XI. Así las cosas

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Un par de días en aquella extraña fortaleza le sirvieron a Andrej para darse cuenta de la interacción de los piratas con sus familias, porque eso eran, los habitantes de la casona frente al mar tenían relación con los de la villa. La descripción de bandidos sanguinarios, despiadados y crueles estaba muy lejos de ser una realidad. Vaya, ni siquiera existía una cueva de la calavera.

Nedráh era la madre de Uber, Charla y Thanis, una mujer de carácter fuerte que hasta la misma Liann respetaba. Se había convertido en la principal defensora de Andrej, lo protegía como si de su hijo se tratase, sin traspasar los límites establecidos por su capitán. Lo procuraba en las comidas, incluso le había reservado un lugar en su casa; sin embargo, Andrej prefirió permanecer con Yevan —a pesar de las incomodidades— para vigilar el progreso de Grover.

La organización de la villa era perfecta. Cada familia vivía en una construcción separada, sus casas contaban con una sola habitación que en lugar de camas tenía hamacas, que resultaban ser más cómodas de lo que parecían. La cocina —lugar donde Nedráh reinaba— era comunitaria, un punto de reunión que a todas horas tenía movimiento. No había horarios para acercarse a pedir alimentos, siempre había algo dispuesto para quien lo necesitara. Sólo había un momento en la que la mayoría se reunía: la cena. Se trataba de una verdadera tertulia.

El clima tropical de la isla les ayudaba con ciertos cultivos, la mayoría frutas, pero no eran suficientes para mantener a sus habitantes. El príncipe aprendió que los piratas no llevaban joyas ni oro, tampoco es que pudieran hacer mucho con esa clase de tesoros en un lugar como aquel. El fruto de sus asaltos era intercambiado por por semillas, granos, medicamentos, telas, instrumentos de trabajo, cualquier cosa que los habitantes de la villa requirieran para sobrevivir.

Por donde se viera, la actividad de los piratas era ilegal, aunque su objetivo fuera darle un poco a esas personas que lo han perdido todo. Necesidades que dejaron de ser cubiertas cuando los reinos les dieron la espalda. Si bien, los reyes de Aurea no eran culpables directos de la desgracia de esas familias, los habitantes de sus naciones, con sus costumbres e ideas, los llevaron a huir del continente.

Después de haber convivido con ellos, Andrej no podía pasar por alto la situación. La forma en que tuvo conocimiento de la situación no había sido la mejor, pero al menos ahora sabía que algo pasaba y él tenía el poder de cambiar las cosas. Aunque primero debía salir del problema en que estaba metido.

—Su Majestad, le he fallado.

Grover había recuperado la conciencia; sin embargo, su condición todavía era delicada. Se mantenía postrado en la cama bajo los efectos de los cedantes que Yevan le suministraba.

—No es tu culpa, no esperábamos un ataque de tal magnitud. Nadie se atrevería a atentar contra las casas reales y míranos aquí.

—Si pudiera levantarme, podríamos buscar la manera de que usted huyera...

—Nos vamos todos o nadie se va, no los voy a dejar atrás. Si ellos nos quisieran muertos, creéme que no estaríamos aquí.

—Quisiera poder hacer algo para ayudarlo.

—Nada, Grover, por ahora no podemos hacer nada. Confía en mi, primero necesito saber que han hecho con Lira, y después...

Andrej no tenía claro que seguiría después, estaba atrapado en una isla en quien sabe dónde. Todas las noches elevaba una plegaria al Padre para buscar su ayuda, una señal de que todo estaría bien. Al menos, Grover se había salvado y él, a pesar de las constantes burlas de los piratas, no tenía mayores heridas y éstas se estaban curando.

—Por ahora, necesito que descanses y recuperes fuerzas. No hagas nada sin que yo te lo pida, debemos ir con cuidado, ellos no se andan con juegos.


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