—¿A qué debo el honor, su majestad? —Liann se puso de pie.

Andrej no se atrevía a moverse.

La luz titilante de las velas brindaba una iluminación precaria; sobre el tocador —el único mueble del lugar, además de la cama— había una botella de vino y una copa vacía; a su lado, varios frascos y más vendajes.

—¿Estás bien?

Liann no contestó, simplemente se cruzó de brazos y mantuvo su expresión hostil. Durante su improvisado duelo, no había dado señales de debilidad. Tomaba la espada como si fuera una extensión de su propio cuerpo y sus golpes fueron certeros, el calor sobre su pantorrilla era prueba de ello. Si la pirata había peleado diezmada, Andrej no podía imaginarse cómo sería enfrentarse a ella estando en mejores condiciones.

—Rik me lo ha contado.

—Mi hermano —la expresión de Liann se suavizó—, es un sentimental. También es su historia, tiene derecho a contarla.

—Entiendo que quieran encontrar a la sucubia, pero con Lira se equivocan. Ella no es quien piensas.

Andrej esperaba una respuesta agresiva que no llegó. En su lugar, le devolvió una mirada triste, casi vulnerable. ¿Porqué de pronto sentía la necesidad de acercarse, abrazarla, consolarla y jurarle que nada malo pasaría?

—Esperaba que alejándote de ella su influencia se diluyera, pero no ha sido así. La seguirás defendiendo pese a todo.

—Creo en ella.

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