A continuación, Ekbert salió corriendo a su máxima velocidad y aunque seguía a Matthi de cerca, no lograba ponerse a su altura.
Los pasillos eran amplios y lujosos, con suelos de mármol, columnas talladas y esculturas de antiguos maestros y cadetes emblemáticos en cada cruce. Las paredes estaban repletas de cuadros digitales con escenas de combates de artes marciales, luchas con espadas, entregas de premios, campeonatos de caza y expediciones de supervivencia, lemas de valentía, entre muchos otros. Las puertas a la gran cantidad de salas eran enormes, talladas en madera maciza con tantos detalles que parecían contar historias completas.
Tal y como habían planeado, allí no había un alma y era una suerte porque el sigilo no era el punto fuerte de la señora Matthi. Cruzaron dos pasillos a la derecha, uno a la izquierda, siguieron recto 14 pasillos y volvieron sobre sus pasos 3 pasillos más.
—¡Para! —le dijo Ekbert al ver que volvían a pasar por delante de la escultura de un antiguo director llamado Pedraculus—. ¿Sabes adónde vamos?
—¡A dónde sea que guarden a los nuevos alumnos! —respondió la señora Matthi impetuosa.
—¿Y sabes dónde es eso?
—No
—Creía que ya habías estado aquí.
—Sí, en una visión, pero ya sabes que las visiones no son muy precisas dando instrucciones...
—Ya... para eso he traído el mapamundi.
Ekbert sacó de su zurrón un papel viejo, medio roto y, por el aspecto que tenía, seguramente también algo apestoso. Al desplegarlo con mucho cuidado de no romperlo, el papel hizo un destello y se estiró en su mano como si fuera una plancha de oro perfectamente pulida, sin el más mínimo rastro de arruga o deterioro. Ambos miraron el reflejo que emitía en el techo, donde se mostraba un verdadero laberinto de pasillos.
—Estos somos nosotros... —dijo Ekbert señalando un punto dorado.
Ekbert garabateo en el aire la palabra «alumnos» y el mapa empezó a llenarse de puntitos de color rojo en una de las alas del edificio. Con el dedo índice, Ekbert dibujó un círculo grande que envolvía todo el plano y lo hizo cambiar de tamaño para mostrar todo el campus. La zona del anfiteatro estaba pintada de tantos puntos rojos que era una gran mancha. Enfrente a la multitud había siete puntos negros grandes donde llegaba una hilera de puntos rojos perfectamente alineada y sincronizada que salía del edificio del aulario como si se trataran de hormigas llevando comida su hormiguero.
—Vayamos aquí —dijo Ekbert señalando la sala de la que procedían la línea de puntos—. No debemos hacer ni un solo ruido cuando nos acerquemos. Si hay guardias vigilando y nos oyen, activarán los inhibidores de magia y nos aniquilarían a los tres sin ninguna posibilidad para defendernos. El fracaso no es una opción.
Matthi volvió a salir corriendo de manera intempestiva. Ekbert iba corriendo detrás de ella y aprovechó para lanzarle un par de hechizos en los pies que hizo que sus zapatillas ecológicas se convirtieran en dos bolas de plumas viejas desprendidas de manera natural de diferentes tipos de aves. Eran más bien tirando a feas, pero lo cierto es que eran efectivas y permitían patinar y abrillantar el suelo a la vez. Hizo lo mismo con sus pies y la siguió lo más rápido que pudo, aunque para Ekbert que era más opulento y menos grácil, lo que le dificultaba mantener el equilibrio con las plumas en los pies y no derrapar unos cuantos metros en las intersecciones de los pasillos.
De repente Matthi frenó en seco al llegar a un cruce y Ekbert chocó con ella. Del empujón Matthi casi acaba en medio del pasillo, pero agarrándose el uno con el otro y poniendo caras raras de esas que todo el mundo sabe que son indispensables para hacer el equilibrio muchísimo mejor, consiguieron quedarse en la cara oculta del pasillo.
ESTÁS LEYENDO
Sophia Plera - La cuna de los valientes
FantasySophia, la mejor de las alumnas de la lujosa escuela militar para huérfanos, descubre que es descendiente de sus sanguinarios enemigos mágicos, los Wiszhwiszh. Dotada de nuevas habilidades mágicas, se enfrentará a la decisión de usar sus poderes par...