Capítulo 6 - El fuego de la memoria [Parte 2]

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Sophia salió corriendo, dejándole con la palabra en la boca y alcanzó a Lilith y la Sra. Matthi, ya en la puerta de la primera cabaña de la aldea.

La Sra

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La Sra. Matthi abrió la puerta de la casa agitando el bastón. Dentro de la casa había muy pocas cosas. En un lado de la casa se encontraba la chimenea donde hervía un caldero de color dorado con un caldo de delicioso olor a hinojo. En otra de las paredes había una despensa con unos estantes donde estaban colocados los platos y cubiertos de bambú. El mueble tenía dos puertecillas inferiores donde posiblemente se guardaban los alimentos y al lado de este había una encimera con un fregadero al lado. Una mesa pequeña mesa redonda con cuatro sillas ocupaban el centro de la estancia. Desde la derecha unas escaleras llevaban a una tarima flotante de madera donde había un único colchón de paja de 3 metros por 2 metros. Bajo de esta tarima había un diván de color rojo escarlata y una estantería enorme con muchas telarañas y un único libro: Enciclopedia del Mundo Mágico – 104ª edición revisada.

Por la ventana entraba el aire fresco del atardecer y se veía como el sol se escondía en el horizonte por debajo del suelo. En el momento en el que el último rayo de sol se apagó, todas las velas caseras que estaban por el suelo apagadas y medio consumidas se encendieron solas y recuperaron su tamaño original como si acabaran de salir del molde.

—Qué bonitas las velas —dijo Sophia rompiendo el silencio.

—Alta magiología —respondió la Sra Matthi.

—¿Magiología?

—Sí, tecnología mágica. Me las instaló Gruid el otro día. Son eficientes, ecológicas y muy económicas.

—¿Cuánto te han costado? —preguntó Lilith.

—Dos huevos de gallina.

—Tienen un olor peculiar ¿De qué están hechas? —preguntó Sophia.

—De cera de oídos de troll —dijo la Sra Matthi sin inmutarse.

—Sí, dejan un perfume exquisito a pelo quemado —dijo Lilith sentándose a la mesa.

—Sentaos a comer que debéis estar hambrientos —dijo la Sra. Matthi.

Lilith voló a sentarse en una silla.

—¿Le ayudo en algo? —se ofreció Sophia y la anciana le dedicó una dulce sonrisa.

—Tranquila, cariño. Mientras yo tenga estas manos que el Universo me ha dado me puedo defender perfectamente.

La Sra. Matthi empezó a agitar su bastón de aquí para allá y Sophia se tuvo que agachar varias veces para que no me diera con él en la cabeza. Casi a gatas Sophia se alejó y se sentó a la mesa con el resto de invitados. Los platos volaron de la estantería y se acercaron al caldero. Un cucharón de madera salió despedido de un cajón y empezó a servir los platos al máximo de su capacidad, hasta el punto de que una gota más habría colmado el caldo. Sin embargo, esto no impidió que los platos volaran a toda velocidad hasta la mesa balanceando el líquido, pero sin permitir que este cayera.

Sophia Plera - La cuna de los valientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora