II. Prisionero

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Andrej permaneció inconsciente desde su captura. Entre sueños, la imagen de Lira iba y venía, danzaba traviesa, le hablaba al oído susurrando un 'todo es un mal sueño, pronto despertarás'. A veces, una sutil fragancia a rosas mezclada con madera, sal y humedad, impregnaba sus delirios. Lira no era fanática de las flores, mucho menos las rosas, pero la presencia de ese olor de alguna manera lo tranquilizaba. En otras ocasiones, le pareció escuchar voces desconocidas, frases entremezcladas que hablaban de demonios, sangre y muerte.

Con lentitud, fue recuperando el sentido sin poder descifrar cuánto tiempo había transcurrido desde el asalto. La cabeza le daba vueltas, pero aun con la sensación de vértigo presente, trató de levantarse apoyándose en sus brazos. El calambre que sintió en su costado izquierdo le hizo soltar una maldición y se dejó caer con todo su peso sobre el suelo.

—Su Majestad, ¿está bien?

Parpadeó un par de veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la penumbra. Descubrió cerca la silueta de una persona, se trataba de uno de sus soldados a quien reconoció por la voz.

—¿Samya?, ¿qué haces aquí?

—Vimos como lo trasladaban al barco de los piratas, nos ataron junto con la tripulación. Pensé que nos dejarían a nuestra suerte, pero me trajeron con usted. El comandante Grover... bueno, él también está aquí.

Tumbado sobre un montón de paja yacía el cuerpo de su guardaespaldas principal cubierto —medianamente— por una deshilachada manta. Samya le explicó la situación lo mejor que pudo. Grover había recibido un par de flechazos durante el combate, uno en el hombro y otro en el muslo. Continuó peleando hasta que la pérdida de sangre lo hizo perder el equilibrio y tropezó, la situación fue aprovechada por su rival quien lo golpeó hasta noquearlo.

Andrej se acercó hasta Grover, respiraba con dificultad y su cuerpo despedía un ligero aroma a mentol que le recordó los frascos que el viejo doctor Kaye siempre traía consigo.

—Hice todo lo que está en mis manos, pero no soy sanador. —Samya había vendado las heridas del comandante con retazos de su propio uniforme.

—¿Por qué tomarse las molestias de traer un hombre mal herido? Ni siquiera les importan las consecuencias de romper Rhymaldor. Algo no está bien, necesitamos buscar la manera de salir...

Antes de terminar la frase, Andrej oyó voces del otro lado de la puerta, reconociendo entre ellas la de Rik. Ignoró las protestas de su cuerpo, se arrastró hacia la entrada y con un esfuerzo mayor se puso de pie.

—¡Rik! —Golpeó con los puños la puerta de madera—. ¡Escúchame!

Del otro lado, escuchó otro comentario seguido de risas burlonas que callaron en cuanto Rik ordenó silencio. El pirata le había dicho que él no daba las órdenes, pero todos parecían obedecerle como si fuera el capitán. Si él no era el líder de los piratas, entonces ¿quién tenía el control de esos bandidos de mar? ¿Quién se creía ese dichoso capitán? ¿Un cobarde que mandaba a sus perros para hacer el trabajo sucio y no tenía el valor de presentarse ante Andrej Castjil, el heredero al reino de Telarea? Aquel deleznable bandido sabría de propia mano las consecuencias de haberlo secuestrado. Pero, primero debía buscar la manera de llegar hasta él.

—¡Quiero hablar con su capitán!

Andrej esperó nuevas burlas por parte de sus captores; sin embargo, aquellos delincuentes guardaron silencio.

Rosas del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora