Antes que saliera el sol, Diaco se presentó en la habitación de Andrej. Después de aplicarle algunas curaciones, lo sacó de su encierro. Recorrieron los oscuros pasillos de la casona hasta llegar a lo que parecía ser el comedor. Un grupo de piratas estaban sentados alrededor de un tablón de madera donde había platones con fruta, hogazas de pan y tarros de cobre.
En cuanto notaron la presencia del príncipe, callaron su escandaloso diálogo.
—¿Acaso vieron a un muerto?
Una jovencita pecosa se abrió espacio entre dos de ellos y depositó una jarra en medio de la mesa. Vestía un mandil manchado y su cabello enredado en dos trenzas irregulares.
—Casi —contestó Diaco. Ocupó el último banco vacío y tomó un par de panecillos.
Andrej permaneció de pie a un lado de la puerta sin saber qué hacer. Esperar una invitación para acompañarlos era impensable, la cortesía no había sido su etiqueta de presentación, y todos los espacios alrededor de la mesa estaban ocupados. Tampoco le apetecía compartir un lugar junto a aquella banda de ladrones. Su estómago protestó cuando el olor a pan recién horneado llegó hasta él y, para su mala fortuna, al tener la atención del grupo, se dieron cuenta de su predicamento.
—¡Qué modales los suyos! —La chica les dirigió una mirada seria y se acercó hacia Andrej—. Parecerán unos brutos, pero no muerden a menos que intentes hacer algo loco. Busca un plato y sírvete, el viaje que harán será largo.
Nunca en su vida Andrej había tenido que preocuparse por la comida. Todas las mañanas, encontraba en su salita, una bandeja lista con sus bocadillos favoritos, leche tibia y jugo, su lacayo estaba al pendiente de sus necesidades y sabía en qué momento debía servir el té. Ël príncipe sólo se dedicaba a disfrutar de su desayuno. Añoraba un trozo de panceta, queso, tal vez una copa de buen vino. Se arrepintió de haber rechazado la copa que Liann le había ofrecido la noche anterior.
Resignado se acercó a un mueble de madera empotrado en la pared, tenía varias repisas donde una vajilla de madera estaba perfectamente acomodada. Cuando estaba a punto de tomar un plato una bola de pelos anaranjada salió disparada. El traste que sostenía rebotó en el suelo mientras él tropezaba al enredarse con sus pies. Frente a él, unos felinos ojos amarillos le dirigían una mirada curiosa.
—¡Uber! ¡Cuántas veces te he dicho que no quiero a ese gato escondido!
—Hermanita, sabes que Lopov es libre de ir a donde le plazca. Niño mimado, ¿acaso nunca has visto un gato?
Los piratas soltaron tremendas carcajadas.
—Y Tulio, ya vi que escondiste un banco.
—Charlita, querida, lo guardé por que pensé que no lo necesitaríamos.
—Te dije que se iba a dar cuenta —Jona le dio un codazo mientras engullía un trozo de manzana—, no se le escapa nada.
Andrej, indignado, se levantó sin responder. El cuerpo le seguía doliendo, pero debía reconocer que el tratamiento de Diaco funcionaba. Se acercó a la mesa y trató de no prestar atención a las miradas de los demás.
Antes de que pudiera alcanzar un trozo de pan, Rik apareció. El pirata lo seguía mirando con recelo y él, continuaba sintiendo antipatía.
—Nos vamos.
No hubo más explicaciones. El arrastrre de sillas y bancos fue sucedido por los ruidosos pasos de los bandidos. Charla, quien llevaba una alforja en las manos, se acercó a Rik.
—¿Irás con ellos?
—Sólo hasta la cañada, alguien debe quedarse y hacerse cargo mientras Liann no está.
—Deberías darle esto a nuestro invitado, lo va a necesitar.
—Yo tampoco he desayunado —Diaco tomó la alforja antes que Rik—, apenas puede probar el delicioso pan de nuestra Charlita.
—Fui yo, tarado —el grandulón Uber le respondió con un golpe en el hombro, llevaba cargando sobre sus hombros dos sacos—. ¿Cuándo reconocerás que soy tan bueno como mi hermana?
—Cuando me haga a la idea de verte con un delantal, pinche Uber.
—Si no quieres que te meta ese pan por el culo será mejor que muevas las piernas, al capitán no le gusta esperar.
—¡Vámonos, niño mimado! Todo es por tu culpa, podría desayunado si no te hubieras tardado en vestir.
—Definitivamente vas a necesitar esto. —Charla le pasó a Andrej un pedazo de pan y queso envueltos en una servilleta antes de que saliera. —Las cosas que el capitán hace siempre tienen un motivo. Puede que no lo entiendas ahora, sólo dale una oportunidad.
Desde que había sido capturado, nadie le había hablado con amabilidad, incluso aunque sus palabras se escucharan honestas, era difícil creer en ellas.
—Gracias, lo tendré en cuenta. —Fue su seca respuesta.
ESTÁS LEYENDO
Rosas del mar
ActionDurante su regreso a Telarea, el príncipe Andrej y su prometida, Lady Rheena, son secuestrados por un grupo de piratas liderados por la astuta Liann. La vida de Andrej dará un giro al convivir con los bandidos, se topará con desafíos y nuevas experi...