XI. La verdad detrás del misterio

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Con frustración, Andrej arrojó la espada lejos. Continuaba sentado en el mismo lugar donde Liann lo derribó. Los piratas ni siquiera se molestaron en quitarle el arma; para ellos, él no representaba peligro.

Más que el dolor en la pantorrilla o que las costillas volvían a molestar, su ego era el lastimado.

—Soy su juguete —dijo en voz alta.

—Y uno muy fastidioso.

Thanis y Diaco habían seguido a su capitán cuando ésta se marchó, pero su hermano permanecía de pie junto al príncipe.

—¿Me llevarás arrastrando? Hazlo...

—Es una oferta tentadora, pero no tengo intenciones de cargar contigo. Por mi puedes quedarte hasta que se te baje el berrinche.

—Entonces, ¿qué haces aquí? Te quedas mirando como el niño mimado llora su derrota después de haber sido vencido por una mujer para contarle a tus compañeros.

—¿Te pesa más que te haya ganado una mujer que un pirata? —Fue la burla de Rik—. No eres el único que piensa que mi hermana es débil sólo por ser mujer. Aunque has sido testigo de lo que podemos hacer, ¿te atreviste a desafiar a nuestro capitán y, como es una mujer, pensaste que podías vencer? Típico error de la gente del continente.

Liann no se veía como una persona de gran fortaleza física, era esbelta de movimientos veloces y ligeros; Andrej creyó que su tripulación podía compensar esa falta fuerza y ella se valía de otros métodos—tal vez más femeninos— para ganarse su respeto.

Había probado de primera mano la fuerza de Rik. En la villa, escuchó que el marido de Dunnie —a quien no había visto— superaba por mucho a Thanis, éste último fue quien dejó fuera de combate a Grover y con seguridad su hermano no se quedaba atrás, lo había visto cargar costales sin demasiado esfuerzo. Jona, Tulio y Diaco, a pesar de su apariencia desgarbada, eran ágiles y rápidos. Con ellos para cuidarse, Liann no debía preocuparse por nada. Inteligente y calculadora, ella movía los hilos mientras sus ejecutores se manchaban las manos. Esa idea perdió fuerza al comprobar de propia mano que no sólo era una cara bonita, podía dar una muy buena pelea.

—Sólo quiero entender qué está pasando.

—Lo más seguro es que si no obtienes respuestas, tarde o temprano terminarás con un cuchillo clavado y, aunque tu derrota te obliga a obedecer sin objeción a mi hermana, no sabes quedarte quieto.

Le arrojó un medallón que atrapó con torpeza. Un óvalo adornado con grecas y, en el centro, una 'M' grabada en relieve. En la parte posterior se podía leer "A tú lado, siempre". Quitó el seguro y con un click dejó al descubierto un retrato en su interior: una mujer le devolvía la mirada, una que ya conocía a la perfección.

—¿Ella es...?

—Lady Marash... mi madre. —Rik tenía la vista fija en el horizonte, perdido en su mar de recuerdos—. Lo que tienes en tus manos es lo poco que ha quedado de ella.

Andrej miró de nuevo y observó las arracadas que enmarcaban el rostro de la mujer., mismas que también ya había visto antes: Rik usaba una en su oreja derecha y la otra la tenía Liann. Un detalle que creyó era una especie de signo distintivo entre el capitán y su lugarteniente; sin embargo, comenzaba a dudar que fueran un simple adorno.

—La isla está llena de tragedias, su habitantes podrán contarte historias que te desgarran el alma, tú mismo las has llamado injustas. Pero, hay una entre ellas con la que podrías asustar hasta el más valiente caballero. Nuestro apellido es Marash, un apellido que alguna vez fue bien conocido en Vespa.

Andrej sabía que ese nombre le sonaba familiar, pero no lograba recordar donde lo había escuchado. Telarea y Vespa eran naciones limítrofes con buenas relaciones diplomáticas, estaba seguro que ninguna familia de la nobleza ostentaba el apellido Marash.

—¿Quiénes son ustedes?

—Unos buenos comerciantes. La fama de los Marash creció gracias a los negocios y, de la misma manera que se hizo fuerte, desapareció. Sólo quedamos Liann y yo.

—Sigo sin entender cuál es la relación en todo esto.

—Contigo, ninguna... tu acompañante... es otra cosa.

Andrej comenzó a notar un patrón, cuando los piratas se referían a Lira jamás la llamaban por su nombre.

—Mi hermano mayor encontró a una chica a las afueras de Loria, nosotros vivíamos cerca de esa ciudad, estaba semidesnuda y no sabía más que su nombre: Dinae. Él, como buen caballero, no podía dejarla ahí y la llevó a casa donde conquistó a todos con su encantadora personalidad. Pol siempre fue un soñador, veía lo mejor de cada persona y esa, su mejor cualidad, nos llevó a la desgracia. ¿Sabes qué es una sucubia?

Andrej guardó silencio. A lo largo de toda Aurea había relatos donde bestias salvajes, demonios y otras criaturas aparecían para sembrar terror, pero él los consideraba cuentos de abuelas para asustar a niños pequeños. El Padre les regaló a las Dionainnir para acabar con aquellos seres del mal; sin embargo, se decía que todavía existían algunas que rondaban en la oscuridad, dicho que no había sido comprobado y, aunque lo fuera, sus guardianas debían hacerse cargo de ellas.

—Existen —Rik le contestó—. Demonios que se alimentan de la vida de seres humanos para conservar la propia.

—¿Piensan que Lira es una de ellas?

—Una de ellas, no. Es ella.

—No, no, no. Están equivocados, Lira no es... Lira es... una chica...

—¿Encantadora?

—Incapaz de cometer un acto tan ruin.

Andrej no imaginaba que su candorosa prometida pudiera ser un demonio sediento de sangre. Ella, quien temblaba cada vez que estaban cerca; ella, quien iluminaba su vida con una sola de sus sonrisas, quien había llorado cuando su gorrión murió y a quien sus padres adoraban como su propia hija. Todo debía ser un terrible malentendido.

—Suenas como él —Rik respondió con una risa cargada de amargura—. Pol idolatraba a Dinae, decía que era su luz. Por culpa de ese amor ciego mi familia fue asesinada y nosotros nada pudimos hacer más que escondernos en un armario. ¿Qué podían hacer unos chiquillos contra el mal encarnado?

A través de sus palabras, Andrej pudo percibir dolor. Se necesitaba algo demasiado escalofriante para quebrar a un hombre como Rik.

—Ahora entiendo porqué Ann no quería contarte esto.

—¿Por qué decidiste hacerlo?

—No estuve de acuerdo en ocultarte el motivo de tu captura, creí que merecías saber la verdad. No es la primera vez en que no apruebo las decisiones de mi hermana, pero ha sido a través de su buen juicio que hemos podido sobrevivir. Liann está consciente que habrá consecuencias por haber roto las leyes de Rhymaldor, pero ese es el precio que está dispuesta a pagar con tal de que la tragedia no se repita jamás.

 Liann está consciente que habrá consecuencias por haber roto las leyes de Rhymaldor, pero ese es el precio que está dispuesta a pagar con tal de que la tragedia no se repita jamás

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