VII. Te voy a contar

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Andrej apoyó los brazos en la bañera, un tronco ahuecado y lijado con maestría. Observó su reflejo difuminado en el agua, manchas oscuras debajo de los ojos producto del cansancio acumulado, la marca de Rik en su mejilla comenzaba a ponerse morada; tenía los labios partidos y su piel, tostada por el sol; su cabello, desordenado y pegajoso. Era un desastre. Con dificultad se deshizo de su ropa; cada movimiento ocasionaba una nueva oleada de dolor.

Nedráh le había preparado un baño caliente que su cuerpo agradeció, aunque los raspones y los piquetes le ardieron al contacto con el agua. Junto a la bañera encontró ropa limpia, una casaca sencilla y unos pantalones desgastados, pero deshacerse de su vestimenta actual —que más parecían trapos viejos— le ayudó a sentirse mejor.

Ni siquiera extrañó los jabones, las lociones, las esponjas, aquellos finos enseres a los que estaba acostumbrado. Sus lacayos siempre le tenían su baño listo, después de una ardua mañana de ejercicios, él simplemente se dirigía a su baño privado y se sumergía en el agua. Ahora debía conformarse con una barrita de jabón y agua caliente. Cualquier cosa sería buena con tal de quitarse el sudor y la mugre.

Cuando estuvo presentable, salió hacia el recibidor donde Nedráh lo esperaba sentada en una de las bancas.

—¿Quiénes son ustedes?

—¿Liann no te lo ha dicho?

—En realidad, no lo he preguntado —confesó. —Aunque, he tratado de obtener otras respuestas y lo único que obtengo son malos tratos.

Nedráh le dedicó una sonrisa triste.

—Ven. —Lo invitó a tomar asiento junto a ella—. No estoy de acuerdo con lo que han hecho contigo, pero Liann es el jefe y confío en ella.

—Ella es quien menos me responde.

—Tal vez estás haciendo las preguntas incorrectas. —Le acercó una taza humeante. —Te hará bien en lo que vas con Diaco.

El príncipe dio un traguito a la infusión. Saboreó ese primer sorbo, dulce y reconfortante. Un baño caliente, una taza de té y la amabilidad de Nedráh. Por primera desde su secuestro, dejó de sentirse un prisionero.

—No llegamos a esta isla por casualidad, somos desterrados de nuestro hogar —Nedráh contestó entre la nostalgia y la tristeza. —Yo vivía en Kassia, me casé con el hombre que amaba y formé la familia que siempre soñé, pero... Mi esposo nunca quiso que su familia estuviera cerca de nosotros, no eran buenas personas y tuvieron el castigo que merecían, pero su estigma quedó grabado en cualquiera que compartiera su sangre. La gente nos señalaba como asesinos y ladrones, ¿quién les aseguraba que en un futuro mis hijos no siguieran los pasos de su abuelo y tío?

—Eso no se pueden saber. Yo creo que alguien como tú no educaría ladrones.

—Pocos piensan como tú, joven príncipe. Mi esposo era un excelente panadero. Nos iba bien hasta que la gente lo asoció con aquellos delincuentes. Un día fuimos testigos cómo el trabajo de su vida era consumido por las llamas. Lo perdimos todo.

—Debía haber otra solución, lo que les hicieron no tiene perdón.

—Saber que Telarea tiene un heredero con buenos sentimientos me da esperanza, pero no es suficiente. —Nedráh le acarició el rostro—. Quienes aquí vivimos hemos sufrido el mismo destierro. Ya conociste a Yevan, sólo por qué no pudo salvar la vida de la hija de un marqués fue condenado. Es un excelente sanador, pero no es el Único Padre. Cada habitante de esta isla tiene una historia que contar.

Andrej jamás había escuchado un relato como aquel, su mundo se dividía ente lo bueno y lo malo. A niveles místicos estaba la justicia de las Dionainnir, ellas se encargaban de proteger a Aurea de los males que pusieran en peligro el continente. Pero la justicia de los hombres recaía en los reinos donde la figura del rey representaba la autoridad y su palabra era ley. Lo malo se reflejaba en los criminales y debían ser castigados. Sin conocer la historia detrás, él había prejuzgado a los piratas como bandidos cualquiera y fue hasta ese momento que las palabras de Liann tuvieron sentido. Si él no fuera príncipe, ¿sus órdenes seguirían siendo absolutas y debieran ser obedecidas?

Había crecido con las enseñanzas de su padre, un hombre recto y justo cuyas decisiones —desde su punto de vista— eran correctas. Nadie que se acercara al monarca de Telarea se iba sin ser escuchado, salían de las audiencias reales con respuestas satisfactorias a sus problemas. Lo mismo pasaba en Gandoerel, donde el rey Artheus, a pesar de su juventud, llevaba las riendas de la nación más poderosa de Aurea con justicia.

Sin embargo, conocer a Nedrah y escuchar cómo su vida había sido destruida por los prejuicios de una sociedad, la misma en que él vivía, cambiaba su perspectiva de las cosas.

—Y... ¿sus hijos?

La mujer soltó una sonora carcajada.

—Ese par, aunque crecieron lejos de su tío y su abuelo, ahora son bandidos de alta mar.

—Ese par, aunque crecieron lejos de su tío y su abuelo, ahora son bandidos de alta mar

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