19. Volver.

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19.

Inocencia.

La inocencia podía ser peligrosa, aún más en este mundo lleno de depredadores.

La inocencia podía causar que alguien puro fuese manipulado y llevado hasta el más oscuro y temible lugar de tinieblas, ya que, la poca creencia de que lo malo acecha, los volvía presas fáciles. Pero, había algo peor que podía causar la inocencia, y era ese carácter tan débil que se demostraba ante las manipulaciones; podían meter ideas erróneas a su cabeza, mostrando así verdades que nunca existieron; verdades que siempre estarían ahí, aunque supiesen que eran falsas.

El engaño siempre sería el mayor enemigo de la inocencia; sin embargo, la inocencia puede morir, las falsas verdades pueden caer, los veloz se pueden romper y las bolas de cristal que custodian sus corazones se pueden romper.

Adler había sido víctima de la inocencia, víctima del amor y de todo aquello malo que se disfraza de puro y verdadero, pero había acabado.

Él había vuelto, o más bien, la mitad real de él, la que siempre se había mantenido escondida, había vuelto.

— ¿Qué pasó? — Indagó Akihiro al franquear la puerta de entrada.

—No lo sé, lo encontré en mal estado cuando iba por el pasillo — Respondió Stefan, frotándose las palmas sudadas de sus manos contra su pantalón.

Con suma cautela, Akihiro se acercó al cuerpo sudoroso de su amigo. Se encontraba tendido en la cama con los ojos cerrados, como si estuviese durmiendo, pero con algo distinto; él cuando dormía no se veía así de tranquilo, se veía realmente en paz, como no lo había estado en muchos años.

— ¿Me podrían decir con exactitud qué sucedió después de que lo encontrarán?

—Él estaba temblando y sudando, tenía los ojos vidriosos y no se apartaba la mano del pecho, además de que le sangraba la nariz. Cuando llegamos le quitamos la ropa... Tenía todas las venas marcadas, en tonos negros y azules, y su corazón parecía una pequeña montaña en su pecho, pero negra — Explicó Stefan, aún nervioso.

Si Dean estuviese viendo a su hermanito estaría muy enojado; Stefan no debe reflejar sentimientos, no debe sentir nada, así siempre lo ha querido él.

— ¿Vomitó algo? — Soltó Akihiro, ya sentando junto al rubio, inspeccionando su rostro.

—Sí — Dijo María—, en la cubeta — Su cabello estaba despeinado y algo esponjado debido a todas las veces que había sus manos por él.

Akihiro giró la cabeza y buscó la cubeta en su campo visual, cuando la encontró, estiró la mano y se fijó en lo que había en el fondo.

Justo lo que sospechaba.

Su amigo había vuelto, exactamente como el asiático lo había hecho tiempo atrás.

Dos de ocho ya no eran los mismo, dos de ocho ya sabían la verdad, dos de ocho no eran iguales al resto, dos de ocho sí podían sentir.

Faltaban cinco, ya que, el último ya estaba perdido.

—Adler, escúchame, sigue mi voz — Lo llamó, sujetando su perfilado rostro entre sus pálidas manos —. Estás ahí, lo sé, solo debes escuchar — Como si supiese exactamente que debía hacer, paso los pulgares por los párpados cerrados del alemán, y a los pocos segundos estos empezaron a revolotear, dándole paso después a esos hermosos luceros verdes que llevaba por ojos.

— ¿Qué pasó? — Preguntó entrecortado y con la voz enronquecida.

—Tu mitad volvió — Una enorme sonrisa ya se había plasmado en el rostro de Akihiro. Él ya no sería el único, ya tenía a quien contarle aquello que había pasado, ya no estaba solo.

Cuando el sol se escondeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora