—Menuda tipa —dijo con desdén una mujer que lo había observado todo desde la cúpula transparente del edificio.
—Abuela, no estamos aquí para juzgar a nadie —contestó un chico de veintipocos que estaba al otro lado de la cúpula mientras daba la vuelta para reunirse con ella.
En el silencio de esa noche primaveral y bajo un cielo completamente despejado y lleno de estrellas, nadie se había percatado de que dos personas ajenas a la escuela habían logrado cruzar las murallas energéticas construidas expresamente para evitar que gente de aquella clase y calaña pudiera entrar. La inminente presentación de los nuevos alumnos permitía a todos los miembros de Murvi dejar sus puestos de trabajo para asistir al evento anual, y eso les había servido a estos dos Wiszhwiszh para encaramarse al edificio principal del aulario y esperar la oportunidad para colarse dentro.
Iban vestidos con ropa hechas de fibra vegetal y sandalias de corcho, hojas y corteza de árbol. Si alguien les veía estaba claro que llamarían la atención lo suficiente como para dar la voz de alarma ipso facto. Él se llamaba Ekbert Plera y era alto, con ojos verdes y de cuerpo atlético. Su pelo era rubio y muy abundante. Podría haber sido bonito si no fuera porque el único peine que había probado esa cabeza eran sus propios dedos y el viento alocado de las montañas. En sus fuertes brazos llevaba un bulto enrollado en un vellón negro de oveja. El paquete estaba atado con unas lianas para evitar que se desenvolviera de manera accidental. De uno de los extremos asomaba la carita de una dulce bebé con mofletes sonrosados y pelo rojizo, poco poblado y desaliñado cual si fuera un coco. Por la hinchazón de su rostro se podía imaginar que no hacía ni 24 horas que había nacido.
La mujer se llamaba Matthi Lux. Sus ojos eran verdes claros, vivos y alegres. A sus 72 años tenía unas pronunciadas arrugas en las comisuras de los labios y al lado de los ojos. Llamaba la atención su cabello castaño oscuro con alguna cana esporádica y llevaba todo el cabello recogido en una maraña a modo de moño. Su cuerpo era estilizado y muy tonificado para su edad, bien podría haber sido nadadora profesional, profesora de yoga o bailarina de ballet.
Sin previo aviso, Matthi sacó un punzón que llevaba en su zurrón y con un golpe en seco rompió uno de los cristales de la cúpula.
—¿Qué haces? ¿Cómo eres tan bruta? —le susurró Ekbert enfadado.
—Obviamente no he venido hasta aquí para contemplar las vistas, ¿no crees? Vamos a entrar ya.
—Si sigues rompiendo cosas nos van a pillar.
—¡Qué va!... Pensarán que lo ha roto algún pájaro o algo así.
—Hagámoslo de manera sigilosa, ¿vale?
—¿Y cuál es esa? —dijo Matthi poniendo los brazos en jarras—. Las murallas energéticas frenan nuestra magia y sin magia todo es un rollo...
—Un rollo, ¿eh?
Ekbert alargó su brazo izquierdo mientras sostenía a la bebé con destreza en el brazo derecho. Estiró los dedos índice y corazón e hizo grandes círculos. Con cada vuelta dejaba un rastro de luz que iba apagándose poco a poco, mientras se solidificaba transformándose en una gruesa cuerda brillante. Cuando Ekbert pensó que ya tenía suficiente longitud, miró a su abuela y quiso sonreírle, pero ese día las preocupaciones se lo impidieron.
—¿Cómo lo has...?
—Tenemos las murallas desactivadas durante una hora.
—¿Quééé? ¡Si empiezan a colarse animales se darán cuenta! Solo necesitábamos un minuto para entrar.
—Pero también habrá que salir, ¿no crees? Cuando todos vuelvan a sus puestos las murallas estarán activadas y nosotros ya estaremos muy lejos de aquí.
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Sophia Plera - La cuna de los valientes
FantasySophia, la mejor de las alumnas de la lujosa escuela militar para huérfanos, descubre que es descendiente de sus sanguinarios enemigos mágicos, los Wiszhwiszh. Dotada de nuevas habilidades mágicas, se enfrentará a la decisión de usar sus poderes par...